

La economía argentina avanza hacia una etapa donde la inflación comienza a moderarse de manera más consistente, aún con los movimientos estacionales propios de fin de año y cierta dispersión sectorial. Nuestro escenario base anticipa un proceso de desinflación ordenado, con fluctuaciones típicas del calendario, y un sendero que —si se sostiene— podría converger hacia tasas de un dígito hacia el segundo trimestre de 2026. Ese posible escenario abre un marco distinto tanto para la lectura macroeconómica como para la planificación empresarial.
En este proceso, las tasas de interés continúan desempeñando un papel clave. El enfoque actual de mantenerlas en niveles reales positivos apunta a sostener la confianza en los instrumentos en pesos y a desalentar que la liquidez excedente se canalice hacia el mercado cambiario. No implica anticipar una postura rígida hacia adelante, pero sí reconocer que, con la información disponible, la política monetaria busca preservar la estabilidad en un período donde todavía conviven señales mixtas.
El mercado ya incorporó esta dinámica: los rendimientos de los instrumentos ajustados por CER, que habían alcanzado niveles inusualmente altos en octubre, retornaron a valores más consistentes. Algo similar ocurre con las letras a tasa fija, cuyos rendimientos se alinean con las proyecciones de inflación para 2025 y 2026. Esta recomposición no elimina la volatilidad, pero sí aporta referencias más estables que hasta hace pocos meses eran difíciles de encontrar.
Este reordenamiento financiero no pasa desapercibido para las empresas. Después de un período en el que la planificación estaba marcada por la urgencia y la dificultad para proyectar costos, la posibilidad de trabajar con tasas y expectativas más razonables permite recuperar un horizonte de decisión más amplio. La administración del capital de trabajo, la evaluación de nuevas inversiones y las estrategias de financiamiento comienzan a apoyarse en señales más claras y menos condicionadas por la incertidumbre.

Aunque el crédito bancario sigue siendo limitado, el financiamiento a través del mercado de capitales empieza a tomar protagonismo. Las empresas encuentran mayor previsibilidad para utilizar instrumentos como cheques, pagarés bursátiles y obligaciones negociables locales. El sector pymes encuentra un entorno en el que comparar alternativas es más viable y menos riesgoso que en etapas anteriores.
También la emisión corporativa tuvo un impulso notable, especialmente en el sector energético: en las dos primeras semanas de noviembre se colocaron cerca de USD 3.000 millones en obligaciones negociables, el equivalente a todo lo emitido en 2022 y 2023 combinados. El máximo previo, alcanzado en octubre de 2024 con USD 2.600 millones, quedó rápidamente desplazado.
A este dinamismo se suma el regreso del financiamiento subsoberano. La Ciudad de Buenos Aires emitió la semana pasada USD 600 millones a siete años, con una tasa del 8,125% TNA, reabriendo un canal que había permanecido prácticamente cerrado durante los últimos ejercicios. Con estas operaciones, el mes cerrará con colocaciones internacionales corporativas y provinciales por más de USD 4.000 millones, un récord absoluto para la era Milei (en enero de 2025, impulsadas por el blanqueo, se habían emitido USD 1.500 millones).
En definitiva, la combinación de una inflación que lentamente se modera y tasas que acompañan ese proceso desde niveles reales positivos configura un período de transición con desafíos, pero también con oportunidades. No se trata aún de un cambio de ciclo pleno, pero sí de un momento en el que las empresas pueden volver a pensar en la planificación, el financiamiento y la inversión con mayor claridad.
De cara a 2026, el desafío será sostener este equilibrio: consolidar la desinflación sin frenar la recuperación de la actividad, mantener tasas reales positivas sin afectar el crédito productivo y fortalecer la demanda de pesos en un país que aún opera con una lógica bimonetaria. En ese camino, tanto las definiciones de política económica como las decisiones empresariales serán determinantes para que esta transición se convierta en un punto de inflexión real para la economía argentina.











