Que lo mejor había pasado, que se había desinflado, que estaba lejos de las dos coaliciones principales. Las previsiones que desconfiaban de la performance electoral de Javier Milei fallaron. Pero las que eran optimistas sobre la cantidad de votos que podría llegar a obtener también: hasta los más convencidos se asombraron con el aluvión de boletas que abrieron las autoridades de mesa que contenían al león.

Las buenas noticias habían comenzado a llegar relativamente temprano al búnker de La Libertad Avanza. El hotel Sheraton Libertador, en la avenida Córdoba y Maipú, en el barrio porteño de Retiro, fue el escenario en el que se mezclaron el optimismo y con la cautela pasadas las 18 horas. Nadie quería celebrar antes de tiempo. Aunque las sensaciones, sin dudas, ya eran buenas.

Con Milei recluido en el piso 21 desde las 15 horas -llegó al hotel después de votar-, el primer referente de peso en llegar al búnker fue Ramiro Marra, candidato a jefe de gobierno porteño, casi a las 19 horas. En principio se ocupó de criticar al gobierno porteño por la elección concurrente. "Estamos muy preocupados institucionalmente por lo que pasó, siempre vemos las mañas de los políticos tradicionales". Al igual que su referente nacional, Marra tampoco perdió la oportunidad de denunciar y diferenciarse con la casta.

Con el paso del tiempo, los rumores corrían con más fuerza. La elección parecía ser mejor de lo pensado. Algunos aseguraban estar cerca de los 30 puntos a nivel nacional, con resultados sorprendentes en algunas provincias, como Córdoba, Santa Fe, Neuquén y Tierra del Fuego.

Ya pasadas las 21 horas, momento en el que a priori podrían llegar los datos oficiales, la espera se hacía más ardua. Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta, fue la primera en subir al escenario, escoltada por Marra y por Carolina Píparo, candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires. En medio de una euforia todavía contenida, Villarruel confesó que estaban viviendo un momento "histórico para todos nosotros, impensable", y presionó al gobierno para que comiencen a dar los primeros números oficiales.

Esos números llegaron. Las pantallas del salón principal del hotel se vieron invadidas: Milei había superado los 31 puntos. Era el candidato más votado. Le había ganado a Juntos por el Cambio y a Unión por la Patria. Incluso a la suma de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta y a la de Sergio Massa y Juan Grabois. No había muchas lecturas posibles: era el gran ganador de las primarias.

Y con la llegada de los números, una suerte de estruendo, una euforia contenida por varias horas. Ya era oficial. Ya se podía cantar y festejar. A "la casta tiene miedo" se le sumó el "que se vayan todos, que no quede ni uno solo". Se intercalaban los alaridos de "viva la libertad carajo", el gran grito de guerra elegido por la tropa libertaria.

Cuando faltaban 20 minutos para las 12 de la noche, el momento esperado llegó. Milei se hizo presente por primera vez en el búnker. Tomó el escenario rodeado por varios candidatos más del espacio: Alberto Benegas Lynch, Diana Mondino, Marcela Pagano y Juan Nápoli lo escoltaban. Además de, obviamente, Karina Milei y Carlos Kikuchi, los cerebros detrás de la campaña.

"Somos el vehículo idóneo no solo para terminar de sepultar al kirchnerismo, sino que somos los únicos que estamos en condiciones de sacar a la Argentina adelante", lanzó el diputado ante la euforia del público.

Se mostró esperanzado ante los resultados: victoria en 17 de los 24 distritos y un cálculo legislativo que llegó a ocho senadores y 35 diputados nacionales. "Esta alternativa dará fin al kirchnerismo, a la casta política parasitaria, chorra e inútil que hunde a este país", agregó.

Pero, a la vez, Milei no dejó su costado académico. Habló de economía y de historia. Volvió a rescatar la importancia de "el jefe", su hermana Karina. Y a sus cinco "hijos de cuatro patas", que son sus perros. El candidato no dejó dudas, y dijo estar convencido de que lograrán la victoria en la primera vuelta.

Exultante, MIlei prometió seguir festejando con la militancia, que no dejaba de cantar "que se vayan todos". Cuando terminó su discurso, en la calle se oían bocinas y gritos. Y en el salón del búnker comenzó a sonar un tema de Bersuit: Se viene el estallido.