

Estamos viviendo el fin de una era. El súper-ciclo de deuda que gobernó la economía internacional de las últimas décadas ha llegado a su fin. La economía internacional se está des-apalancando y el crecimiento global reconocerá nuevas fuentes en el futuro.
El cambio tecnológico domina todas las áreas. No se trata ya de una tecnología nueva (la informática), sino del comienzo de una nueva era donde varias oleadas de cambio tecnológico golpean simultáneamente las estructuras de negocios del siglo pasado y las cambian para siempre.
Las aplicaciones biotecnológicas en los alimentos y los medicamentos, la informática y las telecomunicaciones, las energías renovables, los mercados de carbono y la manipulación de elementos a escala molecular revolucionan constantemente nuestra forma de producir y consumir, de investigar y competir, de financiar y decidir.
Esta nueva economía es el resultado de la maduración de un proceso evolutivo que lleva ya varias décadas, liderado por la innovación y el cambio tecnológico y la manera en que afectan los procesos productivos y los patrones de consumo. Es una economía que nos lleva desde los mercados a las redes, de los derechos de propiedad a los de uso, del foco en los productos a concentrarnos en los clientes.
Su emergencia tiene tal impacto que cambia la dinámica de la política, modificando los equilibrios de poder, imponiendo nuevas reglas de juego en la sociedad, entre las empresas y los ciudadanos. Al mismo tiempo, genera nuevos actores económicos así como la renovación de aquellos jugadores tradicionales que lideraron la escena económica en el pasado.
Se desempeña en una realidad discontinua que ofrece menos oportunidades de predecirla y controlarla, donde el poder y su ejercicio son tan fluidos que no admiten monopolios permanentes.
La velocidad, profundidad y densidad de los cambios tecnológicos, sociales y culturales que enfrentamos están revolucionando, incluso, a los propios agentes económicos, cambiando la naturaleza de su participación en los procesos de producción y consumo de bienes y servicios e influyendo en la edificación de una nueva arquitectura institucional para regular esas relaciones.
Reconocer esta realidad es el primer paso. El siguiente será organizar una estrategia que nos permita participar de ella como ciudadanos de una aldea global, empresas de la economía internacional o miembros de la comunidad de naciones, lo cual demanda un debate amplio y un conjunto de políticas públicas adecuadamente articuladas con estrategias de inversión privada, aplicadas con vocación, dedicación y esfuerzo.
Como toda época de cambio, esta nos ofrece oportunidades y desafíos. Para aprovechar las primeras y superar los segundos no serán suficientes los logros del pasado.
Pensemos por un momento lo que significará crear valor en la nueva economía tomando el caso de Internet. Ella simplemente está allí, no le pertenece a una empresa, país o persona. Nadie la regula. Y no podemos imaginarnos la vida moderna sin ella.
Unas cuantas empresas, algunas de ellas iniciadas incluso sin pensar en crear valor, la utilizaron para generar el fenómeno de las redes sociales (Facebook, Twitter, Linkedin, etc.) valorizándose enormemente términos de capitalización de mercado, aun cuando no han desarrollado todo su potencial. La nueva economía nos invita a reprogramar prioridades nacionales, empresarias y personales para fortalecer nuestra capacidad de competir en el futuro, apoyados en la poderosa plataforma que nos brinda nuestras ventajas comparativas y construyendo más capacidades sociales a través de una mayor calidad educativa, mejor servicio sanitario, más infra e info-estructura e invirtiendo más en Ciencia y Tecnología.
Como ha ocurrido cada vez que enfrentamos cambios históricos, también ahora tendremos que programar una nueva etapa de la vida nacional -una Argentina 4.0 centrada en facilitar la participación del país en la nueva economía generando prosperidad para nuestros habitantes si queremos volver a ser un país de clase media.










