

Fue un chico de Saavedra al que le gustaba meterse en las conversaciones de grandes. Y que escuchaba con fruición las historias de vecinos como Don Luis, que bien podía ser su abuelo.
Dice que todavía puede ver ese primer libro que cayó en sus manos -La historia del cacique Sitting Bull y que inauguró una de las grandes pasiones de su vida. De lo único que me jacto es de mi biblioteca, dice hoy Gustavo Marangoni, que recuerda esa infancia siempre mítica en la que se escondía de noche en el baño para poder seguir leyendo.
Amigo constante de sus compañeros del Avellaneda, hace poco se compró una bicicleta y dice que en su celular conviven desde Rodrigo hasta Beethoven. El presidente del Banco Provincia enseña Ciencias Políticas hace 26 años y reconoce que pocas cosas le gustan más que cruzarse con sus ex alumnos y que le digan profe. Es el título que más me conmueve, confiesa.
Hay apenas poco más de una hora antes de que la agenda lo lleve a uno de los tantos encuentros de los que participa en territorio bonaerense. La sencillez de Marangoni lubrica una charla que fluirá con una única interrupción. A Daniel lo conozco hace 17 años. Es alguien que escucha a todos. Por eso no me gusta cuando dicen que soy de la mesa chica de Daniel. Y tiene una gran capacidad para asimilar. Eso siempre me impresionó. De él aprendí a preguntar, viene de decir Marangoni cuando suena el teléfono. Es el gobernador Scioli. Nos reímos de ese timing siempre sospechoso y casi coreografiado de las coincidencias. Ni que estuviera preparado, dice.
Pero eso es después. Todo empieza en realidad con Saavedra y el recuerdo de ese chico lector que preanuncia a su manera al banquero politólogo.
Allá en Saavedra
Nací en Saavedra y viví ahí hasta los 15 años. Fui a un colegio que se llama República Dominicana y todavía me acuerdo el himno de ese país de memoria porque lo cantábamos en los actos, rememora Marangoni. A esa época se remonta una foto que todavía conserva en la que se lo puede ver con Don Luis, el vecino de 70 que vivía al lado de su casa. Los dos caminan, pensativos, con las manos detrás de la espalda. Eramos una pareja despareja, sonríe al recordar esa sintonía que desafiaba lo generacional.
Fui al Nicolás Avellaneda.Yo estaba bastante politizado y encima era la época del gobierno militar. Me hizo muy asertivo y militante. Para el tercer año tenía claro que quería hacer Ciencias Políticas. La Universidad del Salvador ya tenía la carrera para el 83. Ahí soy docente desde hace 26 años y ahí terminó la carrera mi hija mayor, resume Marangoni con esa especie de disfrute que deparan los círculos que cierran.
Su papá había sido obrero textil y su mamá, ama de casa. Alquilamos toda la vida. Vivíamos en un PH de dos ambientes con mi abuela y mi hermano. No había plata para arreglos y me acuerdo de cortar cartones para los zapatos. También puedo ver a mi papá ponerse diarios en el pecho cuando salía muy temprano a la mañana. Me inculcó una gran cultura de trabajo.
Papá de Agustina (24) y Milagros (21), Marangoni se casó en segundas nupcias con Lucía (cardióloga) y tuvo a Lucas (11). Me reconozco mucho en él. Vamos a la cancha juntos desde que tiene 5 y es uno de los momentos más lindos de la semana, señala.
Como si tuviéramos 17
Marangoni dice ser capaz de pasar horas con sus amigos del secundario en interminables y en apariencia acaloradas partidas de TEG. Nos juntamos a pelearnos como si tuviéramos 17, reconoce. Somos padrinos cruzados de nuestros chicos, agrega como quien describe una red que desafió las trampas de los años.
Además de su enorme apetito por la lectura, también se admite un gran consumidor de series. Cuando llego de noche a casa la idea de un capítulo de 40 minutos resulta manejable. Aunque uno después se enganche y termine pasando horas. Siempre le gustó el cine. Hoy no voy tanto pero veo muchas películas en casa. Preparo todo. Me pongo almendras, nueces. Me tomo un cafecito, cuenta. De hecho, Marangoni escribió un libro que cruza la política con el cine (Política ATP), una herramienta a la que le gusta recurrir en el aula. Pregunto por ejemplo dónde está Aristóteles en una película de Indiana Jones o de Batman y así indagamos cómo los clásicos están presentes en todo, explica.
Ser político y politólogo te permite ver la realidad en su complejidad. Porque como banquero, no sólo estás pensando en temas de dinero. A lo largo del día hay que atender cuestiones que van desde la compra de una escalera mecánica hasta la renovación de las sucursales, pasando por los temas publicitarios y la negociación con proveedores. Una formación integral te da plasticidad. Y además tenés que apelar a la inteligencia emocional ya que hay que interactuar con mucha gente con intereses y velocidades diferentes, detalla.
En la Universidad del Salvador tiene dos cátedras y va los miércoles. Claramente es algo que aún lo alimenta, lo estimula. Algún gobernador provincial fue alumno mío. Lo que pasa es que yo empecé como docente muy joven. Muchos ex alumnos trabajan hoy conmigo y es mi mayor satisfacción.
Termina la charla y queda Marangoni, el banquero politólogo. O el politólogo banquero. El chico que no se cansaba de las historias de Don Luis. El fanático de Serrat que no le perdona del todo a Sabina. El recuerdo de haber caminado un día sobre el glaciar escuchando a los tres tenores y sentir que la felicidad era posible. El pibe del Avellaneda. El hombre que dice haber aprendido a preguntar de Scioli. El profe.













