

Actualmente, candidatos de variopintos partidos políticos, a lo largo y ancho del mundo, apelan al humor o al ridículo, más aún si están en plena disputa por los votos. Algunos de ellos lo hacen con éxito, y hasta logran revertir situaciones adversas o potenciales crisis comunicacionales. Esto permite dudar de aquel axioma tan propio del siglo XX: "En política, se puede hacer todo, menos el ridículo".
Un caso reciente es el de la congresista norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez, cuando un usuario en redes sociales intentó ridiculizarla compartiendo un video suyo siendo estudiante universitaria y bailando en una azotea. Ella respondió compartiendo un nuevo video, en el que baila, pero en su despacho. La secuencia despertó reacciones positivas y divirtió a la audiencia, al tiempo que la mostró feliz, humana y genuina.
Recientemente, circuló por las redes una foto del encuentro entre el senador Miguel Ángel Pichetto y el ex ministro Roberto Lavagna, quien llamó la atención no tanto por sus aspiraciones electorales sino por la audacia de su vestimenta: eligió lucir ojotas negras junto con unas medias blancas tres cuartos. La grotesca combinación inspiró comentarios y burlas en redes sociales, territorio donde este tipo de contenido resulta atractivo y convocante.
Existe evidencia suficiente para sospechar que no se trató de un descuido, sino de una acción que responde a una estrategia de instalación en medios tradicionales, medios digitales y electorado en general. La imagen no sólo lo convirtió en "trending topic" en Twitter, sino que fue replicada por canales de TV y diarios. A partir de ese momento, fueron muchos los que se preguntaron si lo votarían en las próximas elecciones. En definitiva, la foto lo puso en escena.
La movida también parece responder a una estrategia de diferenciación. Lavagna elige un calzado polémico desde el punto de vista estético pero cómodo desde el punto de vista funcional. Mientras tanto, Macri pasea por el sur argentino en "crocs", una moda incómoda pero lucida por estrellas de Holywood como Matt Dammon, Anthony Hopkins o Jack Nicholson.
A propósito de esto último, el sociólogo Pierre Bourdieu, en su libro "El sentido social del gusto", afirma que un acto tan individual y aparentemente "libre" como el gusto están atravesados por una lógica social, que legitima determinados usos y rechaza otros. El gusto por las "crocs" es un símbolo de distinción, de clase.Y despierta empatía no sólo entre iguales, sino entre quienes quieren serlo desde el punto de vista aspiracional. La vieja y conocida "clase media".
Pero volviendo al "Caso Lavagna", lo cierto es que el hecho comunicacional se adaptó "como anillo al dedo" a los formatos de comunicación y participación actuales, en donde el público exige autenticidad. Naturalmente, la gran incógnita es cuánto de este "lanzamiento" se traducirá en intención de voto. Más adelante tendremos alguna pista de ello, entendiendo que todavía falta mucho por definirse en materia de candidatos, partidos y ejes discursivos.
En la era de la posverdad, descreemos de todo y de todos. Es por ello que a ciertos políticos les cuesta ser parte del debate público. Las nuevas plataformas son una oportunidad para lograrlo, pero su carácter democrático puede ser un arma de doble filo. La creación de contenido sobreabunda y la necesidad de destacarse del montón es la que impera.
En el camino, se asumen riesgos y se juega al límite.













