Cuando asumió la presidencia, Dilma Rousseff subió la rampa del Palacio do Planalto bajo un manto de desconfianza acerca de que gobernaría a la sombra de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, y que sería rehén del Partido de los Trabajadores (PT). Pasados doce meses, Lula mantiene, de hecho, mucha influencia, pero no hay dudas acerca de quién gobierna el país.

Dilma nunca recibió a la Comisión Ejecutiva Nacional del PT para una charla. Su canal de comunicación con el partido es institucional, como lo es, con otras agrupaciones de la base aliada. La mandataria impuso su estilo de negociación al Congreso y a la gestión de gobierno. Por ahora, tuvo éxito y la primera mujer que preside Brasil surfea en índices records de popularidad.

Al contrario de su predecesor en el cargo, un animal político conquistador y seductor, como acostumbra decir de Lula su amigo Gilberto Carvalho, ministro de la secretaría General de la Presidencia, Dilma detesta la rutina de la política. No mantiene relaciones informales con los legisladores. Ninguna. Si el presidente del Senado, José Sarney, precisa intercambiar ideas, la llama por teléfono y ella lo recibe en una audiencia. No existe complicidad. Ni el vicepresidente Michel Temer aparece en cualquier momento para conversar con Rousseff. El tratamiento que da al vice es absolutamente formal, y lo mismo ocurre en relación a los presidentes y líderes partidarios.

A comienzos de este mes, Dilma tuvo que sacar del gobierno a Carlos Lupi, por entonces ministro de Trabajo, abatido por una sucesión de denuncias.

Presidente bajo licencia del Partido Democrático Laborista (PDT), donde Rousseff estuvo afiliada, Lupi era el representante del partido en la coalición que apoya el gobierno desde la gestión de Lula. La crisis en torno a su salida del cargo se prolongó por semanas, pero en ningún momento la presidenta discutió el tema con el presidente interino del PDT o con los líderes de la sigla en la Cámara de Diputados y en el Senado. El diputado del PDT que mantiene una relación más próxima con la presidenta es Vieira da Cunha, de Rio Grande do Sul. Ambos se conocieron en la militancia en torno del fallecido líder político brasileño Leonel Brizola en ese estado.

Pero el caso del PDT es la regla y no la excepción. Aunque la presidenta sabe también recurrir al pragmatismo si lo necesita. Los ministros de la casa, por ejemplo, se sorprendieron cuando invitó a las bancadas partidarias a almorzar en el Palacio da Alvorada, luego de sufrir su única derrota en el Congreso, la amnistía a los deforestadores concedida en la votación del Código Forestal, en mayo (disputa que aún no terminó, porque el proyecto todavía tramita en el Congreso).

Sin las zalamerías del ex presidente, Dilma fue en realidad más allá de Lula en la relación institucional con su base de apoyo. Hizo reuniones regulares del consejo político y entronizó a los líderes del gobierno en los encuentros de coordinación política (reunión los lunes por la mañana con el denominado núcleo político del gobierno), además de Temer y del ministro Edison Lobao (Minas y Energía), que comparecen por el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).

Antes de anunciar políticas de gobierno, como el Brasil Sin Miseria, Dilma tiene la costumbre de presentar los programas al consejo, o los comunica, como prefieren entender los líderes partidarios. Al menos los titulares de los partidos se sienten menos ignorados que en el inicio del gobierno, cuando tenían la obligación de escuchar al ministro de Hacienda, Guido Mantega, analizar números sobre la pujanza de la economía brasileña.

A Dilma no le interesa negociar con los legisladores y se enoja mucho cuando cree que alguien le quiere poner un cuchillo en el cuello, según el relato de uno de sus auxiliares más próximos, testimonio presencial de los embates de la presidenta con el PMDB, el mayor partido aliado. Los ministros del palacio se sorprendieron nuevamente con la intransigencia con que comandó la ofensiva para anular la acción del diputado Eduardo Cunha, de Rio de Janeiro, en Furnas.

Con la complicidad del líder del PMDB en Diputados, Henrique Eduardo Alves (PMDB), el diputado carioca intentó desafiar la autoridad de la presidenta como lo hizo al mantener durante tres meses, en el gobierno Lula, un parecer sobre la prórroga de la Contribución Provisoria sobre Movimientos Financieros (CPMF).

Rousseff decidió poner fin a la "arrogancia" de Cunha a la hora de las nominaciones para Furnas Centrales Eléctricas. Esterilizar la actuación del diputado en la administración pública es casi una "directriz del gobierno" en 2012.

