

La etapa institucional que dará comienzo el próximo 10 de diciembre en el país tendrá su correlato en la Iglesia, y quizá en medida mayor que la prevista hasta ahora.
Se sabe, en efecto, que la Asamblea Plenaria del Episcopado, que deliberará en noviembre, elegirá entre otros cargos al reemplazante del cardenal Jorge Bergoglio en la presidencia del cuerpo por los siguientes tres años.
Pero a ese cambio reglamentario y preanunciado podría sumarse otro de no menor relevancia: el del nuncio apostólico, el embajador del Papa en nuestro país, monseñor Adriano Bernardini, si se confirma una versión que circuló insistentemente en Roma en los últimos días.
Bernardini, de 69 años, con experiencia de casi cuatro décadas en el servicio diplomático vaticano, dejaría la elegante sede porteña de la avenida Alvear y Montevideo para ocupar la representación pontificia nada menos que en Italia.
La información no tiene carácter oficial, y -como era de esperarse- la consulta en la Nunciatura de Buenos Aires no permitió corroborarla ni desmentirla.
La llegada de Bernardini a la Argentina coincidió con otro recambio político local, ya que el diplomático asumió sus funciones el 26 de abril de 2003, apenas unos días antes de que Néstor Kirchner iniciara su presidencia.
Ocupó el puesto que dejaba el español Santos Abril y Castelló, quien se desempeñó brevemente después de los casi veinte años del recordado Ubaldo Calabresi.
A lo largo de este tiempo en nuestro medio Bernardini tomó parte en cada uno de los momentos que definieron la cambiante relación de los gobiernos Kirchner con la Iglesia Católica. Particularmente comentada en el ámbito eclesiástico fue su actuación en las alternativas que rodearon la salida de monseñor Antonio Baseotto del Ordinariato castrense -decisión que, dicho sea de paso, nunca fue reconocida en Roma- y las idas y vueltas en torno a la finalmente frustrada designación del doctor Alberto Iribarne como embajador argentino ante la Santa Sede.
También se le asignó una fuerte influencia en la designación de obispos para las distintas arquidiócesis y diócesis argentinas, a favor de su reconocida afinidad doctrinal con el pensamiento de Benedicto XVI.
De verificarse este relevo, el futuro gobierno tendrá ante sí caras nuevas en las dos máximas instancias jerárquicas del catolicismo: la conducción del Episcopado y la embajada vaticana.
La oportunidad parece propicia para relanzar un vínculo bilateral que tuvo fuertes desniveles en el pasado reciente, hasta ubicarse en la situación de impasse en que hoy transcurre.










