

Nunca sucedió algo igual en 32 años de democracia: un vicepresidente de la Nación (Amado Boudou, claro) investigado por corrupción, procesado, convertido en el dirigente con peor imagen del país y repudiado por toda la oposición, que ya no acepta tratar las leyes en el Senado mientras presida las sesiones el funcionario al que la Presidenta imagino alguna vez como su sucesor.
Quizás Cristina se haya dado el gusto de enrostrarle a los opositores y a la sociedad misma que ella tiene el poder suficiente como para mantener a Boudou al frente del Senado pese al desgaste de su figura y a los cargos en su contra, que podrían elevar a dos e incluso a tres la cantidad de procesamientos judiciales que termine sumando el funcionario.
El apoyo sin fisuras del bloque oficialista más el de tres aliados circunstanciales le alcanzaron al Gobierno para pasar la prueba de ayer. Pero es evidente, a esta altura, el fastidio que la maniobra de exhibición del vapuleado Boudou le causa a los resignados dirigentes peronistas que conservan esperanzas de mantenerse en el poder más allá de 2015.












