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La Ciudad de Buenos Aires, en sus más de 400 años de historia, detenta la potestad de ser desde 1920, testigo de una las leyendas más encriptadas que involucra a los Roverano, una de las familias de la aristocracia porteña.

Es que desde la muerte de Ángel Roverano, sin heredero alguno, se inauguró la incógnita sobre la bóveda que, según el mito, acobija hasta hoy piezas de oro y paredes de brillantes.

"Los Roverano eran dueños de la popular Confitería del Gas, en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, una de las primeras en recibir iluminación con ese combustible. Era la principal competencia del Café Tortoni. Cerró sus puertas en 1961 y fue demolida en 1964", repasó el portal Nuevos Baires en otras de sus publicaciones revisionistas.

Emplazado al lado del Cabildo, en la planta baja del ahora extinto edificio funcionaba una galería con locales ocupados "casi totalmente" por oficinas de abogados y escribanías, mientras que en la planta alta se erigía la vivienda del propietario además de un par de habitaciones, también en alquiler.

Años más tarde, con la apertura de la Avenida de Mayo, "El Roverano" fue una de las primeras construcciones en demolerse.

"Los Roverano cedieron gratis 135 m2 del edificio a cambio de que se indemnizara a los inquilinos que habitaban los cuartos que habían sido demolidos. El edificio fue reinaugurado en 1918. El pasaje de la planta baja funciona como galería comercial", amplió Nuevos Baires.

Sin embargo, la leyenda nacida en la segunda década del siglo pasado se ubica a poco más de 10 kilómetros de lo que alguna vez fue su emblema arquitectónico: el cementerio de la Chacarita y la exigencia de dar paso a una nueva bóveda para el "santo sepulcro".

La obra tardó 19 años y demandó un millón de pesos. Los materiales fueron traídos desde Italia y según el testamento que el propio Ángel Roverano confeccionó, tras su muerte, debía clausurarse consigo. Además, las llaves, arrojarse al interior a través de una puerta de bronce, y más tarde, emplazarse una muralla con piedra negra.

La historia causó furor, llegó hasta un diario de Brooklyn (Estados Unidos) y eclosionó cuando, nuevos años después, un periodista de la revista Caras y Caretas logró ingresar para develar el misterio.

Qué había en la bóveda de los Roverano

En 1929 el periodista Ernesto de la Fuente de la revista Caras y Caretas publicó un extenso relato con fotografías, que había logrado obtener con la ayuda cómplice de un cuidador del cementerio.

Si bien en la fachada exterior se exhibía un mero mausoleo austero y poco atractivo, dentro de él se montaban escaleras de mármol que conducían al subsuelo donde yacían los seis sarcófagos (también de mármol) veteado.

"Para sorpresa de los exploradores, los mosaicos de las paredes, que acompañan el descenso eran de oro macizo en un 90% y un 10% por otros del mismo tamaño pero de colores diversos, que formaban figuras al combinarse con el brillo de las paredes. Oro puro y reluciente que, con su tercio de milímetro de espesor, cubrían los muros y la cúpula de aquella sala de descanso sagrado", se desprende de un fragmento de la crónica.

Sobre la pared y al costado de cada tumba, se dejaba ver un medallón de cobre bruñido mientras que, en el centro de estructura subterránea, sostenida por columnas, destacaba la figura en bronce de una mujer desnuda y arrodillada, que simbolizaba la desesperación.

Casi un siglo después, la Legislatura porteña declaró al mausoleo como "Patrimonio Cultural de la Ciudad" en 2006. Aunque, de acuerdo a los relatos extraoficiales, nadie investigó ni inventarió lo que verdaderamente puede, hasta hoy, encontrase bajo tierra.