En un enorme hangar de Quonset Point, Rhode Island, los soldadores apuntan sopletes ardientes a planchas de aluminio. Se está dando forma a los cascos de tres nuevos barcos de unos 27 metros de eslora cada uno. El primero zarpará en primavera boreal para transportar a los trabajadores que se encargan del mantenimiento de los aerogeneradores de la costa de New England. Estados Unidos apenas cuenta con un sector eólico marino al que puedan prestar servicio estos buques. Pero a medida que la administración Biden acelere un plan para descarbonizar su sector de generación de energía, brotarán turbinas a lo largo de su litoral, creando demanda de servicios en astilleros y centros de fabricación desde Texas hasta Nueva York. Senesco Marine, el astillero de Rhode Island, casi ha duplicado su personal en los últimos meses con la llegada de nuevos pedidos de transbordadores híbridos y buques más grandes para el traslado de tripulaciones. "Todo el mundo me dice que la recesión en EE.UU. es inevitable", afirma Ted Williams, exoficial de la Marina estadounidense y actual CEO de la empresa. "Pero no está pasando en la construcción naval". Tampoco está pasando en ningún sector de las energías limpias en EE.UU. En todo el país se está produciendo una nueva revolución en áreas que van de la energía solar a la nuclear, de la captura de carbono al hidrógeno verde, y sus objetivos son profundos: rejuvenecer el cinturón industrial del país, descarbonizar la mayor economía del mundo y arrebatar a China, la superpotencia mundial de la tecnología limpia, el control de las cadenas de suministro energético del siglo XXI. El mundo apenas está empezando a enfrentarse a lo que esto significa. Hace menos de tres años, EE.UU. había abandonado el Acuerdo de París sobre el cambio climático y el entonces presidente Donald Trump pregonaba una era de dominio energético estadounidense basado en la abundancia de combustibles fósiles del país. Pero ahora el presidente Joe Biden ha aprobado una amplia legislación para revertir la situación. La colosal Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) del año pasado y sus cientos de miles de millones de dólares en subsidios a las tecnologías limpias están diseñados para estimular la inversión del sector privado y acelerar el esfuerzo de descarbonización del país. "Es realmente masiva", afirma Melissa Lott, directora de investigación del Centro de Política Energética Global (CGEP) de la Universidad de Columbia. "Es política industrial. Es el fregadero de la cocina. Es una señal fuerte, directa y clara de lo que EE.UU. está priorizando". Los incentivos fiscales han hecho a EE.UU. irresistible para los inversores, dicen los desarrolladores de tecnologías limpias, y están captando el dinero de otros países. Desde la aprobación de IRA el año pasado, ya se han comprometido u$s 90.000 millones de capital para nuevos proyectos, según Climate Power, un grupo de defensa. "EE.UU. es actualmente el mercado más rico en oportunidades, el de crecimiento más agresivo y el más prolífico del mundo para la inversión en energías renovables", afirma David Scaysbrook, socio director de Quinbrook Infrastructure Partners, un grupo de venture capital en tecnologías limpias. "Y lo será por bastante tiempo". En todo el país se está produciendo una nueva revolución en áreas que van de la energía solar a la nuclear, de la captura de carbono al hidrógeno verde. Pero también es una apuesta para EE.UU. El tono proteccionista y la magnitud de la intervención estatal han alarmado a sus aliados, incluso a aquellos que en su momento le pidieron que volviera a unirse a la lucha mundial contra el cambio climático. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, afirma que IRA podría "fragmentar Occidente". Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se ha quejado de que supondría una "competencia desleal" y "cerraría mercados". Y el esfuerzo subyacente por romper la dependencia de los componentes asiáticos baratos que han acelerado el avance de las energías renovables en los últimos años deja escépticos a muchos analistas. En un momento en que la Casa Blanca se enfrenta también a una inflación alta y a la invasión rusa, ¿puede EE.UU. restablecer el orden energético mundial, crear puestos de trabajo bien remunerados en el sector de las tecnologías limpias y reducir las emisiones al mismo tiempo? "No hay ninguna razón por la que las palas de los aerogeneradores no puedan fabricarse en Pittsburgh en vez de en Beijing", dijo Biden en un discurso. "¿Una carrera armamentística mundial por la energía limpia? Sin duda", afirma Daniel Liu, analista de Wood Mackenzie. "Pero tiene que haber cierto nivel de colaboración porque ningún país puede hacerlo solo". En un almacén de Turtle Creek, al este de Pittsburgh (Pensilvania), una fila de trabajadores ensambla baterías de zinc del tamaño de una valija, una alternativa al ión-litio que, según sus defensores, ofrecerá energía a precios competitivos, no inflamable y despachable para hospitales, escuelas y otros usuarios fijos. Se trata de una cohorte de trabajadores jóvenes, muchos de ellos afroamericanos y veteranos del ejército. "Estamos contratando a gente recién salida del instituto", afirma Joe Mastrangelo, director de Eos