

La mujer del vestido rojo estaba perdida. Había embarcado con su fiancé, pero se distrajo con las escaleras de cristales de la recepción y ya no volvió a verlo. Lo buscó entre los 3.274 pasajeros (4.606, si se tiene en cuenta la tripulación) que abordaron el MSC Fantasía, el crucero europeo de mayor tonelaje. Caminó sus 333 metros de longitud, recorrió sus 18 puentes (pisos) y regresó, sin éxito, a las escaleras de cristal. El tac-tac de sus stilettos y el cling-cling de sus pulseras se perdieron en la melodía del piano de lomo transparente que sonaba en la sala. Se sentó a escuchar, pero una sirena interrumpió su ensimismamiento. El barco acababa de zarpar.
Entonces, empezó el circo. Un hombre disfrazado de mujer entonó una serenata en italiano, mientras cinco modelos rusas con faldas diminutas se dirigían al casino, despertando fantasías en los ojos masculinos que las vieron pasar. Con marcado acento español, un matrimonio debatía entre visitar la pileta o ir primero a almorzar, y sólo se callaron cuando un grupo de niños japoneses les pegó con la pelota de ping-pong que estaban persiguiendo. Todos los personajes cruzaron por la recepción del buque, en una suerte de desfile de carrozas que bien podría haber servido como inspiración de esa canción que The Doors tituló The soft parade, o como disparador de Welcome to the jungle, de Guns N' Roses.
Aturdida y divertida a la vez, la mujer del vestido rojo recordó que seguía perdida. Entre el laberinto de nacionalidades, encontró a un mayordomo. Llevaba una bandeja con dos copas de champagne y frutillas bañadas en chocolate. Lo siguió hasta el ascensor. Se bajaron en el piso 15º. El mayordomo sacó una tarjeta magnética del bolsillo de su esmoquin y abrió la puerta a un universo paralelo, donde gobernaban las reglas de la exclusividad y la privacidad. "Sólo para miembros del MSC Yatch Club", le susurró a la mujer del vestido rojo.
Dolce far niente
Un pasillo luminoso desemboca en The Concierge. Allí, una italiana recibe a los huéspedes alojados en el exclusivo club. Hace sus reservas en restaurantes, planea sus excursiones y agenda sus masajes en el Aurea Spa. El mayordomo se suma al equipo de butlers que, durante las 24 horas, ofrecerá un servicio personalizado a quienes descansen en ese yate VIP. Así, lujo, confort y privacidad dicen presente durante toda la estadía en el MSC Yatch Club.
Cada mañana, el diario preferido del pasajero estará disponible al pie de la puerta de su camarote; y todas las noches, un cubo de chocolate Venchi descansará sobre su cama. Igual que en la fábula de Ricitos de Oro, quien duerma allí podrá probar distintas almohadas hasta encontrar la que más le agrade. Además, las 71 suites cuentan con televisión interactiva, pantallas LCD, consolas de Nintendo Wii, minibar e hidromasaje. La exclusividad se traslada a la cubierta del barco. Allí, un deck de madera rodea The One Pool, área donde se encuentran la pileta y el jacuzzi, de uso exclusivo para miembros del club. Daikiris, mojitos y margaritas desfilan bajo el sol, cortesía de The One Bar, la barra de tragos y comidas livianas para degustar al aire libre.
Frente a la conserjería, The Top Sail Lounge invita a disfrutar de una experiencia gastronómica única, en un salón panorámico y vidriado con el mar Mediterráneo como telón de fondo. Abierto las 24 horas, este espacio es ideal para desayunar un café con delicatessen italianas o para picar algo salado durante el mediodía. A la tarde, el servicio English High Tea incluye tartas, sándwiches y pastelería fina para contemplar el atardecer; y para los nocturnos, el equipo de chefs sorprende con un snack de medianoche: quesos, olivas y tomates confitados, entre otras delicias mediterráneas.
