Aunque entre ambos problemas hay un vaso comunicante, el Gobierno se siente más urgido por contener (y en lo posible revertir) la sangría de dólares que por atacar la inflación. Las importaciones crecientes de energía y la cuantiosa salida de divisas que demanda atender el gasto de los argentinos en el exterior no dejan un plazo muy largo para actuar.


Los funcionarios que gestionan la economía tienen en claro que una baja excesiva en los activos del Banco Central impondrá una corrección del tipo de cambio, disparando la demanda de dólares y los precios. La población querrá tener menos pesos, y así el Tesoro perderá capacidad de financiamiento.


Las recetas para detener este deterioro estarán marcadas por la visible falta de cohesión en el equipo de Cristina. Hernán Lorenzino y Mercedes Marcó del Pont parecen dispuestos a hacer valer la autoridad que le confieren sus cargos, un margen que no tienen ni Guillermo Moreno ni Axel Kicillof. Los dos primeros son proclives a profundizar políticas que faciliten el ingreso de dólares, y a fijar límites racionales al gasto turístico. Apuntan a un remedio que no empeore la enfermedad (como lo fue el cepo cambiario).


Si Cristina se recupera pronto, las recetas volverán a promediar las opiniones. Si se extiende el reposo, la última palabra la tendrán los que firmen las medidas.