Preso seis semanas por robo en una tienda a los 17 años (lección de un padre que se negó a pagar la fianza). Disléxico, cuando ese trastorno rara vez se diagnosticaba -mucho menos, se trataba-, lo que hizo que, durante su infancia y primera adolescencia, en la Birmingham proletaria de los '50 e inicios de los '60, se lo tratara, directamente, de "estúpido", como alguna vez confesó él, crudo, en una entrega de "Behind the Music", ese histórico ciclo de documentales de la MTV de décadas atrás.
Es muy poco probable que John Michael Osbourne haya sido capaz de diseñar un business plan, proyectar un flujo de ingresos o administrar la caja. Pero, como cualquier emprendedor, "Ozzy" -diminutivo de su apellido que se convirtió en una de las marcas más valiosas de la industria musical- superó adversidades en ese camino hacia ningún lugar que, parafraseando a su canción, terminaba en él mismo. En su sueño; esa epifanía que tuvo escuchando a los Beatles, cuatro héroes de clase obrera -como él- que, desde Liverpool, abrieron un largo y sinuoso sendero para toda su generación.
Como en toda historia emprendedora de éxito, también en ésta hubo una inversión inicial. Fue de 250 libras, más de 2000 de hoy. El angel investor, John, su padre, el mismo que lo dejó reflexionando en la prisión de Winson Green. Operario siderúrgico, sacó un préstamo para comprarle un sistema PA, esencialmente compuesto por micrófono y amplificador. Negado para tocar cualquier instrumento, la voz era su único talento para imaginarse como músico. Aguda, nasal, melancólica... penante. Todavía era un diamante muy (muy) en bruto. De hecho, no fue ella sino la posesión de un bien escaso -el equipo de audio- lo que atrajo el interés de potenciales socios: una banda, Earth, en la que Tommy Iommi (guitarra) y Geezer Butler (bajo) decidían más, mucho más, que el ritmo al que tocaban rock, blues y algo de jazz.
En 1963, tomaron una decisión de negocio clave, fundamental,estratégica. "Si la gente paga para ver películas de terror, ¿por qué no hacemos música que asuste?", propuso el taciturno Butler, después de ver media cuadra de cola en un cine para una película de Boris Karloff. Se llamaba "Black Sabbath". Fue el descubrimiento de una nueva dimensión. Pasó a ser no sólo el nombre de la banda: fue también el título de su primer álbum, editado a inicios de 1970, y de su canción inicial. Sórdida, tenebrosa, hipnóticamente rítmica... poderosa. Muchos creyeron oír en ella a las trompetas del Apocalipsis. También vieron a los cuatro jinetes en esos inadaptados sociales de un suburbio industrial británico, con melenas caídas por la cintura, bigotes profusos y ataviados góticamente, con crucifijos grandes y brillantes.

Innovaron. Hicieron un turn-around, sin siquiera saber qué era eso. Ofrecieron un producto diferente, distinto, disruptivo con un escenario musical edulcorado por el auge del Flower Power. Reinvención de la rueda; lanzamiento del iPhone. Trovas sobre aquelarres, odas heréticas y salmos al Maligno, con ritmo aplastante, melodías cautivantes y letras explícitamente esotéricas que, cantadas por la penetrante voz de Ozzy, presagiaban el fin de los tiempos y niños emergiendo de cavernas tras un holocausto nuclear. Síntoma de un universo totalmente nuevo; un génesis de cuyo primer libro Sabbath fue profeta con sus contemporáneos Deep Purple y Led Zeppelin, la Santísima Trinidad del Heavy Metal.
El primer disco de Black Sabbath vendió más de 1 millón de copias ese año. Menos de 12 meses después, a fines de 1970, Ozzy, Iommi, Butler y el infaltable Bill Ward (batería) sacaron "Paranoid", su disco más vendido hasta hoy, con más de 12 millones de copias en casi 55 años. Un single homónimo que se hizo himno. De Sabbath y del propio Ozzy: el rito final de cada misa, incluida la última, The Beginning of the End, el 5 de julio de este año. A mediados de 2024, "Paranoid" (la canción) cruzó las 1000 millones de descargas en Spotify y las 200 millones de reproducciones en YouTube, según publicó Billboard.
"Aprender del fracaso", uno de los mandamientos deSteve Jobs. Vaya si Ozzy lo tuvo. Expulsado de Black Sabbath después de una década de excesos, abandonado ya por su segunda esposa, se relacionó con Sharon Levy, la hija de Don Arden, uno de los managers de la banda. Sharon fue el segundo -y definitivo- ángel inversor de Osbourne.
Ella tomó al desahuciado vocalista como su propio proyecto, al costo de romper lazos comerciales -y, durante décadas, personales- con su padre. Juntos, diseñaron, planificaron y ejecutaron el relanzamiento."Blizzard of Ozz" fue el packaging; el producto, Ozzy: el mismo aunque renovado.
Fue, precisamente, en esos road-shows con discográficas y grupos de comunicación, un pitcheo en CBS, cuando se produjo uno de esos episodios que ya son parte de la cultura pop. El plan era que, al final de la presentación, Ozzy liberara palomas de un bolso, como un luminoso símbolo de su renacimiento artístico y personal.Borracho y hastiado de la voz de la ejecutiva de PR de la empresa, en un rapto de furia, mordió la cabeza de una de las aves y la escupió sobre la mesa. Décadas después, alegó que fue un recurso desesperado para salvar el pitch, ya que la paloma estaba inesperadamente muerta.
