

Es triste cuando en la Argentina se repiten las mismas miserias. Es triste pero también explica las dificultades del país adolescente para crecer. La tristeza de este día tiene que ver con Cristina. La Presidenta no termina de comprender la magnitud del fenómeno que encierra la Marcha del Silencio que hoy atronará en homenaje a la muerte de Alberto Nisman. Y no lo entiende porque su evolución personal se ha detenido. No entiende la marcha como no entendió el dolor de la tragedia de Once, ni las inundaciones de Buenos Aires y La Plata ni las muertes por saqueos en diciembre de 2013. Nunca entendió que los reclamos clamaban por un Estado más presente. La demanda urgente era por volver a la racionalidad y por clausurar la cultura de la confrontación.
Ni Cristina ni sus ministros pueden entender por dónde pasan hoy las preocupaciones de los argentinos. El encierro, producto de la ideología para algunos y para otros producto de la búsqueda afanosa de la prosperidad personal, los llevó a elegir el camino más fácil. El de la conspiración, el traje que tan bien le cae a la percha del kirchnerismo. Acusar de conspiradores y de golpistas a quienes le están reclamando transparencia e institucionalidad es el modo más burdo de enfrentar una crisis de credibilidad como la que afronta el Gobierno.
Es el mismo sendero que eligió Alfonsín en el final caótico de su presidencia. O el que eligió Menem cuando el crimen de Cabezas marcó con sangre las falencias de su década. Es el que sigue eligiendo De la Rúa para justificar el epílogo imperdonable de la Alianza. O el que, equivocadamente, creyó adivinar Duhalde detrás de los asesinatos de Kosteki y Santillán. Todos ellos fallaron en la evaluación de sus momentos críticos como falla ahora Cristina en esta estrategia de la decadencia.
La muerte de Nisman es el punto de inflexión de una sociedad anestesiada. Es el límite preciso que queda más claro cuando se acaba una vida sin explicaciones. Y sobre todo la vida de un fiscal que investigaba a la Presidenta y a varios de sus seguidores por los nexos impunes del ataque a la AMIA. El final de Nisman conmovió los resortes oxidados de un entramado social que descansaba cómodo sobre el colchón del crecimiento con inflación y sin redistribución de ingresos. Hasta que la tragedia nos volvió a retratar como la Argentina perdida en el laberinto de un Estado mafioso.
La Marcha del Silencio de hoy será mucho más que los fiscales que la convocaron. Mucho más que los líderes opositores que irán en su retaguardia. Mucho más que cualquier oportunista que se sume o algún golpista que la celebre. El silencio de hoy será el de las hijas, la madre y la ex esposa de Nisman. Esa es la dimensión humana que se le escapa a Cristina. Su muerte, por la que todavía no hizo ningún duelo, se va convirtiendo en el motor ciudadano de una sociedad más despierta y más consciente de las verguenzas que aún debe superar.













