
James Bond está teniendo un año ajetreado. Después de haber acompañado a la Reina a salir de un helicóptero durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, a fines de este año será responsable en parte de devolverle la gloria a uno de los nombres más grandes de Hollywood.
Metro-Goldwyn-Mayer, el venerado estudio cinematográfico detrás de clásico como Lo que el viento se llevó y Cantando bajo la lluvia, en noviembre estrenará Skyfall, la entrega número 23 de James Bond en el 50º aniversario del primer film de la serie.
Con est estreno, MGM logrará volver a escena después de varios años en la penumbra, cuando se vio obligada a suspender la producción cinematográfica tras declararse en quiebra.
Pero la nueva aparición del agente 007 podría también impulsar una cotización en Bolsa del estudio. MGM ha designado asesores para que estudien un regreso a los mercados de acciones dos años después de haber salido de la quiebra.
Suponiendo que la oferta pública de acciones siga adelante, MGM se incorporaría a un pequeño y selecto club de productores cinematográficos independientes que cotizan en mercados de valores.
Los estudios grandes de Hollywood, como Paramount Pictures (parte de Viacom), Warner Brothers Entertainment (parte de Time Warner) o Universal Studios (parte de Comcast) existen dentro de conglomerados de medios integrados verticalmente. En todos los casos, la división cinematográfica forma parte de un grupo de medios más grande.
Éste ha sido el modelo reinante durante varios años: sólo DreamWorks Animation, la compañía detrás de Shrek y Lions Gate Entertainment, detrás de El Juego del Hambre, son compañías cotizantes dedicadas sólo a la producción cinematográfica. A ambas les costó convencer a los inversores de las ventajas que brinda ser un negocio altamente cíclico que depende del éxito de taquilla de sus filmes.
Las acciones de Lions Gate languidecieron varios años. Sólo el enorme éxito de Los Juegos del Hambre y la oportuna fusión con Summit Entertainment, responsable de la saga Crepúsculo, hicieron subir el precio de los papeles cotizantes.
DreamWorks Animation, mientras tanto, tuvo sus propios problemas: el estudio estrena sólo dos películas por año y, si no supera esa marca, las acciones (que actualmente están cerca de su nivel más bajo en cinco años) podrían hundirse.
Sin ninguna otra fuente de ingresos más que la producción de cine y televisión, es difícil ver qué podría diferenciar a MGM de sus pares.
Una ventaja es su enorme videoteca y su fantástica propiedad intelectual. También posee los derechos de El Hobbit, que se está convirtiendo en una saga de tres films.
El nuevo management de la compañía encabezado por Gary Barber y Roger Birnbaum se ganó los aplausos de Hollywood por haber rescatado a la compañía. El dúo desmanteló la división de distribución de MGM, lo que redujo costos: el estudio se asociará a otros para distribuir sus películas. También restableció la operación de producción televisiva. Los films en camino, en particular El Hobbit, parecen buenas apuestas.
La compañía no mencionó una posible valuación, pero hace poco compró por u$s 590 millones la participación del 25% de MGM que pertenecía al inversor Carl Icahn. Eso valúa al estudio cerca de u$s 2.500 millones, significativamente menos que los u$s 5.000 millones que pagó un consorcio encabezado por Sony en 2004.
Tal como demostraron DreamWorks Animation y Lions Gate, los mercados públicos no perdonan si los éxitos de taquilla dejan de fluir.
Sin embargo, si MGM hace una oferta pública de acciones, la compañía contará con dinero fresco y nuevos inversores. Y ellos, tal como ocurrió con tantos otros en años anteriores, esperan que James Bond, el agente secreto británico, les salve el día.











