Al cierre de la visita de la plana mayor del gobierno a Brasil, la frase de Luiz Inacio Lula Da Silva al lado de Alberto Fernández en la que le dice "te vas tranquilo, pero sin dinero" debe ubicarse bien arriba en el ranking de los peores momentos que pasó un jefe de Estado argentino en el largo historial de andar mangando asistencia financiera.
Tal vez no lo pensó así, e incluso la carcajada que soltó al instante el Presidente implica que nadie lo tomó mal, pero que el referente regional del progresismo, el tipo al que fuiste a ver a la cárcel, te responda que "hablará en el Congreso a ver qué se puede hacer" para ayudar al país mientras sus técnicos piden "garantías" para la operación, casi como si fueraPfizerantes de venderte vacunas, no solo es un revés fiero ante una negociación urgente de un crédito para importar en reales sin afectar reservas.
También refleja una asimetría de fondo: el que aplica durante años una política económica consistente, aún con mil problemas, tiene mayores grados de libertad para moverse.
Por decirlo de otra forma, en estas últimas tres semanas la Argentina comprobó una vez más que los que tienen estabilidad macroeconómica negocian mejor ante las potencias y están menos atados frente a las exigencias de la geopolítica (término que garpa mucho en la política porque parece que junás de temas tipo recursos naturales, seguridad y tecnología).
Se trata de una verdad que re daría para una clase magistral de esas que suele dar la vicepresidenta Cristina Kirchner con un mensaje que casi siempre incluye retórica de resistencia "ante los poderes fácticos" y la defensa de recetas económicas como mínimo cuestionables si se razona que durante su aplicación hasta 2015 volvió la inflación de dos dígitos y se agotaron los dólares hasta tener que imponer restricciones, known as cepo. Es un combo recitado con pasión pero que te llevó a una inestabilidad que a la larga te regala.
En la última presentación en La Plata, de hecho, otra vez hubo un microresumen de esa combinación de rebeldía y pifie, que te daban ganas de agarrarte de los pelos. Tras repetir que el déficit fiscal no tiene nada que ver con la inflación (sin reparar en cómo se financia si tenés o no tenés moneda o crédito), Cristina resaltó que el problema de los precios tiene que ver con la concentración en manos de una veintena de empresas del 74% de la oferta de bienes. Dijo que ése es el poder real al que ella se ha enfrentado y por lo que en última instancia la persiguen.
Un garrón que la conclusión aún con buena leche sea esa. Alguien con onda debería aclararle que la oferta de bienes en pocas manos -que ella misma definió como "un fenómeno global"- deriva en "niveles de precios altos", pero que no explica "un aumento sostenido de todos los precios de la economía", que es la inflación. Tres proveedores de pañales te pueden poner el costo de ser papá por las nubes. Pero eso no explica que suban al mismo tiempo todos los meses el alquiler, la prepaga o la polenta.
En igual sentido, alguien le podría recordar que lejos de ser durante su gestión una adalid de la mayor competencia, el corazón de la política de controles de precios fue acordar con los grandes jugadores de cada sector, que con mayor espalda podían cumplir con los acuerdos ancla a costa de desplazar a los competidores que, más chicos, quedaban rezagados.
Pero el punto es que el entretenimiento de las batallas imaginarias nos corre de algunas preguntas alternativas a temas a los que Cristina se asoma, como el litio o cómo pararse entre EEUU y China.
Hace una semana el presidente de Chile, Gabriel Boric, lanzó los cinco puntos de la estrategia nacional del litio, que incluyó la creación de una empresa estatal para trabajar en articulación con el sector privado. También casi en simultáneo, su par brasileño, nuestro amigo en las malas, Lula, viajó a China yrecorrió una planta de Huawei, el principal proveedor global de tecnología 5G, cuyo avance inquieta a Estados Unidos que presume un avance en infraestructura sensible en el "patio trasero".
Ambas decisiones de política contrastan con lo que al menos se percibe de cómo la Argentina está abordando esos ejes. A las corridas. Pidiendo la escupidera y regaladísimos.
Con el "cuchillo en el cuello"por la falta de reservas exacerbada por una sequía, vivimos en Washington rogando un adelantamiento de guita del Fondo Monetario Internacional bajo el formato que sea. Y en esa posición, la Casa Blanca, que ya sin pruritos se posiciona como "accionista principal" del organismo, nos mete en una agenda paralela hablar de los "minerales críticos" (litio) y "cooperación en seguridad" (el vínculo con China).
¿Hasta qué punto perderemos capacidad de acción para explotar el litio si nos imponen un tipo de acuerdo bilateral a cambio de recibir un puñado de dólares que necesitamos como el agua por malas decisiones de política durante años?
¿Hasta dónde deberemos definir nuestra política de desarrollo del 5G apretados por un actor que nos cobre su generosidad en contratar una empresa y no contratar otra?
La búsqueda de estabilidad no es una expresión con sex appeal y menos en las discusiones del centro izquierda, sobre todo porque implica en muchos casos decisiones agretas en materia de equilibrio fiscal a lo largo del tiempo o de tasas de interés positivas que cuiden el valor de una moneda. Es mucho más cool el eje en la "distribución del ingreso", obviamente necesaria, o contraponer cualquier delirio a frases tipo "a mí no me van a correr".
Es difícil hacer este planteo si el que te pone contra las cuerdas es un FMI que volvió por la pésima administración de Mauricio Macri. Pero también vale el flashback: ¿cuándo le pudiste pagar en un gesto de autodeterminación? Cuando tenías superávit de pesos y dólares y la inflación era de un dígito. Es decir, cuando crecías con variables clave holgadamente controladas. Estables. Ahí está. Hay que venderlo con una fórmula con palabras que emocionan: la estabilidad, da la impresión, te da soberanía. Ovación.