Una de las mejores cosas de esta gira es que muchas de las previsiones que se han hecho han resultado erróneas .

El autor de este exactísimo resumen de la visita de Benedicto XVI a Inglaterra y Escocia no fue un entusiasmado y poco confiable miembro de la comitiva pontificia, sino nada menos que el arzobispo anglicano de Canterbury -es decir, la máxima autoridad religiosa de la Iglesia de Inglaterra-, Rowan Williams. La observación refleja el primer balance posible de cuatro intensísimos días de actividad del Papa en las Islas Británicas. Simplemente, fallaron los pronósticos.

Anunciado bajo los más sombríos auspicios, el viaje consolidó la imagen del Papa alemán en tierras que desde hace más de medio milenio no han sido fáciles para Roma.

Se previeron actos masivos de repudio a la presencia pontificia por parte de víctimas de abusos sexuales por parte del clero; la máxima expresión contraria a la visita fue la concentración de unos 6.000 activistas de variopinta procedencia en Londres, el sábado, a poca distancia de donde unas 100.000 personas vivaban y aplaudían al Papa en su camino a Hyde Park. Se habló mucho, antes del traslado, de un clima de hostil indiferencia en áreas históricamente reacias al “papismo ; pero ya en suelo escocés Benedicto XVI tuvo un primer baño de multitudes, calificado como inédito incluso por quienes lo lamentaron.

El Papa, fiel a su estilo, no licuó en momento alguno su mensaje. Para expresar su congoja y la de todo el catolicismo recibió a las víctimas de los abusos como debía hacerse, en un ambiente de respeto a su condición de tales y a la gravedad de lo sucedido, sin shows que malograran el sentido del encuentro y sin dar tampoco lugar a la acción de quienes, ajenos al problema, lo utilizan para canalizar su aversión a la Iglesia. Por cierto, no ignoró la cuestión, sino que reiteradamente expresó su congoja y aseguró que la Iglesia avanzará en la búsqueda de soluciones y para prevenir al máximo que tales actos puedan repetirse.

El viaje, entonces, no resultó especialmente traumático para el Papa de 83 años, el primero en ser recibido en visita de Estado en el Reino Unido desde la Reforma del siglo XVI. Ya en el vuelo desde Roma a Edimburgo el Pontífice había ironizado sobre tales “riesgos al recordar los mismos vaticinios antes de su presencia en Francia, la República Checa o Turquía.

En sus discursos el Papa Ratzinger insistió en alertar sobre la marginación del cristianismo, la dictadura del relativismo y un agresivo secularismo que pretende terminar con la impronta de la fe en Europa y el mundo. Lo dijo casi con las mismas palabras que usó en la beatificación del cardenal alemán antinazi Clemens von Galen en octubre de 2005: la fe no puede convertirse en un tema privado, que se esconde cuando se convierte en algo incómodo, sino que implica la coherencia y el testimonio en el ámbito público a favor del hombre, de la justicia y de la verdad.

No fue caprichoso el viaje papal a Gran Bretaña: quiso presidir personalmente en Birmingham, corazón de Inglaterra, la beatificación de John Henry Newman (1801-1890), un intelectual excepcional formado en el anglicanismo y que por lealtad a las propias convicciones no dudó en dejar un puesto expectante en la Iglesia oficial de su país, se convirtió al catolicismo, fue ordenado sacerdote y alcanzó la dignidad de cardenal.

Para Newman la religión no era un asunto sólo privado o una cuestión de opinión personal. Más de un siglo después, Benedicto XVI exhortó a los británicos de cualquier credo a reivindicar esa idea. La primera respuesta puede considerarse alentadora, a pesar -vale repetirlo- de los pronósticos.