El placer gastronómico alcanza su clímax en el restaurante L'Étoile. Su abanico gourmet incluye pastas, carnes rojas, risottos, mariscos, pescados y opciones vegetarianas. Todas ellas, acompañadas con una amplia variedad de vinos italianos. Los postres y helados caseros son un deleite para el paladar, igual que los petit four que acompañan el café y trasladan al comensal a un universo de delicias en miniatura. El cierre perfecto luego de un agitado día de excursión.
Desde luego, quienes prefieran mayor tranquilidad podrán ordenar room service y disfrutar de una comida privada frente al mar en el balcón de su suite. Y, por qué no, descorchar ese champagne de bienvenida y probar las frutillas cubiertas de chocolate, mientras el barco dibuja una estela sobre las profundidades mediterráneas y una brisa salada invade el olfato. Delicias del dolce far niente.
Del circo al modernismo
La mujer del vestido rojo lo vio todo. Había esperado a que una pareja ingresara su tarjeta magnética para entrar detrás de ellos. Permaneció allí, deambulando en ese universo paralelo, hasta que uno de los mayordomos le pidió, amablemente, que volviera a la recepción principal para poder orientarla hacia su camarote.
Fuera del MSC Yatch Club, el circo seguía vivo. Así se mantuvo durante los cuatros días que duró la travesía, excepto cuando la nave detuvo sus motores para hacer puerto en Barcelona, La Goulette, La Valletta, Messina y Civitavecchia. No todos los pasajeros descendían. Irresistibles, los relajantes masajes y tratamientos del Aurea Spa fueron una tentación permanente; sobre todo, para los miembros del MSC Yatch Club, que contaron con acceso preferencial a través de un ascensor privado, donde viajaron, libres de pudor, vestidos únicamente con batas o toallas.
Entre fragancias orientales y plantas exóticas, el espacio de wellness y rélax invitó a disfrutar de baños termales y sesiones de talasoterapia. Los más deportistas, en cambio, visitaron las canchas de tenis, vóley, básquet y squash. También, el mini golf, las piscinas y el gimnasio del crucero.
Todas las noches, el teatro L'Avanguardia cobraba vida con un show vibrante. Bailarines, cantantes y acróbatas entretenían al público que, antes o después de la cena, colmaba el espacio para disfrutar de un espectáculo de primer nivel, siempre distinto al de la noche anterior. En la sala contigua, las luces del casino nunca se apagaron, y jamás faltó jugador determinado a probar su suerte frente a las slot machines y mesas de póker. Jóvenes y no tan jóvenes bailaron hasta altas horas de la madrugada en Liquid Disco, la discoteca del barco.
Tampoco se echaron en falta los bailes de disfraces y las fiestas tropicales en cubierta. Los más chicos dividieron su tiempo entre las salas de videojuegos y un simulador de Fórmula 1. Curiosos, también pasaron por el cine 4D para mirar un corto tridimensional desde butacas vibradoras. Con tanto para ver y hacer, el crucero se transformó en un destino en sí mismo.
La tarde que atracó en Barcelona, la ciudad catalana tenía dos acontecimientos en agenda. El primero, la marcha del movimiento 15-M, que tuvo réplicas en 951 ciudades del mundo. El segundo, de carácter deportivo, también fue noticia global: Messi convirtió dos veces con la camiseta del Barça, que goleó 3-0 al Racing Santander, en el Camp Nou.
Era sábado. La Plaza Real, versión miniatura de la Plaza Mayor madrileña, desbordaba de gente que aprovechó los 21 grados de temperatura para disfrutar de la noche mediterránea. Picadas de jamón ibérico, tapas y paellas: platos que eligieron tanto locales como turistas para acompañar con una cerveza artesanal española. En La Rambla, paseo que parte desde la Plaza de Cataluña hasta el puerto antiguo de la ciudad, todavía se escuchaba a los hinchas del equipo azulgrana festejando la victoria. Contagiado de la messimanía que vivía la ciudad, un taxista que pasaba por la zona destacó las gambetas, asistencias y visión de juego del 10 de su equipo. Es que, con 24 años, el mago rosarino se convirtió en un ícono de Barcelona.
