Si hay que juzgar por todo lo dicho en la campaña electoral, no hay muchas posibilidades de que la Argentina se ilusione con el resultado de la elección presidencial de Brasil. Tanto Jair Bolsonaro como Fernando Haddad, los dos favoritos, representan posturas duras que no han logrado atraer un voto mayoritario. En consecuencia, al próximo gobierno le costará encontrar los consensos que necesita el socio mayor del Mercosur para salir del pozo en el que cayó tras el mayor escándalo de corrupción del que se tenga registro.

Hay una posibilidad, sin embargo, de que las posiciones se moderen en la segunda vuelta, más que nada para atraer los votos imprescindibles para alzarse con la victoria. Si se diera ese caso, y Brasil comenzara a transitar la ancha avenida del medio (con algunos barquinazos previsibles) el mundo podría reducir su temor a un nuevo descalabro en la región. Pero para que esa alternativa tenga visos de realidad, habrá que esperar al conteo del domingo, y a la posición que asuman los demás candidatos, que intentaron infructuosamente romper la bipolaridad de las últimas semanas.

Bolsonaro se transformó en un candidato antisistema que busca emular el impacto que causó Donald Trump en Estados Unidos. Por eso no tiene empacho en copiar su receta y decir que aborrece a los homosexuales, reclamar la pena de muerte y enaltecer a los gobiernos militares. A diferencia de su modelo, en materia económica se promueve como un liberal que busca achicar al Estado antes que como un proteccionista. El mercado avala sus postulados, pero todavía hay que ver como los recibe Brasil. A la Argentina le vendría bien un período de moderación y calma en la región. Por ahora, no está a la vista.