

La primera de las dos jornadas de reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, que hoy finaliza sus deliberaciones, mostró una divergencia entre ciertas expectativas periodísticas y el propósito central de la veintena de obispos congregados en la casa de la calle Suipacha para preparar la agenda de la crucial asamblea plenaria electoral de noviembre.
En efecto: muchas de las consultas que debió atender el vocero de la Conferencia Episcopal, padre Jorge Oesterheld, procuraban conocer la opinión de los obispos sobre el resultado de las elecciones primarias del pasado domingo. Oesterheld respondía lo previsible: no habrá un pronunciamiento oficial sobre el tema.
Pero esa falta de una declaración es sólo formal, porque la cuestión estuvo muy presente en los intercambios de los participantes y en lo que el programa de la Permanente llama reflexión pastoral sobre la realidad sociopolítica del país. Los obispos no comentan públicamente la elección, pero toman atenta nota de sus resultados para adoptar sus propias decisiones como cuerpo.
Es que, además del constante seguimiento que la Iglesia hace de las condiciones en que se desenvuelve la vida de los argentinos, y en particular de los más postergados, en esta ocasión los obispos tienen bien presente que en la próxima Asamblea Plenaria de Pilar deberán elegir al nuevo presidente de la Conferencia, sucesor del cardenal Jorge Bergoglio, quien en diciembre cumplirá 75 años y deberá, por tanto, elevar su pedido de dimisión como arzobispo de Buenos Aires al Papa Benedicto XVI.
En muy pocas palabras, la conversación de los dignatarios que participan de la Permanente se enfoca en torno a una pregunta clave: ¿en qué medida puede incidir el previsible triunfo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en las urnas de octubre, en el perfil ideal del próximo titular del Episcopado? Dicho de otra manera: ¿sería diferente el apellido del elegido por sus pares para esa importante función si en diciembre fuera otro quien ocupara el despacho principal de la Casa Rosada?
Para la Iglesia, tanto en la Argentina como en los ámbitos vaticanos en los que se atiende la marcha del país, se trata de algo más que una pura curiosidad. Y la relevancia del asunto toca de lleno a este encuentro de la Permanente, ya que en él deberá quedar listo el temario de la Plenaria de noviembre, y en ésta, con la elección de la futura Comisión Ejecutiva del Episcopado, estará seguramente enviándose un claro mensaje al gobierno sobre en qué tono desea la jerarquía que discurra su relación con las autoridades civiles.
Nadie que conozca siquiera un poco el ambiente eclesiástico cometería el error de esperar que a esta altura se hagan nombres sobre los candidatos a reemplazar a Bergoglio al frente del Episcopado. Pero no hay duda de que en los obispos el dato de las elecciones de octubre será un elemento nada desdeñable a la hora de decidir su propio voto en la Plenaria de noviembre. Se trata de ir preparando el futuro, y se sabe que a la Iglesia le gustan muy poco las improvisaciones.










