

Nadie podrá decir que la mitología peronista no ejerce una atracción poderosa y fascinante en Cristina. La agrupación militante que lidera su hijo Máximo ha sido bautizada con el apellido de Héctor J Cámpora, el presidente que se creyó heredero de Perón durante 49 días. Ha hecho cambiar el diseño de los billetes de 100 pesos para estamparle la efigie de Evita. Y ahora disfruta del último deja vu del peronismo. Como el General en la década del 50 con el Mono Gatica, la Presidenta tiene a su propio boxeador campeón de cabecera. Sergio Martínez, a quien algún cronista olvidado bautizó Maravilla.
El campeón de peso mediano estuvo esta semana en la Casa Rosada. Cristina aprovechó para calzarse el cinturón dorado que ilustra esta página y para escribir otro capítulo de la novela de su gestión que va contando en tweets de 140 caracteres. Estaba un poco averiado, como en la batalla naval. Fractura en la mano, un corte en la ceja y un moretón leve en un ojo. Pero navegando en superficie y con la bandera argentina ondeando. Very, very good. Las frases de la Presidenta, very good incluído, describieron así al boxeador que el sábado pasado retuvo el título mundial en el estadio de Velez Sarsfield.
Hasta ahora, con dos triunfos que mostraron cierto dramatismo y hasta alguna duda en el fallo de los árbitros en la pelea del último fin de semana, a Maravilla le ha ido bastante mejor que al Mono Gatica. Apareció en el salvaje universo mediático en septiembre de 2012 y enloqueció de fanatismo a una sociedad necesitada de épicas. Sin el brillo de las glorias retro del box como Víctor Galíndez o Carlos Monzón, Martínez se las arregla con cierta bravura en el ring y con un desempeño ante la TV que no tiene nada que envidiarle al mejor Ringo Bonavena.
El kirchnerismo lo agarró al vuelo a Maravilla y se le prendió como el tigre a la gacela. A fines del año pasado, Cristina lo entrevistó por una de sus cadenas oficiales. El estaba en Madrid y ella en Casa de Gobierno junto a la muchachada del aplauso fácil. Voy a pelear con un inglés..., le avisó el campeón a la Presidenta desatando un guau que activó de inmediato los tentáculos del entrenado aparato financiero kirchnerista. ¿Qué más podía pedirse que un combate contra un fucking británico? Música de fondo malvinera; auspicios millonarios de YPF y de Aerolíneas, y transmisión por la tele estatal. Perón no lo hubiera hecho mejor.
Es que Perón había tenido también su boxeador favorito. José María Gatica había llegado de San Luis para combatir su miseria como niño lustrabotas. Se abrió paso a las trompadas hasta que le vieron condiciones para subirse al ring. Debutó en el Luna Park en diciembre de 1945 mientras el peronismo irrumpía en la Argentina de posguerra. En ese mismo escenario conoció al General y pidió, arrogante, que lo fuera a ver al camarín. Gatica y Perón, dos potencias se saludan..., fue la frase que inmortalizó el Mono y que Leonardo Favio llevaría al cine con imágenes tan bellas como violentas.
Como Cristina acá con Maravilla, Perón financió la aventura boxística de Gatica hacia los Estados Unidos. Pero el sueño duró casi nada: un triunfo pasajero en 1951 y poco después una derrota en el primer round con el local Ike William en el Madison Square Garden de Nueva York. Sin título y sin gloria, el Mono se derrumbó rápido hasta toparse con el rencor del antiperonismo que disfrutó de su caída. Lo contrató como monigote en su restaurante Eduardo Prada, quien había sido su archirrival en los días en que lo aclamaban las multitudes. Luego una derrota ficcionalizada con Martín Karadajián y el final triste en medio de la miseria.
Los funerales del Mono Gatica fueron, sin embargo, su reivindación por los miles de argentinos que fueron a despedirlo a la Federación de Box en noviembre de 1963. Tenía 38 años y la parábola de su vida le sirvió al peronismo mientras surfeó sobre el éxito y a quienes estaban en la otra vereda cuando comenzó a rodar por la pendiente.
Maravilla tiene la misma edad en la que el Mono encontró la muerte. La muñeca quebrada y los pómulos cortados que le dejó la batalla con el inglés Martin Murray permiten arriesgar que su trayectoria profesional no será mucho más extensa. El boxeo es el más cruel de los deportes aún para aquellos como Gatica y Martínez, acostumbrados a enfrentar a los rivales con la guardia baja y a la opinión pública con la confianza de los ganadores eternos. Pero la victoria es tan efímera que ni siquiera la cercanía con el poder puede ponerlos a salvo del ocaso.













