

Aunque el presidente Mauricio Macri lidera el esfuerzo por zambullir al país en la globalización, su gobierno aún no percibe los auténticos desafíos de este proceso. El primero, saber que la Unión Europea (UE), uno de los anhelados socios "políticos" del Mercosur en materia de comercio e inversión, sólo hace delivery cuando ello no interfiere con las vetas centrales de su soberanía legislativa, las sensibilidades visibles y encubiertas de su organización económica proteccionista o con el interés político de exportar la social-democracia al mundo.
Un reciente adelanto doctrinario de Bruselas y una declaración de Angela Merkel acaban de confirmar, en forma independiente, que la UE estaría pensando en cubrir el vacío de poder que tienden a dejar Donald Trump y el Reino Unido en la solución de los grandes temas del desarrollo sostenible, la defensa común y el cambio climático.
Es un anticipo del tipo que fabricó China en Davos, cuando meses atrás reivindicaba para sí la condición de ser vanguardia de la liberalización del comercio global, sin decir palabra acerca de los incontables daños y restricciones ilegales que se concibieron en la "economía socialista de mercado" de esa nación asiática, cuyos efectos terminaron, entre otras cosas, en la crisis de sobreproducción industrial que hace años jaquea al planeta.
La nueva propuesta de la Comisión de la UE admite que la globalización se puede absorber con una mirada "pasiva", aceptando la realidad de brazos caídos, o con una réplica "activa", del tipo que tiende a elegir Bruselas para reconducir, a nivel global, las virtudes y vicios proteccionistas (como la noción de aplicar "altos standards para restringir el acceso a su mercado"). El problema argentino es detectar algunos fuegos cuando el suelo está lleno de cenizas. El informe se titula "Reflection Paper on Harnessing Globalisattion" (cuya traducción conceptual sería "Conduciendo las riendas de la globalización") y ningún experto debería omitir su lectura.
La segunda limitación que nadie parece ver, se relaciona con la débil experiencia y formación específica de los recursos humanos que tienen nuestro gobierno y la sociedad civil para nadar en las exigentes y tormentosas aguas de una negociación internacional sobre globalidad. La tercera reside en que la nueva economía global se caracteriza por el elevado número de esfuerzos similares que hacen los países por preservar otros modelitos caseros, lo que obliga a multiplicar la preparación competitiva de la Argentina para eludir los caprichos y obstáculos de índole neo-mercantilista, economía socialista de mercado, perfiles de capitalismo convencional y casos no encasillables de Europa oriental y Asia que se advierten en esta realidad.
Tampoco es buena idea equivocar de "shopping list" al tomar posición sobre los conflictos que fomentan las movidas de los viejos y nuevos poderes mundiales que encabezan Estados Unidos y China. Una cosa es convivir y otra es ser solidario con las decisiones y estructuras proteccionistas de las economías y de las empresas multinacionales que controlan en forma distorsiva las cadenas de valor que rigen el comercio internacional. Es ilusorio ganar el respeto como miembro de la masa crítica de foros que importan, de las características de la OCDE, el G20, el Fondo Monetario, la OMC o las grandes negociaciones regionales, si el país no logra argumentar, con sólidos y detallados fundamentos, su mirada e intereses de largo plazo. La función del gobierno nacional no consiste en salir a ganar amigos promoviendo las exportaciones financiadas de China o Estados Unidos en nuestro mercado, sino impulsar las exportaciones del país en terceros mercados. Washington, Beijing y Bruselas ya deberían poder arreglarse solos.
Cuando las autoridades del país hablan de finalizar al trotecito ciertos acuerdos de comercio e inversión, aún no resulta posible determinar: a) cuándo y cómo será resuelto el rezagado objetivo de eliminar la gigantesca brecha de competitividad y de agenda que hoy separa a la realidad argentina de la que tienen sus socios actuales y potenciales; y b) si el proceso terminará con un adecuado, medible y verificable equilibrio entre el valor de las concesiones recibidas y otorgadas en cada negociación. Tampoco está claro si es aceptable que, tras más de diecisiete años de negociación con la UE por ejemplo, aún se suscriba otro acuerdo político (?) o referencial del tipo OMC plus donde una de las partes se reserva el derecho de preservar un enorme paquete de subsidios y restricciones no arancelarias, del tipo que ya están parcial o totalmente prohibidas bajo la ley internacional (la propia OMC) y hacen daño concreto a los intereses del país.
Además, si también se desea evitar la llegada de otro "correctivo sorpresa" de la clase que tragó el país en la época de Guillermo Moreno, sería importante garantizar que los acuerdos cataplasma de orden sectorial que está armando el Ministerio de la Producción para mitigar algunos de los citados problemas de competitividad de las empresas nacionales, salgan del horno después de ser cuidadosamente evaluados con las reglas y la lista ilustrativa del Acuerdo sobre Subsidios de la OMC. A pesar de que un diferendo legal casi nunca supone una irreparable catástrofe, conviene que estos hechos sean fruto de riesgos calculados; que el costo de apelar a tales remedios valga circunstancialmente la pena y que su mera existencia no provenga de un torpe acto de improvisación.
Al eliminarse éstas y otras costuras sueltas, la reinserción del país en el mundo quedará lista para cumplir un necesario y deseable papel.












