La pandemia, la mayor debacle mundial desde la segunda post guerra, se ha convertido en una amenaza a la seguridad global y requeriría de una respuesta coordinada y solidaria de toda la comunidad internacional, en particular para la recuperación económica y social post coronavirus. El sistema de las Naciones Unidas debería ser el ámbito natural para ese propósito como lo fue, entre otros, con el VIH en 2000 o con el ébola en 2018.

Sin embargo en esta ocasión y salvo anuncios específicos de la OMS, la ONU ha estado virtualmente ausente. En gran medida, ha sido consecuencia de la rivalidad entre Estados Unidos y China que adquirió mayor intensidad desde que se desato el brote infeccioso. Las referencias incisivas del presidente Donald Trump sobre el virus chino, incomodó al Presidente XI Jinping y retrotrajo la relación a la situación anterior al acuerdo comercial de enero de 2020.

La animosidad entre dos de cinco miembros permanentes con derecho a veto del Consejo de Seguridad de la ONU, ha impedido, por ejemplo, que el máximo órgano ejecutivo en materia de seguridad internacional, se pronunciase sobre la pandemia y pusiese en marcha algún tipo de acción cooperativa multilateral para atenuar los efectos del virus y consecuencias económicas y sociales, entre otras, de pérdidas de empleo.

El silencio diplomático del Consejo de Seguridad es una señal preocupante. Refleja una falta de sintonía entre Washington y Beijing y refuerza la sensación de una división global. Estas circunstancias acentúan la crisis del multilateralismo.

La reciente cumbre en video conferencia del G20 dio un similar sabor a poco. Las declaraciones fueron genéricas y las buenas intenciones de carácter burocrático. Cada jefe de Estado pronunció un discurso sobre el coronavirus como si se estuviera ante un fenómeno de dimensión abstracta en lugar de asumir conjuntamente como líderes que representan el 66% de la población del planeta y el 85% del PBI mundial, decisiones orientadas a un plan de guerra coordinado y solidario, como sugirió el secretario de la ONU.

Cada participante intervino más interesado en su propio electorado que en la búsqueda de coincidencias. Una peligrosa tendencia de atender los intereses nacionales sin tener en cuenta el conjunto de la comunidad internacional.

Es desilusionante que ante las graves circunstancias que ha planteado el coronavirus, ni Naciones Unidas o el G20 estén intentado reeditar una versión siglo XXI, semejante en intenciones, a los de la Conferencia de Potsdam, en el palacio Cecilienhof, que permitió el establecimiento de un orden de post guerra, el estudio de los efectos de la guerra y un plan de reconstrucción económica.

Hoy se necesitará un escenario de consenso similar para superar la pandemia y empezar a imaginar fórmulas internacionales para minimizar el impacto social y económico de la enfermedad y cooperar para sentar las bases de una recuperación que construya una economía global más sólida e inclusiva. Es de esperar que el G20 o una reformulación de la ONU permitan sentar las bases del nuevo orden post coronavirus.