
El torpe manejo de la crisis de armas químicas que tuvo el presidente Barack Obama fue un regalo para Vladimir Putin. Y si se concreta el plan de que Siria entregue esas armas al control internacional, el presidente ruso habrá devuelto el presente ya que permitiría a Obama evitar una votación en el Congreso que podía perder y una aventura extranjera que realmente no quería emprender.
El mandatario norteamericano emerge debilitado pero no humillado. Quizás ese haya sido el cálculo de Putin. Para el premier de Rusia, éste es un golpe diplomático. Muchos rusos, que en general apoyan su política exterior, seguramente concuerden.
En sus primeros días como presidente, Putin trató de formar una nueva asociación de iguales con Estados Unidos, y poner punto final a las humillaciones que sufrió su país durante el período de transición poscomunista de los noventa. Si bien su mano débil le daba pocas opciones realistas, Putin permitió que Norteamérica usara bases militares en las ex repúblicas soviéticas para apoyar la acción en Afganistán.
Considerando que ese favor no se devolvió, y que EE.UU. y sus aliados pisotearon las objeciones de Rusia (y de otros) e invadieron Irak, Putin decidió cambiar de rumbo.
Desde entonces la política rusa se centró en impedir lo que Putin ve como intentos de EE.UU. de convertirse en la única superpotencia en un mundo "unipolar", capaz de evitar el cumplimiento de la ley internacional (disimulando que la invasión rusa de Georgia en 2008 ignoró tales normas legales).
Moscú aspira a crear un sistema multipolar, siendo Rusia uno de esos polos, gracias a su posición geoestratégica en Eurasia, a su arsenal nuclear y su asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU heredado de la URSS.
La crisis de Siria permitió a Putin proyectar esa visión. Pero con el poder viene la responsabilidad. Moscú debería comenzar a asegurarse de que Damasco cumpla con el plan de entregar las armas. No debe bloquear la intervención militar si Siria falta a su palabra, y debería respaldar una resolución de la ONU que autorice el uso de la fuerza en caso de incumplimiento. Rusia tendría también que honrar todas sus obligaciones internacionales, incluyendo compromisos comerciales que ha eludido desde que se incorporó a la Organización Mundial de Comercio el año pasado. Incluso mientras Putin se hace el diplomático con Siria, Rusia viene intimidando a sus vecinos para que no firmen acuerdos en noviembre que profundizarían sus lazos con el Unión Europea.
Deberían cesar las prohibiciones a las importaciones y la explotación de conflictos "congelados". En un mundo multipolar, Rusia tiene que reconocer que los ex vecinos soviéticos pueden gravitar hacia otros polos. Rusia debe seducirlos con atractivos económicos y de civilidad, y no coercionándolos.














