El combate contra el narcotráfico es uno de los desafíos más grandes que tiene la Argentina. Si alguna duda había con respecto a la amenaza que constituye en la región, se terminaron con el lugar central que el Papa Francisco le dio a la cuestión en sus discursos recientes en Ecuador, Bolivia y Paraguay. "Tenemos que lograr que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción y el narcotráfico", dijo el Pontífice, uniendo tres flagelos que se retroalimentan y crecen exponencialmente al calor del Estado ausente.

No es casualidad que la lucha contra el impacto narco se vaya imponiendo como un tema decisivo de nuestra campaña electoral. Ayer recogió el guante en TV el precandidato a gobernador kirchnerista, Julián Domínguez, quien dijo que será uno de los ejes de su gestión si llega a triunfar en el comicio bonaerense. Su rival en la interna peronista, Aníbal Fernández, también buscó mostrarse en línea con el Papa aunque aclaró que la Argentina es un país de tránsito de drogas pero no de producción. Un concepto que hoy rechazan en la Justicia y en otros sectores políticos.

Ya nadie puede discutir el crecimiento del accionar narco en Córdoba, en el Gran Rosario o el Gran Buenos Aires. Por eso, la cuestión se metió de lleno en la campaña. Al jefe de Gabinete de Cristina, por ejemplo, le valió críticas durísimas de sus adversarios, desde Felipe Solá a Elisa Carrió, quienes intentan retratarlo como un gobernante que no combatirá al narcotráfico como la urgencia lo reclama.