Cuando los historiadores estudien la campaña de las elecciones generales británicas de 2015 bien podrán describirlas como las elecciones del miedo. No sólo porque la mayoría de los líderes de los partidos acudieron casi totalmente a campañas negativas y al temor, sino porque los dos partidos principales también mostraron que le tienen miedo a los votantes que supuestamente debían atraer.

Tanto el Partido Laborista como el Partido Conservador llevaron adelante campañas diseñadas para proteger a sus líderes del público en general y evitar encuentros espontáneos que pudieran cuestionar su entereza o desviar la atención del mensaje del día.

Los habituales encuentros con los medios de comunicación también estaban celosamente controlados; los ómnibus de campaña (que transportan por todo el país a un candidato junto con comentaristas políticos y periodistas durante las campañas electorales) se descartaron casi por completo; las conferencias de prensa diarias desaparecieron, como para evitar que el tema del día fuera secuestrado por preguntas inoportunas. La mayor parte de los eventos proselitistas de David Cameron y Ed Miliband fueron actos de campaña cuidadosamente organizados. Los conservadores transformaron hasta rincones de oscuros almacenes para que parezcan mítines ante las cámaras de televisión. Miliband tomó la costumbre de hacer sus presentaciones desde detrás de un atril, incluso en el medio de un campo.

Las ocasiones en las que los líderes se presentaron ante los votantes se llevaron a cabo en oficinas, supermercados y escuelas donde se esperaba que los empleados se comportaran correctamente. El gabinete y los miembros del gabinete en las sombras trabajaron silenciosamente en las regiones, pero pocos se merecieron atención nacional.

Ni las campañas negativas ni la politiqueo preventivo son fenómenos nuevos, pero parecen haber alcanzado un cenit en esta elección.

La consecuencia ha sido una campaña nacional de implacable esterilidad, marcada por artimañas cada vez más extrañas, como las promesas de campaña de Miliband "electorales en piedra" o su visita a la casa del comediante Russell Brand.

Durante una de las pocas veces que vimos a los líderes frente al público en Question Time cobraron vida: fueron entusiastas, persuasivos y elocuentes.

Eso no debería sorprender; estos caballeros son actores políticos experimentados. No cabe ninguna duda de que están capacitados para manejar una pregunta difícil.

Los votantes de mayor edad recordarán a John Major frente a las multitudes desde su tarima en la campaña de 1992. Sería trillado decir que con esa presentación ganó las elecciones, hubo otros factores más importantes que influyeron. Pero consolidó entre la gente la impresión de que era un hombre decente dispuesto a salir a la calle y trabajar para ganar votos. La ironía más significativa es que esta nueva separación alimenta el aislamiento que lleva a los votantes a inclinarse por partidos menores y figuras alternativas. Los votantes no confían en los líderes del partido, se sienten cada vez más alejados de ellos, por lo que son cada vez más hostiles y exigen garantías cada vez más explícitas en las que todavía no creen, lo que obliga a los líderes a incrementar sus piruetas verbales para evitar decirle al electorado verdades que no desean escuchar.

Los votantes no están libres de toda culpa. La gente exige honestidad por parte de los políticos, pero se muestra reacio a recompensarlos cuando la demuestran.

Tenemos los políticos que nos merecemos. Existe una alternativa, como lo demostró Escocia. Puede que haya circunstancias especiales, pero el Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) ha prosperado ofreciendo una visión y una razón para que los votantes se entusiasmen. Nicola Sturgeon, del SNP, no se escondió del público, condujo su campaña con brío y salió aún más fortalecida por haberlo hecho. El laborista Jim Murphy y la conservadora Ruth Davidson también notoriamente se han relacionado con los votantes. Su impacto puede que sea limitado en esta ocasión, pero ambos lograron mejorar en gran medida su reputación.

Hoy tras los comicios, uno de los partidos será casi reivindicado, pero sólo de acuerdo con los estándares favoritos de los profesionales de la política: dirán algo como "un voto más es suficiente" y "las victorias se obtienen con arduo trabajo".

Sin embargo, los líderes más eficaces son mucho mejor que todo eso. Ellos buscan el afecto de todo el electorado.

En su discurso final como líder, Tony Blair les dijo a sus seguidores: "La base de votantes de este partido no se encuentra en la región central, ni en los centros urbanos, ni en cualquier interés sectorial o grupo de lobby. Nuestra base de votantes está a lo largo de todo el país".

Mientras los principales partidos no tengan la audacia suficiente para resucitar este principio, ninguno de ellos podrá tener la esperanza de recuperar una mayoría parlamentaria.