

Si algo le faltaba al mundo, sacudido por los efectos de la masiva epidemia de coronavirus, es que los conflictos de intereses particulares agraven aún más la situación y pongan en riesgo el rumbo de toda la economía global.
Eso es lo que sucedió el viernes, cuando la falta de acuerdo entre los países productores de la OPEP, activó una fuerte caída en el precio del petróleo, cercana a 10%. Pero cuando los inversores advirtieron que ese valor no iba a transformarse en un piso, entonces la percepción se hizo más negativa y causó un histórico derrumbe en el mercado petrolero: más de 20% en un solo día, la segunda mayor caída desde la guerra del Golfo, cuando Estados Unidos invadió Irak en 1991.
La pulseada entre los países productores de crudo no vino del cielo. Es una consecuencia directa del debilitamiento de la economía global que ya se espera por la epidemia de coronavirus. El valor del barril venía en baja desde hace varias semanas, y Arabia Saudita era el principal impulsor del recorte de la producción para sostener el precio. Rusia no avaló esa moción, por dos razones: el descenso de este commoditie se suele traducir en una devaluación de su moneda, el rublo, lo que puede mejorar sus exportaciones. Y en paralelo, crea condiciones desfavorables para la inversión en petróleo no convencional, el principal competidor de los grandes yacimientos convencionales repartidos en su territorio.
En general, una merma en el valor del crudo es una buena noticia para los consumidores, porque contribuye a una baja de los combustibles que reduce las presiones inflacionarias. Pero lo abrupto de este movimiento tendrá consecuencias en el resultado de las grandes compañías internacionales del sector, lo que a su vez reducirá el valor de sus acciones. Lo que se verá a partir de hoy en los mercados afectará el crecimiento global, ya que causa una aversión al riesgo que provoca salida de fondos de mercados emergentes y una devaluación de sus monedas.
En este punto es donde se empieza a analizar el impacto que puede tener en la Argentina. Cuando el déficit energético obligaba a importar crudo, la caída en el precio era una buena noticia. Pero ahora no: las inversiones en Vaca Muerta requieren un barril que no sea inferior a u$s 40 dólares, para no alterar la ecuación económica de los diferentes proyectos. Menos ingresos por exportaciones implica que las petroleras estarán más necesitadas de cubrir sus balances con subas en las naftas, o en todo caso, con mayores subsidios.
El otro daño colateral puede sentirse en la renegociación de la deuda. Si la Fed vuelve a bajar la tasa, como se especula, puede ayudar a que los inversores que deben decidir cómo actúan frente a la reestructuración de la deuda, acepten renovar o aumentar sus tenencias. Pero si el riesgo emergente se dispara mucho, al mundo le dejará de interesar el final de la película en la que se mueve la Argentina.