No obstante, el emblema de la ciudad continúa siendo Antoni Gaudí. Toda Barcelona lleva su sello. Basta con recorrer el exclusivo Passeig de Gràcia y detenerse frente a La Casa Battló para empezar a incursionar en el estilo del arquitecto catalán. Cerámicas de colores decoran la fachada, más propia de cuentos de monstruos y caballeros de antaño que de principios del siglo XX.
Las escamas tornasoladas de su techo, que simula el lomo de un dragón, asoman entre las exclusivas boutiques que bordean la avenida. A su lado, la Casa Amatller, del arquitecto Josep Puig i Cadafalch, tampoco pasa desapercibida. Junto con la Casa Lleó Morera, de Lluís Doménech i Montaner, las tres obras conforman la Manzana de la Discordia e infunden una mezcla de aires románticos, góticos y barrocos a la avenida más elegante.
A pocas cuadras de allí, los balcones y chimeneas de la Casa Milà (La Pedrera) también huelen a Gaudí. Sin embargo, todos los flashes son para el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, la obra de su vida, a la cual le dedicó 42 años. Murió a los 73, atropellado por un tranvía, y su cuerpo fue enterrado en la cripta del templo inconcluso. Desde su muerte, varios artistas continuaron la obra, siguiendo la idea original. Aún en construcción -se financia a partir de donaciones-, se prevé que la Sagrada Familia esté terminada dentro del primer tercio del siglo actual. Si aún quedara tiempo, el Park Güell es otro descomunal espectáculo arquitectónico con su rúbrica.
Tres líneas de bus permiten conocer Barcelona en un día, en un recorrido por los enclaves más visitados, con audioguía incluida. El paseo también puede hacerse en bicicleta, a lo largo de los 100 kilómetros de bicisenda que bordean las calles de la ciudad. Pero nada se compara con la aventura de perderse entre las callecitas del Barrio Gótico y recorrer ese mundo angosto, centenario y pintoresco.
A continuación, habrá que detenerse a tomar una cerveza en alguno de sus bares y continuar camino hacia el Born, barrio donde el glamour barcelonés contrasta con la pobreza de los inmigrantes, y refleja el 21,5 por ciento de desempleo que golpea al país, la cifra más alta de los últimos 15 años. Hacia el fin de la jornada, la Torre Agbar -el rascacielos con forma de bala, de 144 metros de altura- se ilumina de azul y rojo, colores que decoraron la ciudad en una tarde singular de protestas y victorias.
Túnez primaveral
Después de navegar durante 20 horas, el horizonte azul se torna árido. Seis camellos descansan en La Goulette, puerto de la ciudad de Túnez. Una odalisca con túnicas de seda mueve su caderín al compás de la pandereta. La capital, que lleva el mismo nombre que el país, recibe a los turistas con un clima primaveral, a pesar de que es otoño. Los pasajeros toman dos caminos. A 18 kilómetros de la capital, la milenaria Cartago se levanta sobre el Mediterráneo.
Entre las ruinas del Imperio Romano asoma la Catedral de San Luis, en un interesante contraste con la mezquita árabe que reposa colina abajo. Las termas de Antonino, uno de los baños más exclusivos de la época romana, dan cuenta del lujo que, siglos atrás, vivió la ciudad. Camino a Sidi Bou Said, el paisaje se vuelve celeste y blanco. Todas las casas del barrio visten esos colores: el primero, para ahuyentar a las moscas; el segundo, para reducir el calor.
Cúpulas, puertas de madera y calles angostas completan las aristas de esta joya árabe. En Medina, última parada de la travesía, los callejones esconden mercados, tiendas y bazares. Algunos, bajo tierra. El aire se vuelve húmedo y pesado en esos laberintos subterráneos y superpoblados donde sólo valen las leyes del regateo.
Eslabón clave en la cadena de protestas que dieron origen a la Primavera rabe, Túnez festejó, en octubre último, sus primeras elecciones libres tras 24 años de dictadura bajo el régimen de Zine el Abidine Ben Ali. El verdadero cambio llegará durante el próximo año, cuando la Asamblea Constituyente electa elabore la primera Constitución democrática y designe al nuevo gobierno de Túnez. Al pie de la escalera de embarque, todo sigue igual. Los camellos, la odalisca y la pandereta animan las escolleras en La Goulette mientras la sirena del fantasioso MSC ruge una vez más.
