Cuando el líder del gobernante partido Syriza sedujo al electorado griego le prometió terminar con el ajuste y mantener el Euro. El ingeniero del Politécnico de Atenas sabía que desde la oposición podía prometer más gasto, menos impuestos y reducción del déficit público a la vez, como alquimia económica que no resistía una aritmética elemental, mientras no tuviera que vérselas con ejercicio concreto del poder. Lo acompañaban varios escritorzuelos (expresión de Keynes) de la profesión económica acostumbrados a hablar a los legos de la cuadratura del círculo. Los griegos con su voto lo consagraron Primer Ministro en enero de este año. Allí empezaron sus desventuras porque se proponía remediar con más populismo el agobio de una sociedad estafada durante años por las recetas populistas de sus antecesores en el cargo. Populistas neoliberales y populistas socializantes habían repartido prebendas para todas y todos haciendo uso del financiamiento barato que les proveyó durante años su pertenencia a la zona Euro. Unos concedieron jubilaciones generosas a temprana edad, y los otros otorgaron exenciones impositivas y créditos blandos a los amigos de turno. Ambos nombraron empleados públicos a diestra y a siniestra, y ambos fueron cómplices de truchar la estadística pública para engañar a sus socios comunitarios y superar los controles periódicos. El sistema había colapsado antes de que Tsipras asumiera el poder y Grecia ya estaba negociando periódicos salvatajes financieros para evitar el default de su deuda soberana con una troyka que representa los intereses de los acreedores (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el FMI).

La posibilidad prometida de Euro sin ajuste en el corto plazo para Grecia pasaba por obtener el perdón de la deuda o una reducción sustancial con quitas y esperas draconianas. Tsipras lo intentó y fracasó. Buscó forzarlo con un plebiscito pero no le dio resultado. El precedente hubiera generado un contagio endémico en otras economías endeudadas de la unión monetaria. Terminó aceptando Euro con ajuste frente a la alternativa que le ofrecía la salida del Euro. Tal vez se equivocó. Economistas de la talla de Paul Krugman y Joseph Stiglitz le aconsejaron que dejara el Euro y que se guiara por la experiencia comparada de la asombrosa recuperación argentina tras el abandono de la convertibilidad. Lo que le disimularon ambos fueron los costos de la traumática devaluación por la que tuvo que atravesar la Argentina para corregir las distorsiones acumuladas durante el corsé cambiario. Como nadie quiere transformarse en el enemigo del pueblo, nadie le dice a los griegos con claridad que su disyuntiva no es Euro con ajuste o Euro sin ajuste; sino Euro con ajuste o Dracma con ajuste. Ningún país puede vivir de prestado mucho tiempo si su productividad global relativa no crece. En el largo plazo el precio relativo de una moneda respecto a las otras depende de la evolución de la productividad total de los factores. La unión monetaria europea formó parte de una decisión política que tuvo poco en cuenta las productividades relativas de los países miembros. Pero algunos países aprovecharon la nueva moneda y las bajas tasas mejor que otros. Con inversiones en infraestructura, mejoras educativas y tecnológicas lograron significativos aumentos de productividad relativa. El caso paradigmático es el de Irlanda que viene campeando la crisis y que casi seguro saldrá fortalecida preservando el euro. Distinto es el caso de Grecia por la larga saga de políticas populistas. El ajuste que tienen que hacer los griegos es inevitable, con euros o con dracmas; pero la flexibilidad que les ofrece la moneda propia a los reacomodos que impone la productividad relativa para recuperar el crecimiento la hace preferible a la otra opción. Dracmatizando (neologismo que derivo de nuestro pesificando), el ajuste será menos traumático y la recuperación más rápida. Ha habido rescate y nuevos préstamos, pero no está dicha la última palabra. En el mientras tanto Tsipras cayó en la cuenta que su declamado populismo tiene game over.