A simple vista París no cambió. Caminar por sus calles continúa siendo una invitación abierta a la absorción de culturas y por las noches la oscuridad se ilumina con la música e incesante conversación que proviene de los bares, con sus mesas apostadas en las veredas y desbordantes de personas, aún en días de semana y pese al frío que ya se siente en esta época del año.

La Ciudad de la Luz vibra con una energía tan característicamente parisina que suena extraño recordar que, hace solo un mes, este fue el escenario de ataques terroristas los mayores de la historia francesa en que más 130 personas murieron y otras 350 resultaron heridas a manos de comandos del Estado Islámico.

Pero esta sensación desaparece, por ejemplo, al esperar la llegada del tren en la estación céntrica Gare du Nord. Uno se topa con tres militares densamente armados, preparados para abrir fuego al menor altercado. O, al ingresar al centro de exposiciones Le Bourget donde se desarrolló la 21ª sesión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y los guardias desesperan si la acreditación no es mostrada con claridad; o piden a quienes ingresan con bebidas que tomen un sorbo para demostrar que no se trata de una sustancia nociva. En tanto, al visitar un negocio muy importante de la avenida des Champs-Élysées, es requisito excluyente abrir carteras o mochilas, sacarse gorros y mostrar qué se lleva debajo de abrigos previo al ingreso.

Allí se evidencia que París no es la misma desde el 13N. Es un cambio sutil. Esa pérdida de certeza, de saberse inseguro en su propia casa, de poner en tela de juicio la propia base sobre la que se fundó esta sociedad: Liberté, égalité, fraternité (Libertad, igualdad, fraternidad).

Muchas de las personas que aquí viven tienen miedo, algunas no salen de sus casas más que para cumplir con la rutina obligada de ir al trabajo. Así lo cuenta Marie, mientras camina el domingo por la tarde, junto a su esposo, por las calles de París. Para ella es notoria la poca cantidad de personas que se ven en las calles por estos días, incluso en sitios tan turísticos como la Torre Eiffel. "Muchos tienen miedo, prefieren no salir de sus casas. Parte de la sociedad todavía no se recupera de lo que pasó", comenta.

Algo similar describe la también parisina Sophie. De visita en la capital francesa, no escapa a su atención que esta no es la misma que dejó hace más de dos años (cuando emigró por razones laborales). "Yo no estuve aquí cuando ocurrieron los atentados, pero tengo amigos que tienen miedo de cosas tan cotidianas como viajar en subte", afirma la treintañera, al tiempo que reflexiona: "Una cosa muy extraña que ocurrió con estos acontecimientos es que todo París parece haber sido parte de ellos".

Quizás este sea el motivo por el que las cientos de velas que decoran los memorials improvisados por la gente tanto en los lugares de los atentados, como en la Place de la République, nunca se apagan. Ya no son tantas las personas que los visitan y, muchos de los que lo hacen, se asemejan más turistas en busca de una buena foto que a personas en duelo buscando conectarse con el ser querido que perdieron.

No todos en París viven las secuelas de los atentados de esta manera. En otros casos, por sobre el temor, despertó el desafío y un rechazo explícito a verse desprovistos de la libertad que consideran eje de su estilo de vida. Este es el caso de William, un guardia de seguridad nigeriano que lleva más de una década viviendo en estas tierras.

"No tenemos miedo", enfatiza sin pruritos. "Los tres primeros días las personas no se atrevían a salir de sus casas. Pero luego se transformó en un desafío, en una suerte de mensaje: No te tenemos miedo. Lo que hicieron fue un acto de cobardía. Atacaron a personas que no tenían nada que ver con nada, que no tienen poder ni influencia. Incluso los musulmanes que viven acá están en contra de ello. Pero la vida debe continuar y estamos determinados a que eso suceda", reflexiona.

Un reflejo de esta expresión de deseo se pudo observar hace poco más de una semana en la cafetería La Bonne Biere, uno de los seis focos de los ataques. Al cumplirse tres semanas de los atentados, este establecimiento reabrió sus puertas renovado y sin rastros evidentes de la violencia que allí se vivió, más allá de las flores y cartas que aún están presentes en su vereda y la terraza. "Queremos enseñarles [a los terroristas] que somos más fuertes que ellos", dijo la responsable del lugar, Audrey Bily, ante la prensa, al tiempo que un cartel en su puerta reza: "Es hora de estar unidos otra vez, de avanzar y no olvidar". En respuesta, los parisinos asistieron en masa a la reapertura, haciendo que sus mesas desborden de comida y bebidas y, el aire, de risas hasta entrada la madrugada.