

Al argentino se lo suele identificar como fanfarrón o prepotente. En otras latitudes, se los asocia con Maradona, el tango o con el asado, pero pocos reconocen la capacidad de innovación que muchos demostraron a lo largo de la historia.
Con el objetivo de difundir y recordar a los cerebros argentinos, como también de repasar el registro de marcas y patentes en la historia, el Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual (INPI) presentó el lunes el libro 140 años de Registros del Progreso.
Sobre lo ya conocido, el libro recuerda que Guillermo Rawson, en 1840, inventó el sistema telegráfico y que Juan Vucetich ideó, en 1891, el sistema para la identificación de personas a través de las huellas digitales. Del Siglo XX, repasará la creación del colectivo, en 1928; la del bolígrafo, en 1940 (Por Ladislao Biro); y hasta la del By-pass, ideado en 1972 por el prestigioso cardiólogo René Favaloro.
Útil y desconocido
El libro desarrolla otros inventos argentinos, que revolucionaron al mundo, pero que muchas veces no son considerados en el recuerdo.
Por ejemplo, en el curso de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se puso en práctica un procedimiento que, a través de un artefacto en forma de pera, permitía el almacenamiento de la sangre humana y su posterior transfusión mediante el agregado de citrato de sodio. El responsable de esta invención fue el argentino Luis Agote, que salvó miles de vidas en los campos de batalla durante la guerra y que hasta hoy, en los principales hospitales del mundo, se lo llama el “aparato de Agote .
El 9 de noviembre de 1917, el argentino Quirino Cristiani, presentó, por primera vez en el mundo, un largometraje de dibujos animados, titulado El Apóstol, una sátira sobre Hipólito Irigoyen, que duraba diez minutos. A tal fin, el autor había fotografiado 58.000 dibujos y, con su técnica, logró darles movimiento. Para ello, inventó una torre como soporte para su cámara, manejada con pedales y manijas. Es considerado el verdadero inventor de los dibujos animados.
En 1890, nació en Adrogué, Raúl Pateras de Pescara. A los 8 años fue llevado a Francia donde estudió toda su carrera, hasta recibirse de ingeniero. Estuvo en permanente contacto con la Argentina y, en 1912, diseñó un hidroavión y trabajó en él hasta que estalló la guerra. Luego, empieza a idear la construcción de un helicóptero, viaja a Barcelona e instala una fábrica de motores para su invento. El 7 de febrero de 1921, ante veedores científicos y técnicos de varios países, especialmente de la Argentina, se comprobó que el helicóptero fue todo un éxito.
Han dejado su marca
Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, la primera marca registrada en el país marcó el inicio de un proceso legal que hasta el momento sólo existía en pocas naciones.
El primer registro fue para la Hesperidina. Se trataba de un licor, tipo bitter –con propiedades curativas estomacales–, que se otorgó el 27 de octubre de 1876 a favor de su autor y propietario de la empresa que lo fabricaba y envasaba: el ciudadano de origen norteamericano Melville Sewell Bagley, quien promovió la Ley de marcas, cuando observó cómo otras personas intentaban copiar la idea.
En el mismo día, las marcas números 2 y 3 de la historia argentina las solicitaron y obtuvieron los ciudadanos Moore y Tudor, aplicables al cognac Martell. Incluían dos cosas diferentes: el cognac propiamente dicho y los envases que llevaban sus nombres.
Tras ellas, vio la luz la marca Pescado, para artículos de cuchillería y ferretería a favor de la firma Dillermann y Cía. La siguiente concesión perteneció a Luis Lohezie, para el Agua de Vichy, en representación de la marca francesa, a la que le siguieron Halsey y Carreras –poseedores de una oficina de cobranzas–, para la marca Cobrador, y la ginebra holandesa Real Hollands.