Dos islas...
Rodeado de aguas azules, verdes y turquesas, un país tallado en piedra se alza en el centro del mar Mediterráneo. A la distancia, Malta luce la estética medieval que le imprimen sus murallas y catedrales centenarias. El archipiélago (que engloba a las islas de Gozo, Comino, Cominotto y Filfola) fue habitado por primera vez en 5.200 a.C. Los fenicios la bautizaron Malat, que en su idioma significaba refugio seguro. Desde entonces, fue conquistada y ocupada por tantas civilizaciones que el nombre se convirtió en una ironía. Todavía hay huellas de la cultura inglesa que, durante 150 años, gobernó la isla.
Autos con volante a la derecha, balcones de estilo victoriano y pubs más típicos del norte europeo que del sur mediterráneo son comunes en La Valletta, puerto y capital de Malta. Allí, el protagonismo se lo lleva la Concatedral de Saint John, construida por los Caballeros de la Orden de Malta en el siglo XVI.
Habrá que cruzar la zona industrial del país y los suburbios de Rabat para llegar a Mdina, ciudad amurallada donde la población se reduce a 300 personas, la mayoría miembros de la aristocracia local. Ferraris, Bentleys y Porches descansan en las calles de la otrora capital maltesa.
A 154 millas náuticas de distancia, una virgen dorada con una carta en mano da la bienvenida al puerto de Messina, en la isla de Sicilia. Vos et ipsam civitatem benedicimus reza la inscripción debajo de la Maddona della Lettera. En latín, significa: "Los bendecimos a ustedes y a su ciudad". Esa es la carta que, según la leyenda, habría enviado la Virgen María a los habitantes de Messina. Después de que la original se quemara en un incendio, los sicilianos construyeron la estatua para materializar su recuerdo.
Cinco kilómetros de mar separan a Messina del continente. Es la tercera ciudad más grande de Sicilia, después de Palermo y Catania. Famosa por sus movimientos sísmicos, el 90 por ciento de su superficie fue destruida durante el último gran terremoto, en 1908. Luego, la ciudad sufrió los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y tuvo que ser reconstruida. Sobre la cumbre nevada del volcán Etna, una fumarola da testimonio de que el monstruo de lava permanece activo. La cortina blanca se pierde entre las nubes... Cuando los griegos llegaron a la isla, fundaron su primera colonia muy cerca del volcán, a 200 metros sobre el nivel del mar.
Esa terraza natural entre el Etna y el estrecho de Messina, que se llamó Naxos y actualmente se conoce como Taormina. Por sus pintorescas calles, tentadoras gelaterias e imponentes vistas, se convirtió en otro polo turístico de la isla. Los griegos la usaron como fortaleza; los romanos, para vacacionar. El mix entre ambas culturas se hace presente en cada rincón. Dos horas serán suficientes para disfrutar de las vistas del Teatro Greco -el Jónico multicolor, el humeante Etna, las ruinas milenarias-, degustar un cannoli al paso o perderse entre las callecitas angostas de esa ciudad que, de a poco, empieza a amanecer.
...y una bota
La última vez que el buque se detuvo fue en Civitavecchia, puerto ubicado a 80 kilómetros de Roma. Era una mañana ideal para absorber la historia local, empezando por las ruinas romanas y continuando por el Coliseo. O, por qué no, adelantarse a las eternas filas e iniciar el recorrido con una visita al Vaticano para admirar el interior de la Basílica de San Pedro y las obras renacentistas de la Capilla Sixtina. Al mediodía, una parada en la Piazza di Spagna para tentarse con una pizza italiana, camino a la Fontana di Trevi. De espaldas a la fuente, cientos de turistas piensan sus deseos mientras esperan su turno para arrojar sus monedas.
