

“Muchos de los empleados han dejado de ser meros contribuyentes a un sistema pasivo para convertirse en inversores y planificadores activos de su propio futuro”. Esa frase resume un cambio cultural profundo: los jóvenes ya no se conforman con esperar que los sistemas de reparto y/o de capitalización les aseguren un retiro digno.
Hoy buscan protagonismo en la construcción de su bienestar financiero y hoy lo hacen a través de aplicaciones móviles que permiten ahorrar e invertir en activos que antes les estaban vedados.
Pero detrás de esta transformación aparece una paradoja inquietante: quienes no eligen una inversión consistente en el tiempo suelen usar esas aplicaciones como si fueran casinos digitales. Esta conducta, que consiste en apostar a corto plazo a uno o pocos activos financieros para obtener ganancias rápidas, tiene en muchos casos su explicación en la adicción al juego en la etapa adolescente (ludopatía).
Las plataformas de trading y criptomonedas han adoptado las dinámicas propias de los videojuegos: gráficos en tiempo real, recompensas simbólicas, notificaciones constantes. Todo ello estimula los mismos circuitos cerebrales que las apuestas online. La gratificación instantánea se convierte en el motor de la conducta, desplazando la lógica de la planificación a largo plazo. De hecho, muchas aplicaciones de trading y criptomonedas utilizan dinámicas de juego que se asimilan a casinos digitales, lo que refuerza la conexión entre la ludopatía de su etapa educativa y sus hábitos actuales de inversión.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la ludopatía juvenil un trastorno del control de impulsos, con impactos directos en la salud mental y el bienestar. En Argentina, alrededor del 12,5% de jóvenes entre 16 y 24 años han participado en apuestas online. La pandemia fue un punto de inflexión: el aislamiento, la falta de actividades presenciales y el acceso ilimitado a plataformas digitales generaron un terreno fértil para que adolescentes y jóvenes se iniciaran en el juego. Hoy, esa conducta se traslada al ámbito financiero, disfrazada de inversión.
Los Centennials tienen más probabilidades de invertir que las generaciones anteriores y eligen hacerlo a través de aplicaciones móviles, evitando así a los bancos tradicionales. Sin embargo, las influencias externas —tendencias financieras de corto plazo, redes sociales, presión de pares— los empujan a tomar decisiones rápidas, muchas veces sin análisis ni asesoramiento especializado.
La realidad es que el 75% de los empleados jóvenes, debido a que sus compensaciones no son satisfactorias, busca ingresos adicionales, lo que suele llevarlos a asumir riesgos financieros altos debido a su conducta ludópata.
Para muchos jóvenes carentes de educación financiera, la diferencia entre invertir y apostar es clara en la teoría, pero se vuelve difusa en la práctica. Confunden la consistencia del ahorro, la visión de largo plazo, y la diversificación de activos con inversiones tácticas, decisiones de corto plazo, la concentración en pocos activos y la búsqueda de ganancias rápidas.
Cuando la inversión táctica, es decir, la especulación, se convierte en hábito, el bienestar financiero se ve comprometido porque la construcción de patrimonio requiere tiempo, paciencia y educación, tres elementos que chocan con la cultura de la gratificación inmediata.
Lo cierto es que la falta de educación financiera en colegios, universidades y empresas deja a los jóvenes vulnerables a confundir inversión con apuestas en acciones o bonos, asumiendo riesgos excesivos sin estrategias de largo plazo.
Las redes sociales amplifican el fenómeno. Los influencers financieros, grupos de Telegram, videos virales en TikTok o YouTube promueven “modas de inversión”. El problema es que estas recomendaciones rara vez se basan en análisis profundos, ya que responden más a la lógica de la aplicación que a la del bienestar financiero.
El desafío claramente debe ser ante todo cultural y educativo. No se trata de prohibir las aplicaciones ni de demonizar las inversiones digitales, sino de enseñar a distinguir entre la ruleta y la planificación.
Si queremos que los Centennials construyan su futuro financiero sólido, debemos actuar educando, regulando y acompañando al inversor joven. La verdadera apuesta no está en el corto plazo, sino en el bienestar sostenible de toda una vida.