En este episodio, tuvo mucho valor el accionar del entonces jefe de la Casa Civil, Antonio Palocci, que negoció con la cúpula del PMDB para que el propio partido cortase las alas del diputado. Cunha aparentemente entendió el "estilo" Dilma, y simplemente abandonó el centro del escenario.

Dilma tragó en seco algunas negociaciones en el Senado a final de año, pero en general impuso su punto de vista sin pagar un precio muy alto. "Marcó" al senador Eunício Oliveira, del PMDB, por haber retrasado un parecer sobre la prórroga de la Desvinculación de Ingresos del Estado (DRU) por no haber sido atendido con un cargo en una estatal del nordeste.

La presidenta tampoco perdonó la "distracción" de Sarney, al colocar en la agenda de votación del Senado el proyecto de reglamentación de la Enmienda 29.

Irritada, Dilma envió un mensaje a los senadores: si el precio para la aprobación de la DRU era vincular 10% de los ingresos del Estado a los gastos con Salud, estaba dispuesta a quedarse sin DRU. Punto. La DRU pasó como quería la mandataria. Pero Rousseff tuvo que hacer concesiones y autorizó el empeño de una parte de las enmiendas parlamentarias al Presupuesto, que reclamaban los legisladores a lo largo del año.

Había una salida fácil para aprobar el DRU: su prorrogación por apenas dos años, en lugar de los cuatro años previstos en la propuesta. El líder del gobierno en Diputados, Candido Vaccarezza, del PT de San Pablo, creía que era bueno, igual que el PMDB, porque resolvía rápidamente el problema. Pero Dilma no aceptó. La presidenta entendió que si atendía a los partidos aliados, en dos años tendría que volver a sentarse en la mesa de negociación, pero probablemente en condiciones más desfavorables. "Eso es un indicio de que sabe hacer política, al contrario de lo que se decía", afirmó un asesor de la mandataria.

Quién trabajó directamente con Dilma dice que su mayor cualidad, en cuanto a la política, es la nitidez de posiciones. Como envió el mensaje a la cúpula del PMDB para que dejara de escuchar a Eduardo Cunha, la presidenta es directa también en el trato con subordinados. Sus gritos no sirven de medida acerca del prestigio de este o aquel ministro, y entraron en la rutina del Planalto.

Este año, llamó la atención la preocupación de Dilma con la base social del gobierno. Cuando los petroleros amenazaron con una huelga, la presidenta fue informada acerca de que una de las trabas en la negociación tenía que ver con la seguridad. Los trabajadores sostenían que tenían poca participación en el control de la seguridad. Rousseff llamó al presidente de la estatal. (Sergio) Gabrielli, no quiero ni pensar en la hipótesis de que Petrobras no abra el plan de seguridad a los trabajadores, dijo, según contó a Valor un auxiliar presente durante la conversación.

En otra ocasión, el llamado fue para el presidente del BNDES, Luciano Coutinho. Dilma afirmó más que preguntó si determinada contratista tenía intereses en el banco. Sin esperar respuesta, señaló que el BNDES no debería librar ni una moneda para la empresa, a esa altura acusada de tratar mal a trabajadores en las obras de la hidroeléctrica de Jirau.

Con igual trato hacia los legisladores y subordinados, Dilma consiguió cierta estatura e independencia de Lula e impuso un modelo parecido con ella misma, según evaluaron dirigentes del PT. Elpresidente de la agrupación, Rui Falcao, suele tomar prestada una metáfora de Marco Aurelio Garcia, asesor especial de la Presidencia para asuntos internacionales, para explicar la relación entre el ex y la actual presidenta.

Según Garcia, cuando estudiaba en su escuela decían que el Misisipi era el río más grande del mundo. Porque sumaban el Misisipi con el río Missouri (un afluente). "Entonces era posible", dijo Falcao. Pero, como se sabe, los ríos tienen un punto de intersección, pero mantienen cursos enteramente diferenciados. "Dilma y Lula son como el Misisipi y el Missouri. Se separan, pero en conjunto forman una gran sociedad, un gran río". A Falcao no le gusta escuchar la frase que dice que ya no existen dudas sobre quién "manda" en Brasilia. Prefiere decir que no existen dudas sobre quién "gobierna" en el país.

Como los ministros aprendieron a convivir con reacciones "nítidas" de la presidenta, los partidos también comprendieron que no deben chocar de frente con Dilma. En especial, en un período -el primer año de gobierno-en que la popularidad de la presidenta solo aumentó. El PT considera que mientras la economía ande bien, la propia coyuntura empuja al gobierno para adelante. El riesgo está en la crisis. En ese caso, la "desatención" de Rousseff con los comandos partidarios puede costarle caro, y ciertamente aparecerán muchos congresistas queriendo su revancha.