El país no necesita a alguien como yo que divido". Con esa explicación, Cristina Kirchner le informó a Alberto Fernández su decisión de correrse de la candidatura presidencial. El renunciamiento de la ex presidenta conmocionó el tablero político a tal punto que su impacto abre la puerta a una reconfiguración del escenario electoral. Mensurar la profundidad del cambio en el horizonte político y sus efectos concretos resulta un poco apresurado, pero la envergadura del sacudón que provocó el anuncio de Cristina pone en seria cuestión la interpretación de Gobierno de que no ha pasado nada. Más bien puede pasar de todo.
La convulsión que generó la novedad desató todo tipo de lecturas sobre los motivos que determinaron a la ex presidenta a dar un paso al costado. "Una señal de debilidad", razonaron en el Gobierno, donde ratificaron su apuesta por la polarización. Un gesto de "apertura" hacia la construcción de una oferta electoral única como expresión de todo el peronismo, argumentaron varios referentes cercanos a CFK. La apuesta por encarar un sendero más propicio a la construcción de un acuerdo de unidad con los gobernadores del PJ y los espacios articulados en Alternativa Federal se olfateó detrás de ciertas elucubraciones kirchneristas. Los inmediatos renunciamientos de Felipe Solá y Agustín Rossi, los llamados a la unidad de casi todos los caciques provinciales del PJ o la expresa disposición de Sergio Massa a encarar un diálogo con flamante candidato K abonaron esa tesis. Pero tanto Juan Schiaretti, Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey salieron rápido a obturar la expectativa por cualquier escenario de negociación. "No opinamos sobre la decisión de otra fuerza política", dijeron cerca del cordobés al tiempo que ratificaron la cumbre convocada para esta semana con el propósito de consolidar su propia apuesta electoral.
Si esas definiciones se confirman durante las próximas semanas ¿hasta donde será posible sostener la tesis de un escenario político polarizado? La bendición de Cristina a la candidatura de Alberto Fernández no supone el traslado automático de su intención de voto, más aún si se piensa que el ahora cabeza de la fórmula K se ha destacado siempre como un hábil operador político, una figura abierta al diálogo y la negociación, pero jamás como un líder carismático capaz de movilizar amplios sectores populares como ocurre con la ex presidenta. Pero, además, la jugada de CFK revitaliza los esfuerzos de Alternativa Federal en la construcción de una oferta diferenciada y con aspiraciones de convertirse en un proyecto con capacidad de sortear la grieta. La potencialidad de esa alternativa entonces, supone un resquebrajamiento del horizonte de plena polarización para dar lugar a un escenario en el que las voluntades políticas aparecen repartidas en tercios. Se trata del desenlace que más incomoda al kirchnerismo y a Mauricio Macri.
Se abre un nuevo juego político de impacto aún impredecible. Difícil afirmar que Cristina sopesó esa posibilidad al patear el tablero. En algunos sectores de su entorno vincularon su decisión con su situación familiar y los problemas de salud que afectan a su hija Florencia. Otros se apoyaron en la inminencia del juicio que enfrentará desde mañana. Tampoco faltaron las voces que, desde varios espacios, especularon que su gesto era una admisión tácita de que sus chances electorales encontraron un techo imposible de perforar. Sobrevoló también cierta sensación de desconfianza sobre el objetivo real de Cristina, en especial a partir del plazo que se abre entre su anuncio y la presentación de las candidaturas. Allí se apalancó la presunción de que detrás del anuncio se articularía una apuesta por generar un operativo clamor destinado a volver a colocarla en la línea de largada para la pelea con Macri. Una estrategia que suena un tanto descabellada.
Cristina volvió a mostrar su centralidad en la escena política. Y cambió el juego. La incertidumbre sobre su final es la única regla básica.