El populismo se está extendiendo en Sudamérica. A Chávez, Morales y Kirchner podría sumarse el próximo presidente peruano. De todos ellos, sólo Chávez cuenta con un recurso económico abundante que le permite practicar el populismo con márgenes de caja sostenibles, y además también exportarlo. Evo Morales tiene la ilusión de sus inmensas reservas gasíferas, pero que sólo puede hacer valer exportándolas por tuberías a sus vecinos. Kirchner encontró en el dólar superalto y en los vientos favorables internacionales, una forma de reactivación y de creación de caja fiscal. Pudo hacerlo porque estaba disponible la capacidad productiva basada en las inversiones y la modernización de la tan criticada década del noventa. Sin embargo, la soja no es igual que el petróleo y hay evidencia que la caja tiende a reducirse en la medida que se está achicando el espacio para las retenciones y aumenta el gasto público.

Se ha pretendido negar que el gobierno de Kirchner sea populista alegando su disciplinamiento fiscal. Es un error. La compresión del gasto salarial y jubilatorio se ha hecho con un clásico criterio populista: aumento de los mínimos y castigo a los haberes altos. El superávit fiscal ha obedecido principalmente a un fenomenal crecimiento de la recaudación por aprovechamiento de la devaluación, mientras que el gasto crece a un fuerte ritmo con un criterio político y clientelístico y en una proporción cada vez más importante bajo manejo directo y discrecional del nivel presidencial.

El populismo y su arma comunicacional, la demagogia, apelan a las emociones usando convenientemente los sentimientos, sean amores u odios, deseos o miedos. El objetivo es siempre ganar el apoyo popular. Si hubiera alguna duda del carácter populista del gobierno de Kirchner no hay más que repasar el contenido de sus acciones, discursos y gestos. Lo clásico: en cada discurso aparece un nuevo enemigo, convenientemente elegido para enfrentarlo al pueblo a quien se dice defender. Este artilugio recurrente está costando, entre otras cosas, el deterioro de la relación de la Argentina con más de un docena de países.

La ciencia política ha considerado siempre al populismo como una degeneración de la democracia. El populismo es un fenómeno político que aporta acumulación de poder en lo inmediato pero que inevitablemente afecta la calidad institucional. El populismo se ejercita a costa de las libertades y de la convivencia, acentuando las divisiones entre sectores sociales. El poder acumulado en el populismo lleva al autoritarismo y al intento hegemónico. No es casual el avance actual del poder Ejecutivo nacional sobre los otros dos poderes, ni tampoco la presión sobre la prensa.

Pero lo que interesa destacar en esta columna es que el populismo tiene consecuencias económicas y sociales. El uso político y demagógico del gasto público lleva siempre a la destrucción de las bases del crecimiento y del bienestar a mediano y largo plazo. Ya decía Aristóteles (Política, Libro 7º, Capítulo III): “Si el Estado es opulento, es preciso guardarse de imitar a los demagogos de nuestro tiempo. Reparten al pueblo todo el sobrante de los ingresos y toman parte como los demás en la repartición; pero las necesidades continúan siendo siempre las mismas, porque socorrer de este modo a la pobreza es querer llenar un tonel sin fondo. El amigo sincero del pueblo tratará de evitar que éste caiga en la extrema miseria, que pervierte siempre a la democracia, y pondrá el mayor cuidado en hacer que el bienestar sea permanente . Este pensamiento era tan cierto en el siglo IV antes de Cristo como lo es hoy. Lo que vale es el logro del bienestar duradero. El crecimiento genuino es lo único que puede garantizarlo, y para todos. Al desalentar el ahorro y la inversión, el populismo finalmente impide el crecimiento, destruye el empleo y pauperiza los salarios. Aquellos países que han crecido más que otros, son en general además los que exponen una mejor distribución del ingreso.

Es clásico en las acciones populistas intentar resolver los problemas atacando las consecuencias y no las causas. Esto ocurre porque la mayor parte de la gente carece de la formación analítica para diagnosticar correctamente el origen de los problemas económicos y sociales. Es más fácil culpar del aumento de los precios al comerciante o al productor, que señalar las verdaderas causas de la inflación y tratar de corregirlas. El control directo de precios y su fracaso han sido un clásico del populismo desde el Edicto de Dioclesiano.

Se puede hacer durar al populismo a pesar de las dificultades que ocasiona, culpando o creando en cada caso el enemigo apropiado y adjudicándole intenciones y comportamientos aviesos, pero eso inevitablemente tendrá un límite. Finalmente, como dijera Keynes, en economía todo es posible excepto evitar las consecuencias. Aún hay viento favorable internacional por un buen rato y se está a tiempo de corregir. Las futuras generaciones lo agradecerían.