El sindicalismo peronista corroboró ayer que, cuando se une, su capacidad para paralizar el país sigue siendo poderosa y temible. Sin embargo, nada sugiere que la dirigencia gremial que apalancó la contundente jornada de protesta comparta en serio con un compromiso común y unívoco para avanzar en la unificación de las múltiples partes que dividen hoy al movimiento obrero.


Más bien las señales que quedaron flotando en el aire tras la huelga parecen evidenciar todo lo contrario. Y todas tienen en común la profunda desconfianza que subsiste y reina entre los principales líderes del mundo gremial.


La fragilidad de la alianza sindical que motorizó el cuarto paro contra la gestión de Cristina Fernández afloró apenas hubo que empezar a pensar en el día después de la protesta. Las cabezas visibles del frente de gremios del transporte, Omar Maturano y Roberto Fernández, claves para asegurar el paro de trenes y colectivos, desistieron de compartir la imagen central de la jornada con Hugo Moyano y en especial con Luis Barrionuevo.

Apenas Juan Carlos Schmid se presentó en Azopardo para guardar las formas, pero marcando cierta distancia.

Los transportistas se creen los verdaderos artífices de la huelga y se interpretan a sí mismos como la expresión de una renovación en serio en el liderazgo sindical. Ello exige, según recitan las principales voces del sector, insistir con un perfil independiente y "no dejar llevarse de las narices" por el camionero. "El paro lo hizo el transporte, lo de general lo agregarán otros", comentó anoche un referente de la CATT. Llamativo, pero el argumento fue el mismo que utilizó la Presidenta para desacreditar la medida de fuerza como una protesta orquestada en defensa de una minoría privilegiada de trabajadores, los que más ganan.


Tampoco la libertad de acción que Antonio Caló y otros gremios de la CGT oficial concedieron a sus afiliados para adherir al paro supone una decisión concreta de avanzar en la negociación de la unidad con Moyano y compañía. Esos gestos fueron un producto específico de la presión de las bases de sus respectivos gremios alcanzadas por los descuentos en Ganancias. Pero Caló y sus principales aliados siguen lejos de querer sentarse en la misma mesa del camionero. Allí también se impone la desconfianza.