
Después del sorpresivo triunfo electoral de Hassan Rouhani el verano boreal pasado, parecía que había llegado la paz en la República Islámica. Consternados por su derrota en los comicios de los que se habían creído vencedores, el ala dura de Irán quedó estupefacta y se llamó al silencio.
Sin embargo, a seis meses de la presidencia de Rouhani la escena política de Irán otra vez suena familiar. Los intransigentes emergieron de su estupor y tratan de poner fin a la luna de miel de Rouhani.
Los que quedaron en shock tras las elecciones están buscando oportunidades para soltar su angustia, explicó un ex funcionario que simpatiza con Rouhani.
Por ahora, los ataques son burdos. Y el presidente no muestra señales de ceder a la presión. Después de ignorar las críticas por un tiempo, últimamente reaccionó con mayor hostilidad, recurriendo a su base popular su activo más sólido para recalcar la táctica de los intransigentes.
Por ejemplo, la semana pasada el presidente recurrió a Twitter, que está oficialmente prohibido en Irán, para acusar directamente al director de la transmisora estatal de obstruir la televisión de su discurso al pueblo.
La polémica con la TV estatal fue el último de una serie de ataques del ala dura entre los que se encuentran amenazas parlamentarias que cuestionan ministros del gobierno de Rouhani, restricciones a la publicación de nuevos medios reformistas y un incremento en la cantidad de personas ejecutadas por cometer delitos.
El problema para los intransigentes es que su jefe, el líder supremo Ayatollah Ali Khamenei, prestó su apoyo al acuerdo nuclear (en el que Irán acordó limitar grandes elementos de su programa a cambio de una modesta reducción en las sanciones internacionales) obligándolos a buscar otros blancos de ataque. Por lo tanto, cualquier percance del gobierno, aunque pequeño, ahora se aprovecha para culpar al presidente, incluyendo la complicada puesta en marcha de un programa de distribución de alimentos a los pobres.
Los fundamentalistas tienen instituciones poderosas a su disposición, desde el poder judicial hasta altos funcionarios en el ministerio de inteligencia y el canal de TV estatal. Y se juegan mucho antes de la batalla por las elecciones parlamentarias de 2016.
Su objetivo es retratar a Rouhani para esos comicios como un presidente sin poder, con la idea de debilitar su legitimidad popular. El guión es similar al que utilizaron hace una década cuando era presidente el reformista Mohammad Khatami.
Sin embargo, para algunos intransigentes, Rouhani podría ser una amenaza más inmediata. Lo que más piden los iraníes son intentos por reformar una economía devastada por la mala administración de su predecesor (y por las sanciones internacionales), lo cual podría poner en peligro intereses particulares.
Su administración ya empezó a estudiar el misterio del faltante de miles de millones de dólares despilfarrados por el anterior gobierno de Mahmoud Ahmadi-Nejad en su intento por esquivar las sanciones financieras.
Por ahora, Rouhani aún puede contar con el apoyo del líder supremo, quien el sábado advirtió que hay que darle tiempo al nuevo gobierno, pero este respaldo depende en gran medida de si el presidente puede garantizar un acuerdo nuclear a más largo plazo que conduzca a la eliminación de las sanciones.
La próxima semana comienzan las negociaciones en torno a un acuerdo final.
Si gana en el tema nuclear, obtendrá mucho capital político que hoy es su gran apuesta, aseguró Trita Parsi, directora del Consejo Nacional Norteamericano-Iraní, que hace lobby en pos de la interacción con Irán.
Mientras tanto, Rouhani seguirá recibiendo más balas intransigentes a medida que seguramente se intensifique la pelea de poder.











