

A lo largo de toda esta semana y hasta el próximo sábado, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) cumplirá en Roma gestiones que incluyen una audiencia con el Papa Benedicto XVI.
La delegación es encabezada por el cardenal arzobispo de Buenos Aires y titular de la CEA, Jorge Bergoglio, a quien acompañan los arzobispos Luis Villalba (Tucumán) y José María Arancedo (Santa Fe), vicepresidentes, y el secretario general del cuerpo, Enrique Eguía Seguí, uno de los obispos auxiliares de la jurisdicción porteña.
Respecto de los motivos de este traslado, la falta de información oficial dio lugar a una amplia gama de versiones. Las más benévolas atribuyeron a la comitiva la intención de buscar cómo hacer más fácil la relación entre la Santa Sede y el órgano ejecutivo del Episcopado argentino. Hablaron también del interés de los viajeros por promover el robustecimiento de la unidad entre el Vaticano y los obispos argentinos, y la de éstos entre sí.
En el otro extremo, las interpretaciones más descarnadas mencionaron el malestar que Bergoglio y sus acompañantes transmitirían en la Curia romana por recientes designaciones de obispos en las cuales no se habría cumplido con la costumbre de consultar el parecer de la conferencia episcopal local.
Subrayaron, asimismo, estas últimas voces el descontento reinante en la delegación procedente de Buenos Aires por otras decisiones vaticanas relativas a la Iglesia argentina, atribuidas al entendimiento entre dignatarios poco afectos a la actual conducción del Episcopado y ciertas oficinas estratégicas muy próximas al Papa.
El nombre del cardenal argentino Leonardo Sandri, titular de la Congregación para las Iglesias Orientales y unánimemente tenido como muy cercano al pensamiento del Papa Benedicto XVI, es uno de los más escuchados cuando se piden precisiones para definir el alcance de ese descontento.
La importancia de estos movimientos se aprecia mejor si se recuerda que para la Iglesia argentina 2011 es un año doblemente electoral. A la votación que determinará las futuras autoridades de la República hay que añadir la que los propios obispos, reunidos en plenario, efectuarán cerca de fin de año para elegir la próxima conducción del organismo episcopal.
Este cambio se sumará a otro no menos relevante: en diciembre Bergoglio deberá presentar su dimisión como arzobispo de Buenos Aires, por haber llegado a la edad de 75 años. Otro tanto ocurrirá, unos meses antes, con el siempre influyente obispo de San Isidro, Jorge Casaretto.
Ya hay, entonces, un innegable clima de interna en el seno de la jerarquía eclesiástica, que cuando escoja a los futuros integrantes de la Ejecutiva estará enviando a la vez una señal sobre cómo encarará su relación con las autoridades nacionales cuando quede atrás la que podría llamarse era Bergoglio.










