Desde anoche, en la Argentina habrá un antes y un después del debate presidencial. Ni la penosa ausencia de Daniel Scioli, ni la injustificable ausencia del Estado en la transmisión a través de la TV Pública ni el individualismo imperdonable de los canales de mayor audiencia de la televisión privada podrán empañar el impacto y la savia institucional que le inyectaron a la sociedad la confrontación pública de ideas y de propuestas a la que se sometieron 5 de los 6 candidatos a gobernar nuestro país.

En la evaluación política y electoral del debate, el foco estaba puesto sobre Mauricio Macri y Sergio Massa, los dos candidatos opositores con chances serias de disputarle la presidencia a Scioli. La falta de gimnasia confrontativa de los contendientes y la imposibilidad de cruzarse directamente que establecían las reglas consensuadas por todos, contribuyeron a que no hubiera disputas cargadas de mayor tensión y agresividad. Macri fue el que puso más enfasis sobre la necesidad de cambiar el statu quo económico e institucional impuesto por los 12 años de kirchnerismo. Y Massa fue el más enérgico al hablar de seguridad y el que logró el momento más atractivo de la noche al convocar a un minuto de silencio para remarcar la ausencia de Scioli. Un tropiezo que puede ser menor en las encuestas que lo favorecen pero que el candidato kirchnerista podría lamentar en esta carrera en la que cada punto de más o de menos tiene importancia decisiva.

Si Macri y Massa tenían en sus planes aprovechar el debate para sacar distancias fundamentales el uno del otro, ninguno de los dos logró establecer concretamente esa diferencia fundamental. Al contrario, más allá de concentrar la atención de una audiencia muy importante (cerca de dos millones de televidentes y usuarios, distribuídos en 15 puntos de rating que cosecharon la transmisión de América TV, del Canal 26 y el streaming de cronista.com y otros sitios de internet de los diarios), Macri y Massa también cargaron con las acusaciones vinculadas a denuncias por casos de corrupción y por falta de asistencia al Congreso que prefirieron eludir o responder en forma elíptica cuando Margarita Stolbizer o Nicolás Del Caño los exigieron con sus preguntas. Quedó para Adolfo Rodríguez Saá el rol del candidato más deslucido, debido a las consignas demasiado generalistas que eligió en cada ocasión o al ritmo más cansino que abrigaron sus respuestas y sus argumentos.

Lo que quedó claro con el debate presidencial es que no era tan difícil. Que las excusas de Scioli para asistir y las del Gobierno para darle al debate el apoyo de las herramientas del Estado son insostenibles. Quedó claro el compromiso de los candidatos que se comprometieron y que debatieron. Que expusieron sus argumentos y sus debilidades. Y quedó claro que un sector muy significativo de la sociedad acompañó con su interés a través de los medios de comunicación y de las redes. Está claro que el pueblo todavía quiere saber de qué se trata. Aunque haya protagonistas que todavía prefieren retacearle la información imprescindible de cómo van a administrar nada más y nada menos que el destino y el futuro de sus vidas.