

El 17 de agosto un enorme sector de la ciudadanía salió a la calle espontáneamente y respetando -con poquísimas excepciones- las normas de salud que, aun en una cuarentena desorbitada e inconstitucional, son imperativos del sentido común: distancias mínimas, sin contactos y con barbijos. Muchos aspectos del 17A deben llenarnos de orgullo y de esperanza para el futuro.
Fue algo multitudinario, transversal en todos los sentidos y de alcance nacional. Seguramente sin cuarentena hubiese ido aún mas gente: en estos días aciagos, es comprensible que muchos miles de personas sean reticentes a salir de su casa.
También se han ratificado otras marchas espontáneas, desencadenadas no por la política, el gremialismo o las orgas, sino por una conciencia ciudadana que las redes han despertado y aglutinado, quitando el dominio de la calle de manos de los punteros, la propaganda política y otros manejos que todos conocemos.
Obviamente, casi nada es monocausal y hubo personas que marcharon contra el exceso de cuarentena, la crisis económica, la inseguridad brutal o la falta de libertad. Salvo en el oficialismo, los analistas coinciden en que la inmensa mayoría dijo y demostró que su preocupación era algo que podemos calificar como un epítome de institucionalidad: no permitir el avasallamiento del Poder Judicial, cuya independencia es parte medular de la Constitución y freno principal contra la impunidad, en un país donde la corrupción se ha extendido a niveles inconcebibles.
El substrato de esa vocación institucionalista es una reafirmación de que queremos vivir en libertad, sin someternos a los delirios de ningún gobernante y menos aún, a una dinastía encaramada al poder desde hace décadas.
Seamos sinceros: quienes tenemos más de 50 años sabemos que no veremos el resultado de nuestros esfuerzos, como no lo vieron ninguno de los protagonistas de nuestras gestas históricas más plausibles, desde la de Mayo, la sanmartiniana, la consolidación de la república y la fundación de la gran Argentina del Centenario.
Estamos esforzándonos por nuestros hijos y nietos: estos árboles debemos plantarlos para dar sombra a las próximas generaciones.
Somos muchos millones quienes queremos un país en serio, que no sufra las penurias de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Norcorea y otras dictaduras populistas, que solo son grupos de ladrones y narco-oligarquías, que viven como reyes a expensas del hambre de sus habitantes.
Pero… algunos políticos están atónicos y enojados. Tiene lógica: fueron elegidos solo por el perversos sistema de listas-sábana y se han acostumbrado a definirse y a actuar después de encuestas.
Algunos no comprenden como ni porqué se gestan estas manifestaciones y ni siquiera parecen darse cuenta de que el mensaje del 17A no fue solo al kirchnerismo, o sea la familia Kirchner y sus acólitos.
El mensaje ha sido para todos, incluyendo a una dirigencia opositora que en una democracia representativa, republicana y federal, está integrada por quienes deben hacerse cargo de su responsabilidad.
Que la gente responda espontáneamente a convocatorias individuales cada pocos meses, no se debe solo a que quien gobierna lo haga mal o no nos escuche. También es un durísimo mensaje a ciertos dirigentes, que parecieran necesitar de estas marchas para recargar sus baterías.
Digamos las cosas claramente: la oposición ha ganado en algunas provincias, en la ciudad de Buenos Aires, en numerosas intendencias y tiene muchos diputados y senadores nacionales. Esa enorme masa de gente es la que debe ser y hacer oposición, sin que reiteradamente deban reclamarlo los ciudadanos comunes, que trabajan o tratan de trabajar cada cual en lo suyo.
A revés que la mujer del César, la oposición no debe solo parecerlo, sino también serlo, como solo (pero muy bien) lo demuestran algunos dirigentes que no paran de actuar y estar presentes liderando, en todas las muchas maneras posibles.
Más allá del esfuerzo de esos dirigentes activos y valientes, si se ha hecho necesario que cada dos por tres estemos en la calle, hay algo que no está funcionando bien.
El kirchnerismo se caracteriza -entre otras cosas- por ser explícito: dice y demuestra que viene por todo, quiere todo y se vale de cualquier mecanismo para lograrlo, porque no considera que la Constitución, las leyes y las sentencias judiciales, les sean aplicables.
Por eso, siempre dentro de la ley, educada y civilizadamente, la dirigencia opositora debe actuar con fortaleza y coraje, actuando antes de los hechos que después mandan a encuestar. Nadie niega el valor de las encuestas pero no deben sobrevalorarse… corren el riesgo que llegar demasiado tarde. Deben ser dirigentes y no dirigidos.












