

Si comparamos 2016 con 2011 la tasa de variación anual del PBI promedió un -0.3%. Pero el PBI per cápita punta a punta cayó (-7.2%). En el 2017 vamos a crecer alrededor del 3%, y, si logramos sostener este ritmo de expansión, el PBI per cápita en el 2020 va a ser similar al del 2011. De las esferas oficiales ha trascendido el objetivo de crecer 20 años a una tasa sostenida del 3%.
Descontando el crecimiento poblacional, con esa tasa de expansión de la economía llevaría 36 años duplicar el ingreso per cápita. Algunos dirán que esa tasa es segura y mejora la tasa promedio histórica de los últimos 20 años, que entre subidas y bajadas, fue de 2,1%. Pero hay que aceptar que la tasa con que se proyecta el crecimiento es baja porque ha bajado el techo de nuestro crecimiento potencial debido a que durante muchos años hemos estado invirtiendo poco y mal.
Hemos construidos rutas a la nada y a medio terminar, centrales que no tienen carbón para operar, y hemos adquirido cantidad de equipos generadores sólo utilizables para la contingencia de cortes eléctricos, sólo para citar algunos ejemplos. La inversión de baja calidad estimula temporalmente la demanda global, como el consumo cortoplacista, pero no consolida el crecimiento.
La tasa de inversión bruta en la Argentina promedió en la última década el 15% del producto, menos que en la región donde promedió un 22%. La contracara de esa baja tasa de inversión ha sido la baja tasa de ahorro doméstico, también de alrededor del 15% entre las familias y empresas. El sector público consolidado, en cambio, viene de déficits consecutivos (desahorro) que el año pasado alcanzaron casi el 8% del producto.
El desahorro público en un Estado crónicamente desajustado en todos sus niveles (nación, provincias, municipios), y una baja tasa de ahorro privado, han deteriorado el volumen y la calidad de la inversión para sostener el crecimiento, y han institucionalizado la inflación (impuesto sobre las tenencias monetarias que no requiere aprobación del Congreso y no es coparticipable) y los default cíclicos de la deuda externa como mecanismos espurios de ajuste de las distorsiones acumuladas.
Los índices de pobreza, exclusión y desigualdad son consecuencia directa de la incapacidad de crecer de manera sostenida con generación de empleo formal e inclusivo. Con una tasa de inversión del 25% anual y ganancias sistemáticas de productividad global, la recuperación argentina puede superar las expectativas. Si el techo del crecimiento potencial se eleva al 5% por año, en 18 años podemos duplicar el ingreso per cápita.
Muchos piensan que estamos entrampados en un círculo vicioso debido a los intereses en juego (la Argentina corporativa que supimos conseguir); a nuestras deformaciones culturales (el Cambalache de valores que arrastramos); o a la ingobernalidad política que se asume intrínseca al funcionamiento de las democracias liberales. Pero Keynes enseñó y demostró que las ideas son más poderosas que los intereses modelando la realidad social.
La nueva escuela institucional, por su parte, revalidó en la teoría económica el rol fundamental de las instituciones en el proceso de desarrollo. Acemoglu y Robinson han demostrado que en el fracaso o el éxito de los países para alcanzar el desarrollo priman las instituciones sobre los patrones culturales. La experiencia de las dos Coreas es una prueba contundente.
Y la evidencia comparada también acredita la fortaleza de la democracia republicana para conjugar pluralidad de ideas y poder limitado en un proyecto común a partir de consensos básicos. Conclusión: el cambio empieza en la mente, los argentinos debemos persuadirnos que arrastramos ideas equivocadas sobre el camino que conduce al progreso y a la justicia social. Los intereses ceden a las ideas frente a los resultados concretos. Nuestras tradiciones y valores no nos condenan al subdesarrollo, por el contrario, una nueva institucionalidad puede encauzar los desvíos recurrentes de la anomia y el Cambalache en cuestión de años.
Por último, y no menos importante, hay consensos básicos que la política debe generar para asfaltar el camino de la República y el desarrollo. Las elecciones de octubre serán una oportunidad para avanzar en los acuerdos y las reformas que potencien la cantidad y la calidad de las inversiones que necesitamos para generar empleo y dar inclusión.














