

La provincia de Buenos Aires sigue siendo la madre de todas las batallas de cara a las elecciones nacionales. Con la provincia totalmente polarizada entre la candidata oficialista, María Eugenia Vidal, y su competidor opositor, Axel Kicillof, y sin la opción del ballottage, las PASO se presentan como una suerte de primera vuelta que va a marcar el ritmo de la campaña de cara a octubre.
Ayer se realizaron los cierres de una campaña en donde Vidal intentó no ser Macri y Kicillof nunca dejó de ser Cristina Kirchner. La gobernadora que busca su reelección tiene como cabeza de boleta al rostro del ajuste, el desempleo y la pobreza que tanto golpea en el Conurbano bonaerense y en las grandes urbes de la provincia como Mar del Plata y Bahía Blanca, por lo que la gran apuesta de Juntos por el Cambio es en las intendencias que maneja y en los sectores agrarios. Por el otro lado, Kicillof lleva la imagen de un rostro más amable para los sectores medios y bajos de los votantes urbanos.
Pero la provincia no sólo es importante desde el punto de vista de los números sino que también tiene un componente emocional de cara a una posible segunda vuelta para el cargo a presidente.
En 2015 cuando Vidal pegó el batacazo y rompió con una hegemonía de 28 años del peronismo en la provincia, lo hizo con casi el 40% de los votos y fue fundamental para el cambio de clima que permitió a Macri dar vuelta la elección nacional.
Su competidor, Aníbal Fernández, alcanzó el 35% mientras que el candidato a presidente del Frente para la Victoria, Daniel Scioli, casi el 37%, lo que dio muestra de un alto corte de boleta a favor de Vidal.
Hoy la situación no sería la misma, ya que la gobernadora podría sufrir el armado de la boleta, porque así como Cristina Kirchner le suma votos a Kicillof, Mauricio Macri, se cree, funciona como un ancla para Vidal.













