
En cierto nivel, lo que está sucediendo esta semana en las ciudades del este de Ucrania es totalmente confuso. Las fuerzas de seguridad ucranianas tratan de recuperar los edificios públicos en Donetsk, Kharkiv y Luhansk que fueron tomados hace unos días por manifestantes pro Rusia no identificados. ¿Quiénes pelean contra quiénes? ¿Quién realmente tiene a su cargo la región?
Pero en otro nivel, lo que está ocurriendo es muy claro. Vladimir Putin están dando una clase práctica de cómo destruir un Estado.
El presidente ruso tiene su disposición cuatro palancas para accionar: la interferencia política interna, la presión económica, la diplomacia y la amenaza de guerra. A veces, actúa como si estuviera conduciendo una topadora y apunta directo hacia los Golden Gates de Kiev; otras, se muestra más sutil, como el piloto de un drone de precisión abocado a derribar una luminaria de la calle. Pero el objetivo final es el mismo: poner fin a Ucrania como país soberano genuinamente independiente.
Para Putin, las cuatro palancas funcionan juntas. Por un breve lapso posterior a la anexión de Crimea, parecía que estaba listo para recurrir a la diplomacia. Dadas las sanciones políticas y financieras impuestas por la UE y EE.UU., Moscú se embarcó en un frenesí de encuentros de alto nivel, culminando con un cara a cara en París entre el ministro del Exterior Sergei Lavrov y el secretario de Estado norteamericano John Kerry.
Pero enseguida se supo que Rusia estaba buscando lo que EE.UU no estaba dispuesto a entregarle: un acuerdo para convertir a Ucrania en una federación. La supuesta razón fue darle mayores derechos a la mayoría rusoparlante del Este de Ucrania. La verdadera razón era forzar cambios constitucionales que debilitaran seriamente un estado unitario.
Washington rechazó ese enfoque con el argumento de que esa decisión le cabría al pueblo ucraniano. Entonces, Putin rápidamente activó las otras palancas.
Primero, la económica. Apenas Lavrov y Kerry terminaron su encuentro, Gazprom presionó más por los precios del gas, advirtiendo a Ucrania que debía pagar de inmediato su factura por u$s 2.200 millones y elevando el precio de gas de u$s 268 a u$s 485 por 1.000 metros cúbicos de gas. Eso rápidamente elevó las posibilidades de que quiebre Kiev y atemorizó a los clientes europeos de Gazprom por la amenaza de abastecimiento.
Luego, aplicó la palanca política local. En los últimos días, hemos visto al ex presidente de Ucrania Viktor Yanukovich, que ahora vive en el exilio en Rusia, reapareció para repetir que el régimen en Kiev es ilegítimo porque tomó el poder por la fuerza y lo desplazó de su cargo. Si el régimen es ilegítimo, también lo son las elecciones programadas para el 25 de mayo, y todo lo relacionado con ellas, como el status legal del presidente electo.
Mientras tanto, después de un respiro durante el cual disminuyeron visiblemente las tensiones entre los manifestantes pro Moscú y pro Kiev en el Este de Ucrania, el domingo volvieron a las calles quienes están a favor de Rusia. Ocuparon edificios públicos en tres grandes ciudades en el Este. Como en Crimea, esos hombres armados no se identificaron. Pero el nivel de organización, entrenamiento y equipamiento que tenían no deja dudas de que son militares respaldados por Rusia.
Finalmente, está la amenaza de guerra. Los expertos en cuestiones militares sostienen que Putin hasta ahora no cumplió con su promesa de reducir las decenas de miles de soldados apostados en las fronteras de Ucrania. No avanzaron, pero su presencia intimidatoria es suficiente para contribuir a la desestabilización de Ucrania.
¿Busca Putin una repetición de Crimea, donde a la desestabilización le sigue la invasión y la anexión? Sería muy tentador pasar a la historia como el presidente que recuperó no sólo Crimea sino también Kiev, la fuente de la cultura rusa.
Pero los costos serían gigantescos; los ucranianos deberían resistirse como no lo hicieron con Crimea. Es muy probable que Occidente, aún en ese momento, no intervenga militarmente, pero sí impondría un enorme precio económico y político.
Pero para desestabilizar Ucrania no es necesaria una invasión directa. Putin puede activar y desactivar sus cuatro palancas. Puede hacer que sea casi imposible para Kiev gobernar el país y para Occidente, brindar un efectivo respaldo financiero y económico.











