
Iba y venía de la diversión al desconcierto. Para cuando llegué a un alejado hotel resort ubicado a 170 kilómetros de Abu Dhabi, ya había pasado por dos controles de seguridad. Uno de ellos fue surrealista había un escáner ubicado sobre un tramo plano del camino entre dos dunas mágicas, el otro fue más convencional y se produjo en la entrada del hotel donde iba a asistir a un foro sobre política exterior.
Luego, encontré una calcomanía amarilla sobre la puerta de mi habitación del hotel indicando que la policía ya había completado una inspección de seguridad.
Si bien los ministros de Exteriores iban a asistir al encuentro, la seguridad ( había guardias repartidos por todas partes) me pareció excesiva.
Y todo eso ocurrió el día antes de los atentados terroristas en París.
Para la siguiente mañana, cuando me desperté con la noticia de la carnicería yihadista en una capital europea, de repente me sentí agradecida de que hubiera guardias, escáners y controles policiales.
Mientras trascurría el día, y las discusiones en el foro pasaban de centrarse en la crisis de Medio Oriente a otra crisis, me preguntaba si Europa no se ha contaminado con la agitación árabe.
¿Los hoteles, parques, plazas y teatros de las capitales europeas necesitan escáners y guardias de seguridad? ¿La gente tendrá que cuidarse las espaldas cuando camina por las calles y preocuparse por sus hijos cuando los llevan al colegio?
Y si ésta es la nueva realidad, ¿las restricciones físicas serán el único costo? ¿Qué significará para las libertades individuales?
Éstas son pisoteadas sin importar en Medio Oriente, siempre en aras de mantener a raya a los terroristas. Por supuesto, es la manera en que la gente vive hace años, si no décadas, en muchos países de la región. Pocos se quejan porque saben que tienen suerte de estar en lugares relativamente estables: sus hermanos en Siria, Irak, Yemen y Libia están muriendo alcanzados por bombas y balas.
Está surgiendo una nueva normalidad en Europa. Los conflictos que atormentan a Medio Oriente crearon dos flujos de personas distintos: los cientos de miles de refugiados que desafían las revueltas aguas y difíciles caminos en busca de una vida pacífica, y los tontos y adoctrinados jóvenes europeos que viajan en dirección opuesta, hacia Siria para unirse a los yihadistas de Isis.
Inevitablemetne, la masacre en París conducirá a más políticos, y quizás a gente común, a combinar el impacto de estos flujos
Hace meses que los políticos de derecha avivan los temores a que los terroristas se infiltren en las capitales europeas ingresando como migrantes. Ahora que las investigaciones en París sugieren que tenía nacionalidad siria uno de los atacantes suicidas del Stade de France, algunos de los que recibían a los refugiados con regalos y flores podrían empezar a verlos como una amenaza.
La seguridad de Europa quizas se haya enroscado con la de Medio Oriente, pero los gobiernos de París, Londres o Berlín tienen poca influencia en los acontecimientos en el lugar. Carecen de peso político y de las capacidades de inteligencia necesarias, y Europa está mirando a Estados Unidos y Rusia, a Irán y Arabia Saudita, para poner fin al conflicto sirio.
Es cierto que los ataques en París dieron nuevo ímpetu a la búsqueda de la paz en Siria, pero mientras los ministros de Exteriores en Viena el sábado acordaban trabajar por el cese del fuego parece haber poco avance en detalles cruciales: qué grupos se pueden incluir en las conversaciones de paz y cuales deberían ser considerados terroristas, y en qué etapa, si es que la hubiere, debería el presidente sirio Bashar al-Assad salir de la escena política.
En discusiones sobre Siria en la conferencia de Abu Dhabi, escuché dos sugerencias convincentes sobre cómo se debería manejar a Isis en el corto plazo. La coalición encabezada por EE.UU. contra Isis, aseguró un funcionario norteamericano, tuvo que romper el relato de éxito de los yihadistas con una demostración de fuerza militar. En ese contexto, parece imperativo recuperar la ciudad siria de Raqqa.
La otra sugerencia fue que las conversaciones internacionales sobre Siria deberían centrarse menos en lo improbable un acuerdo de paz y más en un cese del fuego y un retiro de fuerzas.
La combinación de audacia y humildad no podrá fin a la guerra pero podría extinguir los incendios temporariamente.











