

Cualquier asalariado que tiene una cuenta corriente bancaria, sabe que tienen un límite de crédito proporcional a sus ingresos. Si debe usar todo el tiempo parte de ese margen y operar en descubierto para financiar gastos crecientes, sabe que un día esa chance se va a agotar. Su recurso extremo es endeudarse más con la tarjeta de crédito, pagando menos intereses y acumulando más saldo.
Un empleado con deuda sabe que si sus ingresos no aumentan en paralelo a sus gastos, tendrá que recortar alguno de estos para no crear una espiral de alto riesgo. Ni siquiera puede soñar con autorizarse un mayor nivel de endeudamiento.
El Estado, en cambio, está pasando por alto las señales de alerta con las que cualquier familia sabe que en algún momento tendrá problemas. Gasta a un ritmo muy superior al que recauda, y vive con un descubierto (déficit financiero) ascendente. Y en lugar de ajustarse, tarjetea a cuenta del BCRA.
En estos doce años, el Gobierno se volvió "gastomaníaco". Siente que lo impulsa un imperativo moral, que no debe estar condicionado por una restricción "técnica" como lo es la recaudación. La AUH debe subir lo necesario, no lo posible. Y si hace falta aumentar 900% el rojo fiscal, financiarlo a cualquier costo no es una traba. Sin embargo, la brecha que traducen estos números demuestra que no hay milagros disponibles: o se suma de un lado o se resta del otro. Como dice un ex ministro de Economía, la matemática no es de izquierda ni de derecha.














