

El Gobierno aceptó que para mantener sus chances electorales iba a tener que pagar nuevos costos, por una sencilla razón: se convenció de que seguir haciendo lo mismo podía truncar un proyecto de cambio de la Argentina por el que ya había sufrido un alto desgaste.
La gran pregunta que surge tras la difusión del paquete de medidas, es por qué ahora y por qué no antes. La primera respuesta es conceptual: el equipo que encabezan Nicolás Dujovne y Guido Sandleris no adhiere a las recetas intervencionistas, ya que se formaron bajo una mirada académica que defiende reglas amigables con el mercado. Algo similar le pasó a Fernando de la Rúa con Ricardo López Murphy, que jamás pensó en crear impuestos (lo que sí hizo su sucesor, Domingo Cavallo) o apelar a la caja de las AFJP como propuso Amado Boudou.
Pero esta concepción, sin embargo, ya había sido dejada de lado cuando para cerrar el acuerdo con el FMI, el Gobierno se impuso llegar al déficit cero con el aporte de las retenciones. Lo mismo se vio cuando se pasaron las subas del gas al verano.
El problema para Macri y su equipo fue que la ortodoxia monetaria, donde menos concesiones hizo el FMI, no dio el resultado esperado. La economía pagó el costo de una tasa exorbitante, pero no recibió su beneficio. Se impuso la incertidumbre y el dólar terminó por arrastrar todas las variables, con un Gobierno que solo podía observar sin actuar.
¿Hubiera sido distinta la película si este paquete se aplicaba febrero o incluso a fin de 2018? Es imposible saber si los involucrados lo hubieran aceptado. Con la preocupante foto de abril, el FMI también se resignó a tolerar este giro y a aceptar más déficit fiscal: no fue necesario violar el acuerdo. Queda claro que prefieren seguir hablando con Macri en 2020.














