Los detalles sobre qué motivó a Man Haron Monis, el hombre identificado como el responsable de la toma de rehenes en Sidney, quizás sean escasos. Pero este hecho perpetrado por un terrorista, un delincuente común o simple un trastornado, agrava los actuales temores que sienten las agencias de seguridad occidentales.

Los ataques de "lobos solitarios", tal como se los denomina, se convirtieron en la mayor preocupación para los jefes contraterroristas de todo el mundo. En los últimos 12 meses se observó una escalada del fenómeno, desde el asesinato de cuatro visitantes de un museo judío en Bruselas en mayo hasta la balacera en Otawa que provocó la muerte de un soldado canadiense en octubre.

"No parece que sea lo normal en los actos terroristas, un modus vivendi donde uno trata con un único individuo y la línea entre terrorismo y acto de locura es borrosa", señaló Raffaello Pantucci, director de estudios de seguridad internacionales en Rusia, un think tank. "Es una situación confusa que vemos cada vez más". Es difícil analizar esos ataques. Los incidentes con lobos solitarios en general están mínimamente relacionados o directamente no tienen ninguna relación con organizaciones terroristas que los inspiren, lo que hace muy complicado determinar sus causas y evitar que actúen.

Los atacantes pueden actuar por su propio estado psicológico o por ideología, lo que convierte la tarea de combatirlos en algo que la policía ordinaria o el trabajo contraterrorista no pueden completar en su totalidad.

En 2009, por ejemplo, Nidal Hasan, psiquiatra del ejercito estadounidense, mató a 13 personas e hirió a otras 30 en una balacera masiva en Fort Hood, Texas, aparentemente motivado por ideología yihadista en lo que el Senado norteamericano describió como el peor ataque terrorista desde los atentados al World Trade Center. Colegas de Hasan vieron señales de su radicalización pero no se imaginaron nunca que podía provocar tal masacre.

Aún cuando la motivación ideológica es más evidente, las chances de detectar lobos solitarios son pocas.

Hace veinte meses, los hermanos Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev mataron a tres e hirieron a más de 260 haciendo estallar bombas durante el maratón de Boston en Estados Unidos. Un mes después, dos británicos, Michael Adebolajo y Michael Adebowale, atropellaron al soldado Lee Rigby y luego lo asesinaron con un cuchillo.

En ambos casos, los oficiales de seguridad fueron posteriormente absueltos de toda culpa por no haber detectado los ataques de antemano.

Hasta ahora, era tentador observar el surgimiento del yihadismo de lobos solitarios como prueba de que las campañas de drones encabezadas por EE.UU. en Yemen, Irak y las áreas rurales de Afganistán y Paquistán desintegraron la red de al-Qeda al punto que la fabricación de bombas sofisticadas y la planificación de ataques contra objetivos occidentales ya son muy difíciles, si no imposibles, de llevar a cabo.

Las mejores políticas contraterroristas locales también disolvieron células terroristas y restringieron su acceso a las herramientas del terrorismo. Contar con suficientes cantidades de peróxido o fertilizante, por ejemplo, para fabricar hasta bombas primitivas, no es ahora tarea sencilla.

Pero el surgimiento de Estado Islámico de Irak y el Levante (EI) en Medio Oriente, está cambiando los cálculos para las agencias de seguridad.

EI también se ve limitado en su capacidad de proyectar actos de terrorismo en el extranjero. Pero el grupo muestra mayor capacidad para manipular y usar los canales abiertos, en particular la Web. Si el yihadismo de lobos solitarios era símbolo de la debilidad de al-Qaeda, hasta ahora ha demostrado la fortaleza de EI. El grupo parece entender que en la era de Twitter y YouTube, un ataque con una única espada, correctamente filmada y transmitida, puede provocar terror casi con tanta eficacia que una bomba en un ómnibus en plena ciudad capital.