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La generación que creció sin pantallas, sin gratificación instantánea y con responsabilidades desde temprana edad desarrolló fortalezas psicológicas que hoy escasean. Según análisis recientes de expertos en psicología, quienes nacieron en las décadas de los sesenta y setenta poseen nueve capacidades mentales que las generaciones posteriores al 2000 raramente exhiben.

Lejos de ser nostalgias infundadas, estas características tienen respaldo científico: la ausencia de distracciones digitales, la necesidad de esperar y resolver problemas sin ayuda inmediata forjaron mentes más resilientes, pacientes y autónomas.

Expertos señalan que la ausencia de tecnología durante la infancia fomentó mayor paciencia, autocontrol y autonomía en quienes crecieron en los sesenta y setenta. Fuente: Shutterstock.
Expertos señalan que la ausencia de tecnología durante la infancia fomentó mayor paciencia, autocontrol y autonomía en quienes crecieron en los sesenta y setenta. Fuente: Shutterstock.

La paciencia perdida: cuando esperar era la única opción

En un mundo donde la información llegaba lentamente, los proyectos requerían planificación a largo plazo y las respuestas no eran inmediatas, la paciencia no era una virtud: era una necesidad.

Quienes crecieron en los años sesenta y setenta aprendieron a aceptar la incertidumbre sin colapsar emocionalmente, a mantener la serenidad ante lo imprevisto y a tomar decisiones sin la presión de la inmediatez.

Esta capacidad de tolerar la espera se extendía a todos los aspectos de la vida cotidiana. Desde aguardar días para recibir una carta hasta planificar con meses de anticipación unas vacaciones, la demora era parte natural de la existencia.

Los psicólogos sostienen que esta exposición constante a la espera fortaleció la capacidad de aceptar lo que no puede controlarse, una habilidad directamente vinculada con menores niveles de ansiedad y mayor bienestar emocional.

Autocontrol emocional: pensar antes que sentir

La regulación emocional, definida como la capacidad de experimentar emociones intensas sin que estas dominen el comportamiento, fue una habilidad casi obligatoria para las generaciones de los sesenta y setenta. En aquellas décadas, las decisiones se tomaban desde la lógica y el pragmatismo, relegando las emociones a un segundo plano.

Investigaciones recientes confirman que un buen autocontrol durante la infancia se asocia en la adolescencia con mayor bienestar y menores niveles de ansiedad y estrés. La capacidad de posponer la gratificación, esperar para obtener una recompensa y resistir impulsos inmediatos se consolidó como base fundamental de la fortaleza mental.

La vida sin gratificación instantánea fortaleció competencias emocionales que hoy resultan cada vez menos frecuentes entre las nuevas generaciones. Fuente: Shutterstock.
La vida sin gratificación instantánea fortaleció competencias emocionales que hoy resultan cada vez menos frecuentes entre las nuevas generaciones. Fuente: Shutterstock.

Resolver sin Google: la autonomía como supervivencia

Antes de los tutoriales de YouTube y las búsquedas instantáneas en Google, resolver problemas prácticos era una cuestión de ingenio personal. Reparar electrodomésticos, orientarse con mapas de carreteras, gestionar malentendidos sin comunicación instantánea o arreglar objetos rotos en lugar de reemplazarlos fueron experiencias que forjaron una confianza basada en la superación autónoma de dificultades.

Esta exposición constante a problemas sin soluciones inmediatas desarrolló lo que la psicología denomina “locus de control interno”: la creencia de que los resultados de la vida dependen del esfuerzo y la disciplina propios, no de factores externos.

Frente a la tendencia actual de atribuir los acontecimientos a circunstancias fuera de control, quienes crecieron en aquellas décadas aprendieron que la persistencia y el ingenio personal eran las herramientas más confiables para enfrentar los obstáculos cotidianos.