

Madrid- Rusia avanzó hacia el conflicto en su afán por volver a traer a Ucrania a redil de antaño por la única puerta que tenía abierta: reconocer de hecho la independencia de Lugansk y Donestk, los dos territorios separatistas que lo venían reclamando desde hacía un tiempo.
Lo hizo ajustado al estilo de su presidente, Vladimir Putin. Premeditadamente, ordenando a su tropa legislativa en la Duma (Cámara Baja) y en el Senado, para respaldar la medida y todo transmitido, minuto a minuto por los medios oficiales, en una evidencia más de que necesita levantar en las encuestas.
Y son las mentes más nacionalistas las que, en tiempos de vacas flacas, más y mejor le sonríen al hombre fuerte.
Traer a casa, todo lo poco que se pueda de lo que alguna vez fue la Unión Soviética, suele generar cierta euforia en un sector de la población. La reacción tardó nada en llegar.
Primero fue el gobierno alemán, el que anunció la suspensión de la certificación del gasoducto Nord Stream 2 (N2), por lo que no se pondrá en funcionamiento, ante la decisión de Moscú de reconocer y enviar tropas al territorio separatista ucraniano.
La Casa Blanca, no ve nada distinto a una invasión y la ruptura de -los por demás débiles acuerdos de paz- que comenzaron a negociarse en el 2014 y concluyeron en el Minsk, en febrero de 2015.
Al unísono, Bruselas anunció ya que limitará el acceso de Rusia al mercado de capitales europeos y hasta Boris Johnson (que viene de desenmascarar a la población de su país dando por finalizada la etapa pandémica) se anotó con sanciones a cinco bancos y tres multimillonarios rusos con intereses en Gran Bretaña.
Todos parecen cerrar filas en su solo frente contra Putin, quien con su decisión hizo añicos la cuerda diplomática que Emmanuel Macron venía lanzando entre Washington y Moscú, desde el pasado lunes. Esto en términos políticos. En la práctica, el precio del gas, como era de esperar, se disparó ayer. El precio de referencia en el mercado de futuros de la Bolsa de Ámsterdam, subió un 7 por ciento y tocó casi los 70 euros.
"Bienvenidos al nuevo mundo feliz, donde los europeos van a pagar muy pronto 2.000 euros por 1.000 metros cúbicos de gas natural" escribió en su cuenta de Twitter, Dmitri Medvedev, sabiendas que cuando él habla el que habla en realidad es Putin.
Rusia es el responsable de proveer el 40 por ciento del gas que consumen los países de la Unión Europea (UE), de ahí la preocupación de los mercados, aun cuando el propio Putin aseguró ayer que se mantendrá el suministro comprometido en los contratos. Y es que a esta altura de los acontecimientos y de las imperiosas necesidades energéticas de algunas naciones, la palabra no cuenta.
Desde la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen hasta la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Maerbock, trataron de calmar los ánimos de los que temen una desabastecimientoenergético en el mediano plazo.
"Tuvimos ahora, en enero, la mayor cantidad de entregas de energía y ahora sabemos que si hay un desacoplamiento del gasruso como represalia, podemos pasar este invierno sin gas ruso pero con suministro de otros y esto es bueno", expresó von der Leyen.
Fue en este contexto en el que Estados Unidos duplicó los embarques de gas hacia Europa, mientras que Bruselas se esperanza con poder arribar a acuerdos positivos con Qatar, aunque no faltan las voces de expertos que aseguran que "no será suficiente" para cubrir la cuota rusa.
Hasta aquí, Joe Biden nos muestra el perfil de un buen apostador. Vino alertando de los posibles movimientos de Moscú y si bien no acertó un pleno, tuvo su premio. Como si el mandamás ruso, les estuviese haciendo el juego a "los históricos barones de la guerra" que articulan el discurso presidencial en el Partido Demócrata.
Los mismos que en su momento se embarcaron contra Sadam Hussein a comienzos de siglo en Irak o, más tarde, en Afganistán, de donde Estados Unidos acaba de salir muy mal parado.
Son los mismos que ven en Ucrania la oportunidad de recobrar cierto brillo perdido en su rol de guiar a la humanidad "por los senderos de la Libertad". Algo que para el historiador Andrés Bracevich, del Quincy Institute for Responsible Statecraft, obedece principalmente "a un obvia rusofobia sin adornos que impregna a la elite política" de su país.
En un artículo publicado en el último número del semanario The Nation, este es militar "demonizar a Rusia es algo fácil", cuando la prioridad, a su entender no está en Ucrania sino "en cómo salir del lío político, cultural y económico en el que nos encontramos..."
Por lo pronto los principales actores del conflicto, Putin y Biden, siguen colocando sus problemas domésticos bajo de la alfombra ucraniana, mientras la tensión aumenta con el correr de los días, alimentando todo tipo de teorías y pronósticos. Inclusive la de observadores más memoriosos y pesimistas para quienes a los últimos movimientos de Putin los llevan a recordar que la humanidad lleva ya mucho tiempo sin una guerra mundial...














