

El año pasado tuve el honor y el privilegio de conocer nuestras Islas Malvinas. El primer contacto fue contradictorio, impacta la fuerte militarización de las Islas, algo absolutamente condenable, que se percibe apenas llegás al aeropuerto-base militar. Esto contrasta fuertemente con la sociedad civil del pequeño pueblo de Puerto Argentino.
Muchos aspectos motivaron este viaje, quiero referirme a dos de los principales. Uno, visitar la sepultura de un caído en la guerra muy especial para mis sentimientos, amigo y compañero de estudios.
El teniente Jorge Eduardo Casco era piloto de combate y fue derribado cuando luchaba contra los buques británicos, al noreste de Puerto Argentino. Tuve el inmenso honor de cumplir la promesa que le había hecho a su mamá de ir hasta su tumba a rezar una oración a su memoria y a la de todos los héroes de Malvinas, en el Cementerio de Darwin.
El otro motivo, también importante, intentar acercarme un poco más a la verdadera historia de lo que había ocurrido durante la guerra.
A lo largo de los años, he leído informes y oído infinidad de testimonios. También he escuchado versiones distorsionadas, muchas de forma inocente y otras veces tendenciosas. Esto fue iniciado por el propio gobierno militar, incluso antes del regreso al continente de nuestros soldados.
A veces se hace muy difícil interpretar hechos tan intensos y dramáticos, si uno no se ubica en el lugar donde ocurrieron y en este caso particular, bajo circunstancias geográficas y climáticas tan severas. El terreno de la acción y el clima son de gran ayuda para comprender ciertas cosas.
Estuve en las Islas la primera semana de junio, que fue la época en la que se produjeron los más duros enfrentamientos. Esto me permitió, dentro de lo humanamente posible, comprender el accionar heroico de aquellos que opusieron resistencia a las bien preparadas y armadas tropas inglesas; soportando el clima, el fuego de las baterías enemigas, la falta de alimento y la carencia logística. Así y todo, después de larguísimos sesenta días de padecimiento, combatieron tenazmente.
Recorrí las posiciones de nuestros soldados de primera línea, con mucho viento y bajo una llovizna persistente que a veces era aguanieve y otras, granizo un frío que nos calaba los huesos a nosotros, que íbamos abrigados, bien descansados y comidos comprobamos que los combates fueron en situaciones verdaderamente extremas. Hay monolitos rústicos túmulos de piedra, entre las posiciones de nuestros soldados que señalan el lugar preciso donde cayó un oficial o un soldado inglés y hasta una veintena de ellos.
En los montes Longdon, Dos Hermanas, Challenguer, Harriet, Tumbledown, Sapper Hill y también en Darwin y en San Carlos, todavía hoy, a treinta y tres años de aquella batalla, se encuentran los restos de la furiosa lucha que ahí se entabló.
Vainas servidas de proyectiles argentinos e ingleses, todavía esparcidos en proximidades de las trincheras. Esquirlas incrustadas en los parapetos. Jirones semienterrados en la turba que son testigos de lo que ahí ocurrió, rastros que aún resisten al tiempo. No hay que ser un especialista en estrategia militar para advertir que en esos cerros y entre esas rocas se desarrolló un drama tremendo; una lucha a muerte en la que se peleó hasta llegar prácticamente al cuerpo a cuerpo, hasta el agotamiento físico total.
Luego de haber vivido esta increíble experiencia, creo que visitar las tumbas de nuestros Héroes es un derecho humano que ningún sello de goma estampado en un pasaporte puede conculcar. El Cementerio de Darwin es un Monumento Nacional que debemos preservar y visitar por siempre, más allá de las opiniones, negociaciones o resoluciones que se tomen en los despachos de funcionarios o ministros.
La soberanía Argentina sobre las islas está fuera de discusión y es en el marco de la paz y a través de la diplomacia como vamos a recuperarlas, por eso este 2 de abril quiero rendirles mi más sentido homenaje a esos argentinos, al los que descansan en Darwin, en el Atlántico Sur, en nuestras Islas Malvinas.