Energy Enterprises, la empresa que fabrica las baterías, con sede en Edison (Nueva Jersey). Su objetivo para la fábrica es duplicar su capacidad total hasta 3 gigavatios-hora en 2024, produciendo una batería cada 90 segundos una vez que la planta esté totalmente automatizada. La mano de obra también se duplicará, hasta 500 empleados. "Estamos haciendo esto en un lugar que históricamente fue una antigua economía energética, creando no puestos de trabajo, sino trayectorias profesionales para que la gente llegue a la clase media", dice Mastrangelo. El clima ocupa un lugar central en IRA. Pero también se trata de una política industrial a gran escala, cuyo objetivo es renovar la deficiente infraestructura de EE.UU. y crear puestos de trabajo en el sector manufacturero avanzado en regiones del cordón industrial [llamado rust belt o cinturón del óxido] como el oeste de Pensilvania, antaño el corazón de la industria siderúrgica del país. "No hay ninguna razón por la que las palas de los aerogeneradores no puedan fabricarse en Pittsburgh en vez de en Beijing", dijo Biden en un discurso. De Ohio a Georgia, también se está invirtiendo en el almacenamiento de energía de iones de litio, la tecnología que sustentará la electrificación del parque automovilístico estadounidense. En total, IRA ofrece u$s 369.000 millones en créditos fiscales, subvenciones, préstamos y subsidios, muchos de ellos garantizados hasta 2030. Los créditos también pueden venderse, lo que permite a los inversores con mucho dinero y suficientes obligaciones fiscales comprar el crédito, una forma de conseguir más capital para los promotores, rápidamente. Credit Suisse cree que el gasto público posibilitado por IRA podría alcanzar los u$s 800.000 millones, y el u$s 1,7 billón si se incluye el gasto privado generado por los préstamos y subvenciones. Según los desarrolladores, las desgravaciones fiscales han hecho que los proyectos marginales resulten repentinamente más económicos. Una fábrica de baterías puede generar créditos fiscales de hasta el 50% de los costos principales, si cumple varios criterios, entre ellos los requisitos salariales vigentes, el abastecimiento nacional de materiales y la ubicación en una comunidad de combustibles fósiles. Esto puede traducirse en una reducción efectiva de entre el 60% y el 65% del valor de mercado de un proyecto, según el estudio de abogados Vinson & Elkins. Wood Mackenzie calcula que la inversión en almacenamiento de energía se triplicará con creces a fines de la década, hasta alcanzar los u$s 15.800 millones. La capacidad de almacenamiento de energía pasará de 5 GW a 25 GW anuales en 2030, suficiente para abastecer a casi 20 millones de hogares. Aunque también existen importantes subsidios para la energía eólica y solar, el mayor impacto de IRA puede producirse en tecnologías que aún no han alcanzado la escala necesaria, como la captura de carbono y la bioenergía. En el caso del hidrógeno verde, una posible alternativa limpia al gas natural en industrias como la siderúrgica, los subsidios eliminan aproximadamente la mitad del costo del proyecto, lo que hace que EE.UU. deje de ser un segundón mundial a ojos de los desarrolladores y se convierta en el destino más atractivo para futuras inversiones. Para Europa, que espera que el aumento del suministro nacional de hidrógeno verde acelere la descarbonización y ayude a sustituir la pérdida de gas natural ruso, EE.UU. representa ahora una amenaza. Los incentivos estadounidenses son tan amplios -exenciones fiscales para todos los eslabones de la cadena de suministro de hidrógeno ecológico- que para la UE será difícil competir, dicen los analistas. "Si nos fijamos en el precio al que un proyecto de hidrógeno verde bien situado, digamos en Texas, que exporte a través del puerto de Corpus Christi, podría generar hidrógeno verde si puede acceder a energía renovable de bajo costo, es bastante intocable", dice Scaysbrook. "Es una ventaja comercial bastante potente". Obtener una ventaja similar sobre China, sin embargo, será mucho más difícil. Alrededor de dos tercios de las baterías para autos eléctricos del mundo y casi tres cuartas partes de todos los paneles solares se producen actualmente en China, según la Agencia Internacional de la Energía. BloombergNEF calcula que China invirtió u$s 546.000 millones en su transición energética en 2022. Mientras tanto, también falta el suministro nacional de materias primas, piezas y capacidad de procesamiento. Las refinerías de litio, níquel y cobalto para las baterías; los materiales de tierras raras para los módulos solares; las góndolas y monopostes para la energía eólica marina... casi todo puede obtenerse más barato en el extranjero. Juntos, China y Europa producen más del 80% del cobalto mundial, mientras que Norteamérica representa menos del 5% de la producción, según la AIE. China también produce el 60% del litio refinado del mundo. "Los alemanes fabrican mucho. Los chinos fabrican mucho. Así que seguimos enfrentándonos a la ironía de que para que IRA tenga éxito a corto plazo, se sigue dependiendo mucho de China", afirma Scaysbrook. Ya se han hecho algunos progresos. El mes pasado, GM anunció u$s 650 millones para explotar la mina de Thacker Pass, en Nevada, la mayor