Opinión

Los primeros 30 días de Lula ¿Qué se puede esperar?

El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva aún no cumplió un mes y ya sobrevivió a un grupo de insurrectos que atacó los símbolos del poder en la República, intervino junto con la Suprema Corte la gobernación en Brasilia y cambió el comandante del Ejército. En los últimos 25 días, Lula ha enfrentado más turbulencias institucionales que en toda su presidencia entre el 2002 y 2010, lo que muestra la falta de consenso que existe en la política brasileña, con expresiones extremistas como las vistas en Brasilia hace algunas semanas. Sin embargo, una vez que logre pasar la página de la idea de un intento de "golpe de Estado", Lula deberá enfrentar su mayor pesadilla: la posibilidad de una recesión que se asoma a mitad de año.

Existe un consenso entre los economistas y analistas de mercado de todas las tendencias de que la economía brasileña se está desacelerando rápidamente. En el Boletín Focus, que es la encuesta permanente del Banco Central al mercado financiero, el pronóstico es que el PIB cerrará 2023 en 0,79%, luego de un crecimiento aproximado de 3% durante el año pasado. Esto en el mejor de los casos, si se confirma ese dato, tendrá un impacto fuerte en la población brasileña, principalmente en un ambiente político tan enrarecido por la grieta.

Varios bancos de inversión ya estiman que Brasil tendrá un crecimiento cero en el segundo y tercer trimestre del año, y hasta podría ser negativo en el último trimestre. Y todos sabemos que dos trimestres consecutivos de crecimiento cero constituyen técnicamente una recesión. El único sector que debe salvarse en principio es el de agronegocios, que tendrá una cosecha récord ayudado por el alza de los precios internacionales, pero su efecto multiplicador en empleos e ingresos será acotado. Para los millones de trabajadores de las grandes ciudades, el clima a partir de abril o mayo será sombrío.

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Lula fue elegido con el 50,9% de los votos, tiene una oposición significativa en el parlamento y algunos sectores menores radicalizados, en las calles. Por otro lado, llama la atención que las formas en las que gobierna: da la sensación de que necesita legitimar su victoria en todo momento con discursos sobre el compromiso que Lula y el PT tienen con los pobres, o mediante discursos sobre hambre y miseria, tanto él como Marina Silva, la nueva ministra de Medioambiente, diciendo en Davos que en Brasil hay 120 millones de personas que pasan hambre; o buscando demonizar al gobierno anterior y principalmente rescatando discursos de un Lula de los años 80, con ataques a los empresarios brasileños de forma periódica.

Para un presidente populista como Lula, que día tras día reafirma su compromiso con los votantes más necesitados del país, y que prometió lo imposible, al igual que Bolsonaro en la campaña, la perspectiva de una caída de la economía ya en el primer año de mandato es una pesadilla. Frente a este escenario, vemos que la presión del PT sobre el ministro de Hacienda será cada vez más fuerte, con ideas delirantes como la intervención del Banco Central y políticas fiscales más expansivas. Y es poco lo que el gobierno puede hacer para evitar que la economía se detenga durante los próximos meses, en un contexto económico global muy complejo.

Entonces, frente a este panorama difícil, el gobierno ha puesto a funcionar una estrategia de contención paliativa, tanto en términos económicos como discursivos, buscando hablarle principalmente a sus votantes, o, mejor dicho, al votante que el PT cree que posee luego de las elecciones pasadas.

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Entre las acciones económicas de corto plazo, vemos que toman mayor velocidad el inicio de la extensión del Bolsa Familia, incluyendo el subsidio de R$150 por niño hasta los 6 años, una de las promesas de campaña de Lula que comenzaría a cumplir en marzo.

También, se buscará cerrar antes de los Carnavales, un fondo de R$15 mil millones para ayudar a la clase media baja en la renegociación de sus deudas financieras, y, por último, aparece la negociación del aumento del salario mínimo de R$1302 a R$1320, aunque aún se está renegociando por su impacto fiscal.

Pero es claro, que, con una economía que se desacelera, el gobierno buscará mecanismos para aumentar el gasto y renegociar nuevamente el techo fiscal, generando más temor en el mercado financiero.

Sin embargo, también debemos destacar que la estrategia de contención posee una dimensión político discursiva, que buscará reconstruir la imagen de Lula como líder regional. Eso quedó claro esta semana con su participación en la CELAC junto a varios mandatarios devaluados de la región, también al apostar a una agenda verde con Marina Silva en los grandes foros internacionales como Davos, y principalmente hacia adentro, una estrategia política de división, con un discurso estatista, de reivindicación social frente al empresariado, el mercado financiero y las instituciones monetarias. Pero principalmente, luego de los sucesos de Brasilia, buscando construir un enemigo demoníaco en el Bolsonarismo y en la propia figura del expresidente brasileño. ¡Cualquier parecido con Argentina es mera coincidencia!

Los próximos meses serán claves para la Argentina y la región, ya que esta versión 3.0 de Lula se parece más al Lula derrotado en las elecciones de los 90 que al Lula "Paz y Amor" con el mercado de los 2000. No debemos olvidarnos que Brasil es el principal socio comercial de nuestro país y una recesión se traduce en menos dólares para la Argentina, y eso es una de las principales pesadillas que atormenta al gobierno de Alberto Fernández en su último año de gestión.

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