Candela Rodríguez, el cordero que lavó las culpas
“Cordero de Dios” es un libro fundamental que reconstruye el asesinato de la pequeña de Hurlingham. Un relato crudo, detallado y minucioso, que se arriesga a dar una hipótesis sobre un caso que todavía sigue sin resolverse.
Hay un momento en la misa, al comienzo, en el que los fieles piden perdón y lavan sus culpas. Es un rezo específico que repiten todos juntos: “Cordero de Dios, tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque solo tú eres Santo, solo tú Señor, solo tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre”.
En la jerga de los barrios, ‘Cordero de dios‘ se le llama al sacrificado. Al que vino a purgar una culpa ajena. O lo que es lo mismo, ‘Cordero de dios‘ es sinónimo de ‘ajuste de cuentas‘. Un desbalance entre el debe y el haber que tiene que ser corregido. Incluso cuando ese desbalance cambie dinero, o traición, por una vida. Incluso cuando esa vida sea la de una niña.
Nueve días después de haber sido secuestrada, Candela Sol Rodríguez, o Candela a secas, fue encontrada muerta en un descampado en la zona oeste del conurbano bonaerense. Ningún argentino, o pocos, fallarían en su relato sobre el momento en el que se enteraron de la noticia. Durante más de una semana la foto de la niña apareció en todos los medios. La televisión transmitía prácticamente en directo desde la casa de la pequeña en Hurlingham, donde vivía con su madre y hermanos, cualquier movimiento familiar.
El caso fue un revuelo, además de mediático, político. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, ordenó montar un operativo especial para que encuentren a la pequeña con vida. Pero no sucedió. Y la causa judicial que llevaba adelante la investigación para esclarecer el crimen fue un mamarracho. Gabriel Mariotto, vicegobernador de la provincia enfrentado con Scioli, creó una comisión especial en el Senado bonaerense para que reconstruya la trama del asesinato. A pesar de eso, aún hoy el caso está empantanado.
¿Cómo escribir, entonces, sobre un caso que no deja de generar nuevas noticias? Candelaria Schamun logra, con muchísimo trabajo, inteligencia y detalle, armar una hipótesis sobre el caso y narrarlo de una manera intrigante en su libro “Cordero de Dios”. Casi a la manera de un policial negro, como dice Cristian Alarcón, director de la colección “Ficciones reales” de Editorial Marea al que pertenece la publicación.
La periodista, en base a más de 30 visitas al barrio de la niña y unas 15 a Villa Korea, en el partido de San Martín –uno de los centros de distribución de cocaína más fuertes del país– reconstruye la vida de Candela y el entramado complejo del que proviene su familia. A lo largo de sus cuatro capítulos, la autora va relatando la búsqueda, el velatorio, la causa judicial y al final arriesga la hipótesis sobre los motivos del asesinato y describe los posibles momentos finales de la niña.
El caso, dice Schamun, está vinculado con un ajuste de cuentas por una vendetta narco. Carola Labrador, madre de la pequeña, asegura que esa hipótesis es falsa y que el secuestro estuvo vinculado con la trata de personas. Pero que con la exposición mediática del caso, tuvieron que matar a la niña.
El trabajo de investigación de Schamun es obsesivo, detallista. Los datos son contundentes y las fuentes, aún las figuritas difíciles, están presentes a lo largo del relato. Todos los puntos de vista posibles del caso tienen un espacio en el libro. Sería un guión perfecto para una ficción. Pero lo lamentable, y eso aprieta la garganta a lo largo de la lectura, es que el crimen es cercano, además de cierto. Esta muerte tiene poco más de un año. Y la certeza de que sigue impune y que probablemente pueda volver a repetirse.
“Cordero de Dios” es una reconstrucción documental, precisa y detallada, sobre un barrio, sobre los narcos, sobre la policía. Sobre las coimas. Sobre el poder. Una descripción de una metodología que no tiene referencialidad espacial, porque excede a San Martín o Villa Korea. Porque una traición se paga con sangre. Con la sangre del cordero. Aún cuando esa sangre sea la de una niña.