

El presidente Donald Trump decidió extender la tregua comercial con China por otros 90 días, retrasando un enfrentamiento entre las dos economías más grandes del mundo, informó la agencia The Associated Press.
El mandatario norteamericano publicó en su plataforma Truth Social que firmó la orden ejecutiva para la extensión, y que "todos los demás elementos del acuerdo permanecerán iguales". Beijing también anunció la pausa arancelaria por medio de la agencia de noticias oficial Xinhua.

La fecha límite anterior estaba fijada para las 00:01 del martes. De no haberse alcanzado un acuerdo, Estados Unidos habría incrementado los aranceles sobre las importaciones chinas, actualmente en el 30%, y se esperaba que Beijing respondiera con medidas similares sobre productos estadounidenses.
La orden ejecutiva evita que los aranceles estadounidenses sobre productos chinos se disparen hasta el 145%, y que China eleve sus tarifas de represalia al 125% sobre bienes estadounidenses, niveles que habrían representado un virtual embargo comercial entre ambas economías.
Consultado sobre cómo planea extender el plazo de negociaciones, Trump respondió en conferencia de prensa: "Veremos qué sucede". Y agregó: "Han mostrado una actitud bastante razonable. La relación con el presidente Xi Jinping es muy buena, tanto a nivel personal como diplomático".
Una larga guerra
La confrontación comercial entre Estados Unidos y China comenzó a tomar forma en 2017, cuando el entonces presidente Donald Trump adoptó una política exterior centrada en el lema "America First", con el objetivo de reducir el déficit comercial estadounidense y recuperar empleos industriales. En sus primeros días en el cargo, Trump retiró a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico (TPP), una alianza comercial clave en Asia impulsada por la administración Obama, lo que marcó un giro hacia el proteccionismo.
Ese mismo año, la Casa Blanca ordenó una investigación bajo la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, alegando que China incurría en prácticas desleales como el robo de propiedad intelectual, la transferencia forzada de tecnología y subsidios industriales distorsivos. Esta investigación sentó las bases legales para la imposición de aranceles unilaterales.
2018: el estallido de la guerra comercial
En marzo de 2018, Trump anunció aranceles del 25% sobre el acero y del 10% sobre el aluminio, afectando a múltiples países, incluida China. Poco después, impuso tarifas adicionales sobre $50.000 millones en productos chinos, lo que desató una respuesta inmediata de Beijing con medidas equivalentes sobre bienes estadounidenses.
La escalada fue rápida: para noviembre de 2018, EE.UU. había gravado $250.000 millones en importaciones chinas, mientras que China había respondido con aranceles sobre $110.000 millones en productos estadounidenses. El conflicto afectó sectores clave como la agricultura, la tecnología y la manufactura, y generó una fuerte volatilidad en los mercados globales.
Más allá del desequilibrio comercial, la administración Trump buscaba frenar el ascenso tecnológico de China, especialmente su ambicioso plan "Made in China 2025", que apuntaba a dominar sectores estratégicos como la inteligencia artificial, los semiconductores y las energías renovables. Washington consideraba que este modelo, basado en subsidios estatales y empresas públicas, distorsionaba la competencia global.
El conflicto también reflejaba una rivalidad estructural entre dos modelos económicos: el capitalismo liberal estadounidense y el capitalismo de Estado chino. Para Trump, la guerra comercial era una herramienta para reequilibrar esa relación y forzar concesiones estructurales de parte de Beijing.
Treguas, tensiones y el Acuerdo Fase Uno
A fines de 2018, en la cumbre del G20 en Buenos Aires, Trump y Xi Jinping acordaron una tregua de 90 días para negociar un acuerdo más amplio. Esto derivó en la firma del Acuerdo de Fase Uno en enero de 2020, en el que China se comprometía a aumentar sus compras de productos estadounidenses en $200.000 millones y a mejorar la protección de la propiedad intelectual.
Sin embargo, el acuerdo fue ampliamente criticado por no abordar los problemas estructurales de fondo. Además, China no cumplió con los objetivos de compra, en parte debido a la pandemia de COVID-19 y a la desaceleración económica global.
De la Fase Uno al estancamiento: 2020-2021
El Acuerdo de Fase Uno, firmado en enero de 2020, fue presentado como un primer paso hacia la desescalada del conflicto. China se comprometía a aumentar sus compras de productos estadounidenses en 200.000 millones de dólares y a mejorar la protección de la propiedad intelectual. Sin embargo, el acuerdo no logró sus objetivos: China incumplió sus compromisos de compra y las reformas estructurales prometidas no se materializaron .
La llegada de la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020 desvió la atención global y paralizó las negociaciones. A pesar de ello, las tensiones comerciales no desaparecieron: los aranceles se mantuvieron vigentes y el comercio bilateral siguió condicionado por medidas punitivas mutuas.
La continuidad bajo Biden: 2021-2024
Contrario a lo que muchos esperaban, la administración de Joe Biden mantuvo buena parte de la política comercial de Trump. Aunque adoptó un tono más diplomático, Biden conservó más de 360.000 millones de dólares en aranceles y los reforzó en sectores estratégicos como los vehículos eléctricos, el acero, el aluminio y los semiconductores .
Además, introdujo controles de exportación sin precedentes para restringir el acceso de China a tecnologías avanzadas, y prohibió inversiones estadounidenses en sectores considerados sensibles para la seguridad nacional . Estas medidas reflejaron una continuidad estratégica: contener el ascenso tecnológico de China y proteger la base industrial estadounidense.
Recrudecimiento del conflicto: 2024-2025
En su segundo mandato, iniciado en enero de 2025, Trump intensificó la confrontación comercial. Propuso aranceles de hasta 145% sobre todos los productos chinos, argumentando que China seguía incurriendo en prácticas desleales, como subsidios industriales, robo de propiedad intelectual y exportación de precursores de fentanilo.
Beijing respondió con tarifas de represalia del 125% sobre bienes estadounidenses, y con restricciones a la exportación de minerales críticos como tierras raras y componentes para baterías. La tensión escaló a niveles no vistos desde 2018, afectando cadenas de suministro globales y generando preocupación en organismos multilaterales como el FMI, que advirtió sobre el impacto inflacionario de estas medidas.
Un conflicto estructural sin resolución a la vista
A pesar de múltiples rondas de negociación, la relación comercial entre EE.UU. y China sigue marcada por la desconfianza y la competencia estratégica. Ambos países reconfiguraron sus cadenas de suministro, diversificado mercados y reforzado sus industrias nacionales. Sin embargo, la interdependencia económica persiste: China sigue siendo uno de los principales socios comerciales de EE.UU., y viceversa.
Expertos del Council on Foreign Relations advierten que una "desvinculación total" es poco realista, y que el conflicto actual refleja una segunda ola del "shock China", esta vez centrada en tecnologías verdes como autos eléctricos, paneles solares y baterías.