fuente conocida de litio de EE.UU. Honda, Hyundai, BMW y Ford han anunciado planes multimillonarios para construir baterías en EE.UU. tras la aprobación de IRA. Pero es una gota en el océano comparado con la magnitud del dominio chino. Wood Mackenzie calcula que EE.UU. representará el 13% de la fabricación de baterías de litio a fines de esta década, lo que supone sólo una revisión al alza del 3% respecto a las previsiones anteriores a IRA. Asia-Pacífico seguirá representando dos tercios. "Hay tantos componentes cuando se piensa en construir energía solar y eólica. No va a ser realista pensar que EE.UU. vaya a ser totalmente autosuficiente en ese sentido", afirma Marlene Motyka, responsable de energías renovables en EE.UU. de Deloitte. Para arrebatarle a China el título de superpotencia de las tecnologías limpias será necesaria una extraordinaria expansión de la infraestructura, pero no todos los estadounidenses lo ven con buenos ojos. Puede que EE.UU. tenga el régimen de subsidios más generoso de Occidente y que su gobierno esté comprometido con la deslocalización de las cadenas de suministro, pero los permisos para construir cosas son harina de otro costal. Los esfuerzos del Congreso por flexibilizar las normas no han progresado mucho, lo que deja a los estados y a las autoridades locales con un poder considerable para bloquear proyectos. Algunos defensores del clima y conservacionistas temen que un régimen de permisos más laxo fomente más proyectos de combustibles fósiles, como los oleoductos que busca la industria petrolera. Pero la construcción de infraestructura a través de las fronteras estatales -fundamental si se quiere conectar regiones ventosas y poco pobladas como Oklahoma con los grandes centros de consumo de las costas- es especialmente difícil. Paul Bledsoe, exasesor de Clinton en la Casa Blanca que ahora trabaja para el Progressive Policy Institute de Washington, afirma que la "esclerosis crónica" de las actuales normas de concesión de permisos significa que, para cuando los proyectos han cumplido todas las condiciones que se les exigen, alrededor del 95% de ellos se han visto retrasados en cinco años o más. Esto podría limitar el potencial ecológico de la legislación. Aunque los modelos sugieren que la ley podría permitirle a EE.UU. reducir para 2030 el 45% de las emisiones en comparación con 2005 -lo que se acercaría al objetivo del gobierno de Biden de entre 50% y 52%- la lentitud en la concesión de permisos podría reducirlo al 35%, afirma Lott, del CGEP. "Hasta que no resolvamos estos problemas, no importa cuántos créditos fiscales a la producción o incentivos se ofrezcan, hay que ser capaz de construir para poder beneficiarse de ellos", añade. Dada la brevedad de los plazos para poner en marcha los proyectos -tanto para capitalizar los créditos fiscales de 10 años como para cumplir los objetivos de descarbonización de la administración Biden-, la escasez de trabajadores es otro problema acuciante. "Tenemos otra generación de megaproyectos por delante y el mercado laboral ya está al límite", afirma Anirban Basu, economista jefe de Associated Builders and Contractors (ABC). ABC calcula que EE.UU. necesitará incorporar medio millón más de trabajadores de la construcción en 2023, además del ritmo normal de contratación, para satisfacer la demanda: una señal de que la energía limpia está creando empleo, pero una perspectiva alarmante para los desarrolladores. Sin embargo, algunos de los créditos fiscales de IRA también dependen del pago de los salarios vigentes y de la inclusión de aprendices en la mano de obra, medidas diseñadas explícitamente para responder a las quejas de larga data de los trabajadores estadounidenses -que han visto cómo los puestos de trabajo se "enviaban al extranjero" durante décadas de globalización- pero que también están aumentando los costos. "En realidad, estas normas van a socavar la agenda de energía limpia de la administración Biden en su conjunto", afirma Ben Brubeck, de ABC. El ritmo de la transición energética en EE.UU. dependerá de si la administración Biden está dispuesta a ceder en alguno de los objetivos de su amplia legislación sobre energía limpia. Incluso muchos de sus partidarios se preguntan cómo una política industrial para rejuvenecer el corazón manufacturero de EE.UU. puede ir de la mano de un esfuerzo por descarbonizar la economía en menos de una década, todo ello mientras EE.UU. adopta una estrategia geopolítica para competir con China en una nueva carrera por las energías limpias. Otros dicen que una cosa no puede suceder sin las otras. O Biden aseguraba que la lucha por el clima traería puestos de trabajo para los estadounidenses, o éstos se olvidarían del clima. O se rompía la dependencia de las cadenas de suministro extranjeras, o EE.UU. quedaría relegado en el nuevo orden energético mundial. "Este es el futuro de una legislación climática ambiciosa que realmente pueda aprobarse", afirma Sonia Aggarwal, exasesora climática de Biden que ahora dirige el think tank Energy Innovation. "Tenemos que ser realmente más holísticos. Sin incluir las políticas de los trabajadores, y sin incluir esta perspectiva global más amplia de hacia dónde vamos, no tendríamos la política climática en absoluto".