A pocas cuadras de allí, los cafés y boutiques de lujo sobre la Via Veneto recuerdan la Dolce vita de Federico Fellini, y en la Piazza del Popolo es difícil determinar si son las mujeres o los hombres italianos quienes visten con mayor elegancia. Sin embargo, detrás del disfraz de opulencia, una deuda pública del 119 % del PBI hace temblar a Italia. Invisibles a los ojos del turista, los avanzados síntomas de crisis que vive la eurozona se propagan, paulatinamente, por la capital italiana.
Atrás quedaron los puertos de Barcelona, La Goulette, La Valletta, Messina y Civitavecchia. La mujer del vestido rojo se había deleitado con la arquitectura de Gaudí, esperanzado con la promesa de democracia tunecina, impresionado con los calabozos malteses, enamorado de las vistas de Taormina e inquietado con la dualidad de realidades que sobrevolaba Italia. Pero nada quedó tan grabado en su memoria como ese paraíso que descubrió, casi por casualidad, en los pocos minutos que duró su travesía en el MSC Yatch Club. Años después, lo recordaría como uno de esos sueños que uno nunca termina de saber si fueron una fugaz realidad o, simplemente, una travesura de la conciencia.
Fantasías mecidas por el Mediterráneo
Entre enero y mayo de 2012, habrá tres oportunidades para disfrutar del MSC Yatch Club a bordo del MSC Fantasía. Para escaparse del agobiante verano porteño, vivir una Semana Santa de lujo o, simplemente, tomarse un recreo antes de que llegue mitad de año, nada mejor que entregarse al placer de este crucero y las ciudades donde hará puerto.
Enero 2012: 11 noches para estrenar el año a puro lujo. El itinerario comienza en Génova. Desde allí, el buque parte a Barcelona, desciende hasta las costas marroquíes de Casablanca y hace puerto en Santa Cruz de Tenerife. El recorrido continúa en la ciudad portuguesa de Funchal, desde donde parte hacia Civitavecchia y, luego, Málaga. Salidas: 8, 19 y 30. Tarifa: u$s 3.050.
Abril 2012: 7 noches en Semana Santa, para disfrutar de una aventura con punto de partida en Génova, donde se puede visitar el exclusivo barrio de Portofino. El siguiente destino será Nápoles, la caótica ciudad italiana. Palermo, La Goulette, Barcelona y Marsella completan el itinerario, que cierra la semana de navío en Génova. Salidas: 1º, 08, 15, 22 y 29. Tarifa: u$s 2.591.
Mayo 2012: 7 noches para disfrutar del mismo itinerario que en abril. Salidas: 6, 13, 20 y 27. Tarifa: u$s 2.685.
*Tarifas en dólares por persona, base doble, en categoría YC1 (Deluxe Suite). Incluye promoción de reserva anticipada, tasas e impuestos. No incluye tasas de servicio de 9 euros por noche por adulto (válido para el tramo marítimo únicamente).
Más información: www.msccruceros.com.ar
Clásico y moderno
Majestuoso, como su nombre lo indica, abrió sus puertas en 1918 sobre el exclusivo Passeig de Gràcia, en Barcelona.
Originalmente, se llamó Majestic Hotel Inglaterra pero, en 1940, cambió su nombre por el que actualmente decora su fachada: Hotel Majestic. Casi un siglo después de su inauguración, el cinco estrellas conserva su estilo neoclásico. La familia Soldevila Casals lleva tres generaciones como propietaria del hotel. Lo moderno y lo clásico dicen presente en las 303 habitaciones, en un mix de estilos que conviven con una colección de arte contemporáneo.
En las noches más cálidas, la terraza del décimo piso ofrece un cóctel que se disfruta desde esa privilegiada vista a las obras de Gaudí: iluminadas, las tejas de la Casa Battló, las chimeneas de La Pedrera y las torres de la Sagrada Familia asoman entre la oscuridad. Miembro del portafolio de Keytel, compañía española que representa a 1.300 hoteles en el mundo, el Majestic fue históricamente elegido por personalidades tan disímiles como el poeta Antonio Machado, el pintor Joan Miró, la reina Sofía, el Príncipe de Asturias y el Dalai Lama.