Sea una versión o la otra, lo real es que, con el tiempo, supo modelar esa decapitación aviar como un atributo único de su marca. Hizo lo mismo con el murciélago, su ávatar en la era digital. Durante una gira en 1982, parte de su show era un frenético intercambio de objetos físcos -incluso, orgánicos- entre él y el público. Una noche en Des Moines, aterrizó un murciélago sobre el escenario. Sólo Osbourne supo por qué -si es que lo supo-, creyó que era de juguete y empezó a mordisquearlo. Terminó la noche en el hospital, recibiendo vacunas contra la rabia.
En esos frenéticos '80, el tren loco avanzaba a toda máquina, casi descarrilando. Osbourne vendió más de 20 millones de discos a lo largo de esa década, pese a ser el Anticristo para la ola conservadora de los Estados Unidos de Ronald Reagan -hubo estados donde sus álbumes se vendían embolsados, con la tapa cubierta- y el Reino Unido de Margareth Thatcher.
"Dicen que adoro al Demonio. Deben ser estúpidos o ciegos", cantó él, como réplica. Para entonces, Ozzy ya era el hombre del milagro, el del pecado definitivo que rompía todas las reglas. Dos prisiones más para anotar en el diario de su locura. Una, por orinar en El Álamo, sacrosanto sitio del heroísmo estadounidense. La otra, por el intento de asesinato de su propia mujer.
Sin embargo, no hubo adiós al romance entre Ozzy y Sharon, que se habían casado en medio de esa resurrección del rebelde del Rock & Roll. Ya con tres hijos, víctima y acusado no disolvieron la sociedad conyugal. Pese a las marcas en su cuello, el affectio societatis de Sharon seguía intacto. No más lágrimas en los '90: otro relanzamiento, el Ozzy 3.0, que -apalancado por la explosión global de MTV- siguió generando hits, discos y llenando estadios. El de las baladas poderosas para consumo de TV y FM, y el de las ráfagas metaleras para la sacudida de cabeza de los headbangers. El que, en clave de emprendedor, siguió al pie otro mandato de Jobs: "Rodearte de los mejores". Randy Rhoads (trágicamente fallecido en 1982), Zakk Wylde, Randy Castillo, Robert Trujillo y, más recientemente, Adam Wakeman, entre muchos otros músicos que brillaron con luz propia a su alrededor.

El Príncipe de las Tinieblas era un perverso sin descanso.Ni el Anticristo ni el hombre de hierro: el que trató de entretener a su feligresía lo mejor que pudo. En 1997, Sabbath reunió a su formación original para una gira que recaudó US$ 72 millones y tuvo un disco en vivo, "Reunion", que vendió réplicas por millones en todo el planeta. También en esos años, el matrimonio Osbourne -rechazado Ozzy de Lollapalooza- gestó Ozzfest, festival itinerante que, desde entonces, promovió a decenas de bandas.
Faltaba nada para que el Padrino del Heavy Metal se convirtiera en el papá de "The Osbournes": el reality show que, en pleno boom de ese formato, mostró al mundo la intimidad de la familia televisiva más terrorífica y disfuncional -pero real- desde los Addams. Recicló a Ozzy ante nuevas generaciones. Redimido por la inefabilidad de la pantalla, ahora bendecido como un padre común y corriente cuyo trabajo, simplemente, es ser un dios para la tribu más oscura del Rock, se expandió a públicos que, en otras circunstancias, habrían clamado por oírlo... crepitar en una hoguera. "Ozzy... Mi mamá adora tu música", lo recibió el propio George W. Bush en la Casa Blanca. Su padre fue el vicepresidente de Reagan.
El martes 22 de julio de 2025, John Michael Osbourne dejó este plano. Fue a los 15 días de su último acto, ante 45.000 fieles en el Villa Park y 3 millones que pagaron US$ 30 para verlo por streaming. Ozzy, en cambio, es inmortal: una marca que generó una fortuna calculada en US$ 220 millones, entre más de 70 millones de discos vendidos y US$ 50 millones generados por licensing, entre Ozzfest (US$ 35 millones) y productos de merchandising (US$ 15 millones).
Símbolo de Birmingham, Adidas lo había elegido el año pasado para protagonizar el lanzamiento de la camiseta del Aston Villa, a la altura de Dibu Martínez. Veinte días antes de su deceso, Ozzy lanzó con Jolie Beauty una línea de maquillaje para fanáticos del heavy metal y criaturas góticas en general, y una edición especial de té helado elaborado con su ADN, en colaboración con la marca Liquid Death. Se vendieron a US$ 450 por lata.
Cuatro días después de su muerte, sus canciones dominaron el top-10 de iTunes. Para entonces, como solista, ya había saltado de 12,4 millones a 18,7 millones de oyentes en Spotify. Sabbath subió de 19,8 millones a 24,6 millones. Lo mismo pasó con sus canciones más clásicas. "Crazy train" creció en 8 millones de reproducciones, hasta las 809 millones; "No more tears" lo hizo en 7 millones, a 266 millones; y "Mama, I'm coming home" trepó en 7,2 millones, a 245 millones. Live after death. Las extraordinarias cifras de alguien que no quiso morir como un hombre ordinario. Uno que, sin saber que lo era, se rigió por la primera ley de cualquier emprendedor: abandonar ese destino al que se sentía condenado -de adolescente, trabajó en una metalúrgica, un matadero y aseguraba que terminaría siendo plomero- y hacer lo que lo apasiona. Fue rey y fue payaso; ningún ala rota pudo retenerlo. Fue libre. "Go f****cking crazy!".
(La versión original de esta nota se publicó en la edición número 380 de la revista Apertura, correspondiente a agosto de 2025)















